La contaminación sonora también es peligrosa

La contaminación sonora también es peligrosa

Los especialistas suelen hablar de la contaminación invisible y también alertan de que está tan naturalizado que no sólo no se ve sino que ni siquiera se percibe ni se toma en cuenta. Es el ruido de la ciudad, que a pesar de los estudios realizados y de las campañas de concientización encaradas por instituciones universitarias se mantiene en niveles inaceptables. Una vez que se ha salido de la casa, el tránsito, los bocinazos, los gritos de los vendedores callejeros, los caños de escape, la música a alto volumen que se escucha tanto en una casa como en un auto y hasta en algunos comercios, como las vaquerías y los que venden equipos de audio o celulares. Todo eso mezclado con quienes cantan o hacen música en la calle a cambio de algunas monedas. Tampoco hay que olvidar los trabajos en la vía pública o las obras en construcción, con taladros, martillos neumáticos y otros ruidos de la maquinaria o de los obreros. La industria de la construcción es una de las más contaminantes desde el punto de vista del ruido.

En resumen, los ruidos se han ido apoderando cada vez más de la ciudad. El problema es que nadie puede cerrar los oídos. No hay más remedio que escuchar. Y así ocurre que mucha gente sale al centro o va a trabajar y vuelve malhumorado, estresada, y no sabe por qué. Y es el ruido. Porque, como explican los especialistas, no afecta solamente el oído sino que causa diversos trastornos. E incluso lleva a denuncias públicas -la carta de un lector ayer da cuenta de la falta de paz nocturna en la zona de la rotonda al pie del cerro, en Yerba Buena- y hasta a denuncias policiales.

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Genera malestar, irritabilidad, cansancio, trastornos del sistema digestivo, altera la frecuencia cardíaca y el sistema nervioso. Es un contaminante ambiental, aunque no tenga tanta repercusión como tienen la contaminación visual o la polución ambiental. Pero hace tanto daño como ellas. Y la necesidad de ponerle límite es cada vez más apremiante.

Especialistas de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT midieron hace dos años los ruidos de la ciudad, y según informaron, esos parámetros no han cambiado. En el centro de San Miguel de Tucumán registraron un ruido de 95 decibeles. Para tener más claro lo que esto significa conviene saber que 65 decibeles es el umbral del sonido; por encima de esa intensidad se considerada ruido. Además, según recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), 50 decibeles es la máxima intensidad de sonido para el día mientras que para la noche no debería superar los 30 decibeles.

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Tal vez tanto ruido sea lo que está interfiriendo en nuestros gobernantes -municipales y provinciales- sigan sordos y no hagan nada al respecto. No hay proyectos ni propuestas para ponerle límites a la contaminación sonora. Son necesarias políticas públicas que incluyan campañas de concientización sobre este modo de dañar el medio ambiente y la salud humana. Y también medidas concretas para erradicar o morigerar el ruido de la ciudad, privilegiando el bienestar de los ciudadanos por encima de los intereses sectoriales o individuales.

Quizás un buen punto de partida puede ser tomarse un tiempo y leer la ley 1.540 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que establece varias medidas para proteger a los habitantes, desde la realización de un diagnóstico con mapas de ruidos y vibraciones hasta la elaboración de programas para el control y la corrección de la contaminación sonora.

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