Memorias de un tucumano

Memorias de un tucumano

Rodolfo Aráoz Alfaro, prologado por Neruda

RODOLFO ARÁOZ ALFARO. Una fotografía de juventud, al bajar del tren en Tucumán, tomada por LA GACETA en los años 1930. RODOLFO ARÁOZ ALFARO. Una fotografía de juventud, al bajar del tren en Tucumán, tomada por LA GACETA en los años 1930.

El tucumano Rodolfo Aráoz Alfaro (1901-1968) fue un abogado de activa militancia en el comunismo argentino, lo que le valió persecuciones y prisiones. Un año antes de morir en Totoral, publicó un libro autobiográfico, “El recuerdo y las cárceles (memorias amables)”. Es un texto de muy amena lectura, que bien merece figurar entre nuestros memorialistas clásicos, según lo subrayó entonces la crítica.

Tenía la particularidad de que firmó el prólogo uno de sus grandes amigos: nada menos que Pablo Neruda. Este expresó que “la narración no da tregua, y en el relato vemos del brazo la elegancia y la crueldad, la ternura de los solidarios, el asombro ante tantos e inútiles desmanes”. Consideraba que “el libro de Aráoz es también la historia vitalicia del honor”, porque al autor, como a su pariente La Madrid, “no lo rindieron prisiones, ni lo mandaron las amenazas”.

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“Atraviesan por estas memorias las ráfagas fragantes de la infancia, las herejías de la juventud, sus correrías de argentino desenfadado por la Europa que palpita entre dos diluvios de sangre, y luego las cacerías de chanchos silvestres entre Ongamira de la Sierra y Tulumba, las siestas de Totoral acompañadas por un coro de gigantescos sapos. Pero fuera de incidencias y accidencias, lo alto de este libro es un soberano encanto, encanto que no se interrumpe, agua mágica que corre contando, hilo que nos teje su historia y su memoria”, dice Neruda.

Le parece que en “estos recuerdos son como cartas dirigidas al tiempo. Y el tiempo, estoy seguro, le acusará recibo. Tiene el racimo de sus uvas un sabor ácido y eléctrico que persistirá. Y serán leídas, alguna vez y más tarde, como leemos a nuestros clásicos sabrosos, Sarmiento, Mansilla, Pérez Rosales, con melancolía y deleite, envidiando hasta sus padecimientos”.

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