“Los seres humanos, entre una mentira y el vacío, preferimos la mentira”

“Los seres humanos, entre una mentira y el vacío, preferimos la mentira”

Es uno de los escritores más destacados de Latinoamérica. En esta entrevista habla sobre la relación de sus libros con la historia política colombiana, los populismos latinoamericanos, la libertad de expresión y la literatura después del boom. Señala que las fuerzas de la vida pública tienen una presencia dolorosamente clara en nuestras vidas privadas. “En nuestras vidas la política tiene el papel que entre los griegos tenían los dioses y el destino”, concluye.

14 Enero 2018

Mi primera aproximación a Juan Gabriel Vásquez fue hace unos años, cuando leí en un suplemento literario el título El ruido de las cosas al caer. Como señalara Alberto Manguel en la charla que mantuvo con Vásquez en la Biblioteca Nacional, un libro con semejante título no puede dejar de leerse. Lo leí en una isla griega, de un tirón. A partir de un famoso accidente aéreo que ocurrió en Bogotá, y por ende de los ruidos que revelaba la caja negra del avión mientras se desplomaba, se entrecruzan una historia individual y la historia de todo un país al que Pablo Escobar le declaró la guerra. Con ese libro obtuvo el premio Alfaguara a los 38 años. Después fueron cayendo en mis manos los otros libros de Vásquez, no menos deslumbrantes, y años más tarde nos cruzamos algunos mails intentando encuentros siempre fallidos: cuando yo iba a Colombia él estaba en Barcelona o cosas así. Hasta que el lunes 4 de diciembre subió a mi auto en la esquina de Callao y Perón. Almorzamos en el patio de una librería de Palermo, donde nos encontramos de casualidad con Martín Kohan (que le dedicó Dos veces junio), y tomamos un café en el barroco lobby del Hotel Savoy, en cuya habitación 111 vivió Eva Perón, a principio de los años 40; y que en 1925 recibió en sus salones a Albert Einstein.

- La idea de novela total, que vos reivindicás, podría contraponerse a dos tradiciones: la de García Márquez, que apunta no a interpretar explícitamente un país en su totalidad, sino a aspectos más míticos; y la otra que encarna César Aira, que sería descifrar el mundo partiendo de un hecho nimio, lo que lleva a las micronovelas.

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- Yo crecí como lector de estas grandes novelas latinoamericanas, que se empeñaban muy voluntariamente en recrear un momento social respetando su complejidad, y durante muchos años mi idea de lo que debía ser una novela pasaba por ejemplares como Cien años de Soledad, pero también de Conversación en la Catedral de Vargas Llosa o Terra Nostra de Carlos Fuentes, y estas novelas como herederas de esos mundos complejos de Faulkner, del Ulises de Joyce, de El hombre sin atributos o En busca del tiempo perdido. Lo que he intentado hacer en mis libros es estilizar esa idea, reducirla sin que pierda complejidad, pero con un diferencia fundamental, que es la primera persona. En todas esas novelas el talento para abarcar una sociedad se basaba en las convenciones de la novela realista decimonónica, que implica una tercera persona que va y viene cambiando de registros sociales. Para mi la primera persona, como instrumento para respetar la subjetividad de nuestra experiencia, es muy importante.

- ¿Qué significa el hecho de que, en casi todas tus novelas, hay un entrecruzamiento entre lo privado y lo público, entre lo que le pasa a un personaje y lo que le pasa a toda una sociedad?

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- En el campo de la novela toda poética es, al mismo tiempo, una ética. Y si hay algo en lo que yo pudiera cifrar mi idea de la ética novelística sería mi obsesión por ese cruce de caminos donde se tocan las vidas privadas con las vidas públicas de los países. Ese espacio donde las fuerzas que llamamos historia se cruzan con las vidas íntimas de la gente.

- En la Argentina ocurrió ese fenómeno que se dio en llamar la grieta: consistió en que, por la política, se quebraban y quedaban divididas las familias o las amistades. Eso también se veía en Amarcord, con el fascismo. La transversalidad política, la vida pública, parecía imponerse sobre la vida privada.

