Jonathan Swift: El viaje a Laputa

Jonathan Swift: El viaje a Laputa

¿Qué tiene de especial el tercero de los cuatro viajes de Lemuel Gulliver, el personaje de Swift? Este viaje supone que Gulliver fue el gigante del pueblo de Lilliput y el enano en el reino de Brobdingnagian. “Acaso ningún libro haya sido jamás tan solicitado por todas las clases sociales del mundo entero”, dijo Walter Scott.

COMPLETO. La fortaleza del libro no radica sólo en ser una crípctica denuncia a su época, sino todas las capas de lecturas que admite. COMPLETO. La fortaleza del libro no radica sólo en ser una crípctica denuncia a su época, sino todas las capas de lecturas que admite.
11 Febrero 2018

Por Santiago Garmendia - Para LA GACETA - Tucumán

Como la mayoría de las obras de Swift, Los Viajes fue anónima: la hizo arrojar desde un coche a un librero. El librero, de apellido Motte, supo que sería un enorme éxito, pero no pudo evitar inmiscuirse en el texto para editar algunos pasajes socialmente muy problemáticos, además de ingresar algunas alabanzas para emparejar los malos tratos. Lo cierto es que ni se notó la censura porque fue un total escándalo. Es que cada personaje, cada ocurrencia de la obra es una calculada distorsión reveladora. Pero la fortaleza del libro no radica sólo en ser una críptica denuncia a su época, sino todas las capas de lectura que admite. Walter Scott lo señala con lucidez: “Acaso ningún libro haya sido jamás tan solicitado por todas las clases sociales del mundo entero, porque los lectores de la alta sociedad encuentran en él la sátira personal y política; las clases bajas, aventuras de su agrado. Los amigos de los fantástico, maravillas; los jóvenes, ingenio. Los hombres graves, lecciones de moral y política. Y los viejos frustrados, máximas de una misantropía penosa y amarga.”

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Vamos a ver lo que respecta a un segmento que no tuvo en cuenta Scott: el de los filósofos desencantados con la dirección valorativa de la ciencia.

Los primeros viajes Gulliver

Como sabemos, Gulliver recala primero en Lilliput, un reino de miniaturas que pronto desnudan que su pequeñez no se relaciona con su bondad. En este escenario reproduce Swift una maqueta a su vez mínima y grotesca de una nobleza estúpida. Jamás pudo rehacer lazos con la mayoría de los aludidos allí, ofendidos por el ridículo.

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Lilliput vive en conflicto con Beflescu, una ciudad idéntica con la que mantiene sangrientas disputas respecto a dónde se ha de machucar la cáscara del huevo duro para su ingesta. Los liliputienses se empecinan en que deben ser cascados por el lado más angosto, mientras que los blefuscuenses creen que se ha de proceder desde el lado más grueso. Las intrigas son tales, los cuestionamientos de su lealtad al huevo angosto, que Gulliver debe escapar porque pende sobre él una orden real de cercenar sus ojos por haber salvado a la reina de un modo indecoroso. Pueblo chico, infierno grande. Liliput, hoguera total, si me permiten la metáfora.

El próximo viaje de Lemuel lo lleva a los Brobdingnagian, una tierra opuesta a Liliput, donde los hombres son gigantes para el viajero y cuya estatura moral es también mayor. Pero aquí su pequeñez es tomada de forma ornamental por las mujeres de la corte de Brobdingnagian (sí, las mujeres tienen un papel discutible en todo el trayecto). Pronto escapa y vuelve a su tierra natal. Pero su sed de viaje lo lleva a encontrarse con Laputa, nuestra parada.

El tercer viaje: La isla flotante

Es difícil entender estos viajes inverosímiles sino es bajo la lupa del sarcasmo. La ironía cuestiona la realidad a través de sus personajes, pero también abarca al mismísimo género de “libros de aventuras”. Desde la ficción, Swift ataca la sed por lo extraño que movilizaba a los científicos a explorar regiones remotas, que se plasmaba en escritos de gran popularidad. Su blanco parece ser la Real Academia de Ciencias, la gran promotora de tales expediciones. Los viajes de Gulliver son una vuelta de tuerca a la curiosidad científica, que busca criticar juzgar y subyugar lo diferente, pero incapaz de ver o de exponer su propia brutalidad.

