Fiesta de disfraces

Fiesta de disfraces

Una máscara esconde a los ediles que no pudieron sancionar a sus propios compañeros de bancadas que dejaron mal parados a los ciudadanos de la Capital. Las miradas altaneras de Buenos Aires y los disimulos de Manzur.

La piña del concejal Dante Loza les pegó en la mandíbula a los tucumanos. Los concejales son los representantes de la ciudad. Usted o yo estamos sentados de alguna manera en el recinto. Si había algo que había superado la grieta era este escándalo. Era muy difícil encontrar que alguien considerara normal o bien que no hubiera sanciones. ¿A quién beneficiaba el papelón? Hasta el concejal Ricardo Bussi había encontrado la manera de que no sólo Loza fuera castigado, sino también Rodolfo Avila. Entonces iba a haber un edil alperovichista castigado (Loza) y otro alfarista (Avila, a quien todos llaman Johnny).

Los concejales se preocuparon de que ninguno fuera sancionado. Menos aún multado, ¡cómo iban a afectar los ingresos de alguno! Con sabiduría, el reglamento prevé que para este tipo de incidente las sanciones se consigan con los dos tercios de los ediles. Al exigir esa mayoría especial permite que no haya abusos ni locuras para sancionar a un representante del pueblo. Paralelamente, se plantea que las votaciones sean por sí o por no. Este viernes la picaresca del Concejo determinó que llegaran al recinto dos despachos. Uno que planteaba la sanción tanto a Loza como a Avila y otro que sólo exigía castigo a Loza. Un plan perfecto. Cuando se votó el primer despacho no había 12 voluntades (sólo sumaron 10 a favor) para sancionar a ambos. Obviamente, cuando se puso a consideración la segunda opción, tampoco había (el oficialismo de Cambiemos reúne apenas 8 votos) la media docena de intenciones suficientes para el castigo. Ni uno ni otro despacho pudieron reunir los 2/3 que exige el reglamento. Se podría haber elevado primero la sanción a Loza y luego, una vez votada, se podría haber elevado la otra de Avila. No se hizo y todos comieron perdices, menos usted o yo que podríamos sentirnos burlados, o la fundación para personas Down, a la que le habían prometido donar los montos de las multas que se iban a aplicar a los ediles.

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Todo salió a pedir de boca… de los ediles. Ninguno podrá ser estigmatizado por no querer sancionar el papelón. Al contrario, todos entrarán en la historia con sus buenas intenciones de señalar el error. Patrañas. Todos posibilitaron que la piña de Loza les pegara a los ciudadanos y no a ellos.

Chiquilinadas

Los concejales de la capital tucumana superaron a los de Yerba Buena con afán por no sesionar y hasta a los mismísimos diputados nacionales que se enredaron con el papelito de Luis Caputo en el que le mandaba mensajecitos a Gabriela Cerrutti. Estamos tan acostumbrados (periodistas y políticos) a abrevar en estas chiquilinadas que pasó inadvertida la poca seriedad del ministro de Finanzas Caputo, quien pidió desesperado que terminara la sesión porque estaba muy cansado. Hacía varios días que venía preparándose para esa jornada y apenas vio la puerta entreabierta escapó como Natacha Jaitt de Tribunales y con el mismo tono de asustado que el ex ministro de Economía K Hernán Lorenzino cuando repetía “me quiero ir” para no responder las peguntas de una periodista. Primero la farsa, luego las responsabilidades.

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Sin ambages

En ese fango se mueven las principales figuras del peronismo tucumano. El presidente subrogante de la Legislatura Fernando Juri se superó a sí mismo este jueves en el programa “Buen día” de LA GACETA. Dejó de lado sus acostumbrados circunloquios y fue tajante. Dejó entrever que en el peronismo hay que renovar las autoridades del partido. Aunque con algunos ambages dio a entender que el ciclo de Beatriz Rojkés al frente del Partido Justicialista habría terminado y, por último, permitió interpretar que al dupla Manzur-Jaldo debería ir por la reelección.

Quedó al descubierto además un mensaje más claro que el papelito de Caputo a Cerruti: el gobernador Manzur debe definir qué va a hacer.

A los políticos les encanta hablar del folclore de la política. A los jugadores de fútbol, de los códigos del vestuario. Son eufemismos para seguir en la fiesta de disfraces para no afrontar la verdad o para soslayar lo que da un poco de vergüenza y está enfrentado con algunos valores. Y ahora se ha puesto de moda interpretar, elucidar, estudiar, investigar y analizar el “estilo de los gobernantes”. Eso en tucumano básico se traduce en frases como “Manzur es así”. “Son sus tiempos”. “Es su forma de gobernar”. “Da señales sin decir, nada”. “Hay que dejarlo, es un tiempista”. En buen romance, es un indeciso que no se anima a decirle no a Alperovich y que tampoco sabe cómo sincerar esta realidad con su propio compañero de fórmula, Jaldo.