- En nuestros países, el talento que tiene la política para volverse algo personal es muy fuerte. Las fuerzas de la vida pública tienen una presencia en nuestras vidas privadas dolorosamente clara. Eso es lo que yo estaba tratando de explorar en El ruido de las cosas al caer. Es mi intento por entender cómo las bombas, los asesinatos de políticos, la violencia de la guerra contra las drogas nos moldeó la vida también a los que simplemente compartíamos el mismo lugar y el mismo tiempo. La convicción de que haber atravesado los años del narcoterrorismo cambió radicalmente nuestra manera de ser hijos, padres, amantes, amigos. Cambió nuestras vidas íntimas. La escritura de la novela pasa también por ahí. En nuestras vidas de principio del siglo XXI la política tiene el papel que entre los griegos tenían los dioses y el destino, son fuerzas que moldean nuestras vidas. Y la novela es el mecanismo más certero para entender cómo sucede eso.

- Si pudiéramos ensamblar El ruido de las cosas al caer y La forma de las ruinas la pregunta sería cuándo se jodió Colombia. En El ruido... se pensaría en el momento en que Pablo Escobar decidió implantar una suerte de narcoestado terrorista, pero en La forma de las ruinas parecería ser el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, en el año 48.

- Estas dos novelas se hacen esa pregunta de modo insistente. Y esa pregunta flota, de un modo más indirecto, en Los informantes. Si hubiera que escoger un momento, sería el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril del 48, porque con ese asesinato comienza la violencia, los años de guerra civil entre liberales y conservadores que van del 48 al 56, que causan 300.000 muertos, una herida grande que marca la vida de mi país. Todo lo que vino después, el auge de las guerrillas marxistas, el surgimiento y los horrores del paramilitirismo de extrema derecha como respuesta, el surgimiento del narcotráfico que alimentó el conflicto militar entre guerrillas, paramilitarismo y Estado, todo eso sale de ahí, del 48 al 56. Todas las demás ramas crecieron al amparo de la violencia de los años 50.

- El asesinato de Rafael Uribe Uribe, que fue anterior, ¿no fue igualmente determinante?

- Fue en 1914 y, aunque tiene muchos parecidos muy sospechosos con el de Gaitán, entre los dos hay una ruptura. No hay una causalidad. Todas las violencias se remiten al 48.

- El bogotazo, que sucedió inmediatamente después del asesinato de Gaitán, ¿fue una respuesta equivocada a ese crimen?

- Fue una rebelión popular después de que se percibiera que los culpables del asesinato de Gaitán salían del régimen conservador. Y el bogotazo terminó con 3.000 muertos, una ciudad incendiada y mucha gente inocente pagando los platos rotos. Excesos de la policía, del ejército, del Partido Comunista. Sí, ahí empezó una cadena de rebeliones que no tiene la densidad para llamarla revolución.

- En La forma de las ruinas ese entrecruzamiento de lo público y lo privado se centra en un coleccionista un poco demencial que se apropia de una vértebra de Jorge Eliecer Gaitán.

- En el año 2005 yo vivía en Barcelona y estaba pasando el verano europeo en Colombia con mi esposa, que estaba embarazada de nuestras hijas gemelas que debían nacer en noviembre. Por una serie de accidentes que empezaron a suceder en agosto, el parto se adelantó, las niñas nacieron de seis meses y medio, y tuvieron que pasar muchas semanas en una incubadora.

Ese período en que yo iba a una clínica colombiana dos o tres veces al día coincidió con mi encuentro con un médico bogotano, que había leído Los informantes, donde se menciona el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, y que me dice: yo tengo algo que mostrarte. Me lleva a su casa y saca una vértebra de Gaitán con el agujero de una de las balas que lo mataron y, además, una parte del cráneo de Rafael Uribe Uribe, que fue un senador colombiano asesinado en 1914 a golpes de hachuela en la cabeza, y este médico me muestra el cráneo roto por las hachuelas de los asesinos. Entonces yo me encuentro en esta situación fantasmagórica y alucinante en que tengo en mis manos los restos de la violencia colombiana, la vértebra perforada de Gaitán y el cráneo de Uribe Uribe. Y me despido de este hombre y vuelvo a la clínica para tener a mis hijas en mis manos. Esta situación rara, pasar de tener en las manos la violencia pasada colombiana a tener el presente de mis hijas, parecía una mala metáfora de una mala novela.

- Dos muertes, dos hijas.

