Peligro de que Tucumán sea Nueva York

Peligro de que Tucumán sea Nueva York

Cuando somos niños solemos creer que las estructuras funcionan porque hay líderes atrás que las hacen marchar. Que un país se mueve porque hay un presidente pedaleando o que una provincia dejaría de andar si no tuviera un gobernador empujando. Lo mismo con las empresas y las instituciones. Pensamos que si mañana muriera el dueño de Coca Cola desaparecería esa gaseosa o si una escuela se quedara sin director no habría más clases.

Es la ingenuidad en la mirada de un niño. A medida que vamos creciendo vamos descubriendo, con profunda desilusión, que el papá no tiene la fuerza de Superman y que un maestro no sabe todo.

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Cuando alcanzamos la edad adulta comprobamos que un juez es un ser humano mucho más parecido al panadero de la esquina que a Juan Bautista Alberdi y que el rector de una universidad en nada se parece a Sócrates, y que hasta puede ser más ignorante que cualquiera de nosotros.

Cuanto más escalamos en una estructura jerárquica menos incidencia tenemos en la cadena productiva real, lo que no significa que no podamos tomar decisiones que puedan mejorar o perjudicar esa producción. Incluso un presidente, que puede fundir o salvar a un país con un decreto, no tiene injerencia en la mayoría de los procesos esenciales de una sociedad.

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Gracias a esto, las instituciones, empresas o estados pueden trascender generaciones y evolucionar o involucionar al margen de una gestión. No viajamos al espacio gracias a un presidente o a un empresario, sino como resultado de miles de años de aprendizaje y evolución intelectual y tecnológica. Para construir la ciudad de Nueva York tal como hoy la conocemos hicieron falta casi 500 años.

El mejor ejemplo de que los líderes están sobrevaluados en los procesos productivos somos nosotros mismos. Nuestro corazón late e irriga sangre sin que hagamos nada. Nuestros pulmones respiran y nos oxigenan sin que siquiera pensemos en ello. Como tampoco movemos un dedo para ver, oler o escuchar. Por supuesto que podemos interferir en cualquiera de los procesos de esta fábrica que somos nosotros, pero lo cierto es que hacemos bastante poco para que lo esencial del cuerpo funcione. Y en esta vida moderna cada vez menos, salvo abrir la heladera, tirar la cadena o cepillar los dientes. No mucho más que eso.

Con las instituciones públicas y privadas ocurre lo mismo y Tucumán es un gran ejemplo.

En piloto automático

El gobernador Juan Manzur transita su tercer año de mandato y su gestión, hasta ahora, ha sido una prueba cabal de lo prescindible que puede ser una administración para que una provincia siga funcionando igual de mal que siempre.

Pasará a la historia como la gobernación de los planos. Cada tanto se muestra el plano de algún proyecto: autopistas, centro cívico, centro de alto rendimiento, estadio único, ciudad deportiva, un nuevo dique… Imaginamos que ya habrán creado la Dirección Provincial de Planos para guardar tantos sueños incumplidos.

Tardó más de dos años Manzur en descubrir que tal vez había algún problema en el servicio de agua y cloacas. Quizás los vidrios polarizados de los autos oficiales no le dejaban ver que a la mitad de la provincia le explotan las cañerías con líquidos nauseabundos y que la otra mitad no tiene agua. Entonces hizo lo que indica la regla número uno del manual del buen burócrata: remover a un funcionario. Se fue Alfredo Calvo de la SAT y llegó Fernando Baratelli. Nada más.

En materia de seguridad Manzur fue aún más osado: removió a un especialista en seguridad y a la nueva cúpula policial y en su lugar nombró a un ex gendarme, Claudio Maley, que fue pasado a retiro por el jefe de Gendarmería Nacional, Gerardo Otero, tras enfrentar una causa judicial por el manejo de fondos públicos. Y al frente de la Policía volvieron todos los que habían sido pasados a retiro por la gestión anterior. “Volvió la Policía de Miranda”, es la frase que se repite en Tribunales.

Los resultados ya son elocuentes: 20 homicidios en los primeros 40 días de 2018. Uno cada dos días. Regresaron los asaltos a casas con familias adentro: cinco en enero, aunque estiman que más del doble no fueron denunciados. Y el motoarrebato está rompiendo récords en las calles.

El miércoles Manzur viajó a Dubai junto a un grupo de empresarios para mostrar productos tucumanos. También viajó el gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti.

La agenda oficial es confusa y con gran hermetismo. Trascendió que con el cordobés harían escala en París para intentar arreglar los entuertos del PJ. Lindo escenario para inspirarse. A Dubai (uno de los siete Emiratos Árabes) llegarían hoy. No está muy claro para qué, ya que hoy es feriado religioso y mañana y pasado no hay actividades oficiales. Y no debe ser muy barato pasar un fin de semana largo en Dubai sin demasiado que hacer. La misión oficial regresa a mediados de la semana que viene, pero sin Manzur. No se sabe a dónde se va el gobernador ni con quién. Hay seis días en los que Manzur está desaparecido de la agenda oficial. Sólo se sabe que regresa el 28, presto para encabezar la apertura de sesiones legislativas, el 1 de marzo.

La provincia estará 15 días sin gobernador y podría cundir el pánico ante la posibilidad de que se paralice la producción, de que medio Tucumán se inunde o de que nadie arregle y señalice las rutas y sigan aumentando las muertes en tránsito. Por suerte queda el vicegobernador Osvaldo Jaldo, quien a juzgar por la profusa publicidad radial y televisiva, que se escucha a toda hora por todas las emisoras, está inaugurando obras a lo loco. Si Manzur no vuelve pronto, con Jaldo Tucumán corre el riesgo de convertirse en Nueva York en un poco más de un año que queda de gestión.

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