La figura del viajero, del coleccionista de rarezas, se relaciona con la tarea de una taxonomía de lo extraño, un álbum de las particularidades que se podían encontrar (y capturar) lejos de Europa, para llevarlas y domesticarlas. En cierto sentido son viajes que antes de zarpar ya han capturado lo otro como extraño, irracional.

Swift nos propone un segundo tipo de viaje, más metafórico y más literal a la vez: el que nos plantea una ficción que nos contacta con lo absolutamente raro, pero que es lo más próximo a la vez. Liliput o Brobdingnagian quedan según la cartografía en latitudes cercanas a Oceanía, pero que nadie intente hallar esos parajes fuera de Inglaterra. Swift nos lleva a las profundidades de sus propias creencias

Bien, Laputa es una isla flotante con base de diamante que utiliza el fenómeno del magnetismo para desplazarse por un continente (Balbinarbi) que tiene una carga eléctrica diferente a la de su estructura y por la que se desplaza gracias a una enorme aguja imantada. Sus habitantes, los laputanos se interesan por ciencias abstractas pero son unos perfectos inútiles. Tan volados que son asistidos por “cachiporreadores “: servidores con instrumentos para darles un golpe si es que los ven demasiado perdidos en sus pensamientos.

Las mujeres de la isla están poco interesadas en las ciencias mencionadas y buscan amantes del continente, por lo que les suelen negar el permiso de desembarco. Laputa no sólo oprime a sus mujeres, sino a los reinos terrestres, chantajeándolos con taparles el sol o lisa y llanamente aplastarlos.

En Swift y la filosofía, R. Goodwin dedica un artículo a la isla llamado “Volatile spirits” donde señala un par de cuestiones interesantes. La actitud de Swift no viene de la ignorancia ni del miedo, sino de un profundo escepticismo (político, diríamos). A ese escepticismo hay que sumarle la rivalidad manifiesta con los académicos de la Royal Society, especialmente Newton, con quien tuvo una amarga decepción por su papel en su condición de experto en monedas, perjudicando al pueblo irlandés. La idea de los “cachiporreadores” parece llegar de Sir Isaac, que necesitaba de alguien que efectivamente lo azuce para retomar el hilo de la realidad. Sucintamente los laputanos padecen del síndrome de hubris, de un narcisismo tóxico.

Pero la de Swift no es una crítica desde la ignorancia. Ahora digamos que es todo lo contrario. Científicos contemporáneos, como Marjorie Nicolson y Nora Mohler, en The Scientific Background of Swift’s Voyage to Laputa (2014), han abordado científicamente la isla. La conclusión es impresionante: es una construcción de enorme destreza teórica. Las autoras demuestran que la isla es la creación con más recursos de la razón creativa de Swift, que parece haber meditado cada detalle de su estructura con toda frialdad, tallando cada rincón con los más nuevos recursos científicos de la época. Por caso implica un profundo conocimiento de las teorías magnéticas de Gilbert. Hasta las dimensiones de la isla son una distorsión sutil y culta. Si cambiamos las yardas por millas de los territorios por los que se desplaza, parece dar exactamente la superficie conocida por entonces del planeta.

O sea que el tercer viaje no es sólo una proyección fantástica, es una distopía científica. Una pieza de la ciencia ficción avant la lettre, donde Swift puso todo su empeño creativo y racional.

Los dos primeros viajes son la desproporción de la pequeñez o de la grandeza física. La monstruosidad de Laputa es la desproporción de una isla que subyuga a la tierra desde los aires, una sociedad científica culta pero inútil que no es más que “ mugre, estupidez y maldad”, según se refiere Swift al género humano.

Laputa es una obra dentro de la obra donde se presenta una visión divergente de la dirección de la ciencia y de la técnica, casi cien años antes del Frankenstein de Shelley.

(c) LA GACETA

Santiago Garmendia - Doctor en Filosofía, profesor de la UNT, escritor.

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