Cuánto más pasa el tiempo, se le va hacer más difícil tomar la decisión al mandatario provincial.

Candidato instalado

Manzur trata de salir de su laberinto a través de la cinta transportadora de un Tucumán exportador, turístico y de buenas ondas. Pero la muerte, los asaltos, la inseguridad lo traen a la realidad. Ahora son los presos los que lo acorralan. Desde el Poder Judicial el ministro Fiscal ha sido pieza fundamental para que se sancione una ley que incentive que vayan más delincuentes a la cárcel. Una medida casi proselitista. ¿Quién podía negarse a esa idea? Lo apoyaron legisladores oficialistas y de los otros. Sin embargo, al ser una medida aislada, sin previsiones, las cárceles no dan abasto, hacen falta más policías. Estos abandonan las calles para cuidar las cárceles. Manzur y su equipo de seguridad miran con desconcierto porque se ha vuelto un bumerán. Edmundo Jiménez sonríe satisfecho. En la sombra de “Pirincho” se ven las siluetas de Alperovich y de Paul Hofer, un fanático de la seguridad provincial, principales beneficiarios del gran desorden en el que ha caído el Poder Ejecutivo.

Alperovich no puede mirar para otro lado, como si él y su gestión no tuvieran nada que ver después de haber gobernado 12 años. Sin embargo, termina capitalizando los yerros de su sucesor. Y, en medio de este maremágnum ha logrado instalarse como el único candidato a gobernador. Mientras tanto, Manzur da vueltas a su estilo y Cambiemos ha iniciado su pelea interna sin definiciones aún.

El disfraz unitario

Antes de los papelitos y del campanazo que salvó a los concejales del ring estuvieron los pasajes al abuso. De los nueve diputados, ocho no tuvieron vergüenza en canjear la plata de los pasajes no utilizados. La excepción fue el ex diputado Federico Masso. Pero en este affaire quedó al desnudo cómo funciona el federalismo argentino. Se descubrió que más grosera había sido la actitud de los diputados de Buenos Aires que tenían igual trato que los del interior. Es decir para ir de sus casas al Congreso recibían 20 tramos de pasajes de avión. Y luego los canjeaban. Eso es parte del federalismo farsante que se vive en el país.

Por eso cuando el primero de abril entró en vigencia la posibilidad de que todos los ciudadanos del territorio utilicen la tarjeta de débito para comprar un caramelo, en Buenos Aires, sonó a una medida de transparencia, pero en algunas zonas tucumanas fue recibido como un chiste de mal gusto.

Algunos comerciantes y la propia Federación Económica de Tucumán pusieron el grito en el cielo. Pero allá arriba no se escuchan los gritos. “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires”, reza un viejísimo refrán que vienen repitiendo desde hace tiempo varias generaciones.

Desde el obelisco, la AFIP ha dispuesto esta obligación fiscal. Ha fijado multas y clausuras para aquellos monotributistas de escalas bajas que no utilicen los famosos POS. En el imaginario de cualquier usuario esto implica más transparencia, menos dinero en negro y hasta más seguridad. Sin embargo, el tucumano, como otros comerciantes del interior, lo sufren. Pensando en ello, la AFIP ha determinado que no se paguen comisiones trasnacionales y hasta libera del pago del alquiler del dispositivo para las tarjetas durante dos años. Inclusive algunos inscriptos recibirán bonificaciones del 50% hasta por seis meses y hasta meses de gratuidad.

Sin embargo, estas paradisíacas ventajas y posibilidades que se abren para todos los ciudadanos argentinos desaparecen apenas se sube por la ruta 307, por citar un simple ejemplo. Ayer mismo u hoy, los que fueron a ver el rally pasaban por verdaderos agujeros negros de conectividad donde ni un simplísimo mensaje de WhatsApp era posible enviar. No es el único lugar tucumano con estos inconvenientes. Porque claramente la Argentina de la 9 de Julio no es la del norte del país. Cerca del obelisco es difícil escuchar la frase “se nos cayó el sistema”. En cambio, por estos lares es moneda corriente.

Hay una ley no escrita que dice que en política hay que llevarse bien con la Casa Rosada porque de lo contrario no se puede gobernar. Desde el poder público ha habido tristísimos ejemplos, como cuando Alperovich y la Legislatura que todo le avaló, cambiaron el miembro de la Corte que habían elegido porque a Néstor Kirchner no le gustaba. Con los años, el federalismo es simplemente el disfraz de un voraz unitarismo porteño. Pero esa realidad no es una creación del poder público solamente; también lo ha acompañado un conformista sector privado. Otras piñas a las que nos hemos acostumbrado.

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