La deuda que nunca se salda

Veamos algunos datos de la ONU para entender de qué hablamos cuando nos referimos al agua, cuyo Día Mundial se conmemoró ayer:

- 844 millones de personas no tienen acceso a agua potable. Es más del 10% de la población global.

- Alrededor de 2.300 millones de personas (más del 30% de la población) carece de infraestructura de saneamiento. Básicamente, de cloacas. De ellos, 892 millones defecan al aire libre.

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- Los chicos mueren a causa de enfermedades prevenibles, producto de la falta de agua y de la precariedad en la que viven. En el mundo, la diarrea es la segunda causa de muerte entre los menores de cinco años.

Tucumán -toda Argentina, claro- forma parte de este mapa del subdesarrollo. La deuda en materia de provisión de agua y de cloacas sigue siendo altísima, a lo que se suman los problemas propios de la comarca: cañerías antiquísimas, sistema colapsado, dudosa calidad del líquido que sale de los grifos, cortes en el servicio y, del lado de la sociedad, una tendencia al derroche que ninguna campaña de educación ciudadana parece capaz de modificar.

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La relación de los tucumanos con el agua es compleja. Será porque sobra cuando llueve -y nos inundamos- y falta cuando hace calor -y nos cocinamos-. Será porque mientras todas las ciudades del mundo fluyen a la vera de sus ríos y se ocupan de embellecer las costaneras, por aquí agredimos tanto al Salí con toda clase de contaminantes que hoy no es motivo de orgullo, sino de preocupación. Atahualpa Yupanqui y el Chivo Valladares le cantaron con más entusiasmo a la luna que a yaku (agua en quechua). Como si hubiera algo en el agua que nos incomoda.

Siempre hubo sospechas sobre la calidad del suministro que llega a los hogares y no sólo porque de tanto en tanto lo que sale de la canilla es sospechosamente marrón y huele mal. Los técnicos de la SAT se ocupan de aclarar que la potabilización funciona bien y que no hay motivos para desconfiar. Pero el agua que usamos proviene de distintas fuentes y los factores que juegan son muchos. Por caso, en zonas de Graneros y de Leales la presencia de arsénico en el agua generó toda clase de estudios. Y de polémicas, claro.

Quedó nombrada la SAT, villana en la película del día a día tucumano por culpas propias y ajenas. La empresa es en realidad un cuerpo de bomberos dedicado a poner curitas en las heridas que a cada rato sufren las cañerías. Hay que cambiarlas a todas -las que llevan agua y las cloacas- lo que cuesta 1.000 millones de dólares. Es la solución de fondo; de lo contrario seguirá la guerra -perdida de antemano- contra un sistema obsoleto, pensado para una ciudad que hace rato dejó de existir. Mientras tanto, las lagunas pestilentes se multiplican y la Municipalidad de la capital lo festeja como un gol. En lugar de trabajar juntos, es más fácil cruzar culpas. Triste.

La carencia de agua potable y/o de cloacas tira abajo la calidad de vida en el Gran San Miguel de Tucumán (desde Yerba Buena a Tafí Viejo, de Las Talitas a Banda del Río Salí-Alderetes), en los restantes núcleos urbanos y en el amplio universo rural. El año pasado se licitó la red que abastecerá a Amaicha del Valle y zonas aledañas, una obra de 110 millones de pesos. En todos los Departamentos hay necesidades insatisfechas en ese sentido y no siempre se trata de caseríos a los que un buen pozo les cambia la realidad.

La inversión en infraestructura, está claro, es la salida. Mucho dinero se necesita, destinado en varios casos a obras que “no se ven”, esas que no son del gusto de la clase política pero que marcan la diferencia entre los estadistas y las aves de paso.

A la sociedad, tan quejosa -sin dejar de tener parte de razón-, no le hacen ruido sus propios pecados. Quien conecta su desagüe pluvial a la red de cloacas está arruinándole la vida al prójimo. Lo mismo cabe para que el deja derrocha, litros y litros que van a ninguna parte, ajeno al sufrimiento de quien seguramente en ese momento clama al cielo por algún corte o por la escasa presión que apenas le aporta un hilito de líquido. Agua que no has de beber, por favor no la dejes correr, sería la consigna.

Dicen que las batallas del futuro serán por los recursos naturales. América Latina cuenta con las reservas de agua dulce más formidables del planeta, o sea que la materia prima está y en abundancia. El déficit es de gestión, vaya novedad. No se trata sólo de cuidar y de aprovechar el agua, también de asegurar derechos básicos. Acá y en todas partes.

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