-: Sí, no había pensado en eso. Y sobre todo la pregunta de cómo heredarán ellas ese pasado violento. ¿Cómo se transmite la violencia de generación en generación? Fue una vivencia en carne propia. La pregunta era cómo los asesinatos que moldearon la historia de mi país iban a moldear la historia de mis hijas. ¿Cómo hago yo para protegerlas de eso? Mi vida ha recibido el legado de esos asesinatos, yo crecí con un fusil de la guerra de los 1.000 días, que perteneció a un bisabuelo, guardado en el armario de mi casa. Fantasmas de la historia muy reales. Y de esas preguntas sale toda la novela La forma de las ruinas.

- En La forma de las ruinas un tema importante es la idea de conspiración, dado que en torno del crimen de Gaitán se generaron muchas hipótesis, y vos lo comparás con el crimen de Kennedy.

- Una pregunta que me apasiona es quién escribe la historia. ¿Quién tiene el derecho a contar nuestra historia? ¿Por qué alguien tiene los medios para imponer un relato? Y las teorías de la conspiración empiezan a surgir cuando se advierte que el relato que ha contado la historia es mentiroso, está falseado, o momentos importantes de esa narrativa son mentirosos. En el mejor de los casos, las teorías de la conspiración son mecanismos de defensa contra eso. Luego hay desórdenes, la paranoia, que también desembocan en la conspiración. La extrema derecha es muy amiga de las teorías de la conspiración por su propia paranoia. Los seres humanos, que somos criaturas narrativas, entre una mentira y el vacío preferimos la mentira, porque es algo. Una historia mentirosa la preferirás a la opción de no historia. Entonces, ¿cómo moldea eso nuestra relación con el pasado?

Libertad de ofender

- En esto hay una tensión entre dos ideas: de un lado la reputación, el honor, y del otro la libertad de prensa. Cuando leí este libro, en la Argentina estaba sucediendo un episodio curioso: el caricaturista más connotado del país, Hermenegildo Sábat, había publicado en Clarín una imagen de Cristina Kirchner con un broche en la boca, y todo el kirchnerismo salió a denostar a Sábat diciendo que querían acallar a Cristina, que era violencia de género, etcétera- Le hicieron un linchamiento simbólico. Entonces, hasta qué punto el ofendido con poder no puede destrozar al caricaturista. Esto se vincula también con lo de Charlie Hebdó.

- Espero que estas sean tensiones en la novela y que la novela no tome partido. Cuando sucedió lo de Charlie Hebdó yo me metí en muchos líos por defender la libertad de ofender los sentimientos religiosos de cualquiera, eso forma parte de la libertad de expresión. La libertad de expresión no existe con la palabra pero. Salmán Rushdie llama a esto las brigadas del pero. Los únicos límites están en la ley penal, se llaman calumnias. La conquista de la libertad de expresión implica aguantarnos lo que no nos gusta, sobre todo la burla y la ofensa. Pero cuando se publicó Las reputaciones, y empecé a viajar para hablar del libro, siempre en mis conversaciones estaba presente la pregunta de si esas cosas pasaban realmente en Colombia, si un caricaturista puede ser lo suficientemente poderoso para que su vida corra peligro. Y luego pasó lo de Charlie Hebdó, con lo cual la cosa cambió, y ahora tú me cuentas lo de Sábat…

- Hasta tañ punto que en ese momento yo tenía un programa de televisión y lo llamé por teléfono a Sábat para que fuera, me atendió amablemente pero no quiso ser entrevistado, porque tenía temor o no quería echar más leña al fuego.

- Claro, es que el poder de corrosión del humor gráfico tiene una característica: cuando la víctima intenta responder queda más en ridículo. No se puede responder a una caricatura. Y eso lo saben y por eso les duele y les resulta irritante cuando la caricatura marca la imagen de un político. Una columna se puede contestar en sus mismos términos; una caricatura, no.

- Vos has intentado decodificar en tus libros la historia de Colombia. Me siento tentado de preguntarte por qué crees que Colombia, a pesar de todo, no cayó en el populismo cuando varios países de lationoamérica cayeron.

- Nunca lo he sabido. Lo que distingue a Colombia es que el estado casi ininterrumpido de violencia en los últimos 60 años ha estado acompañado de cierta estabilidad en las instituciones. Algo raro. En los años 50 hubo una dictadura militar, que dejó un rastro de sangre, pero no es ni de lejos comparable con lo que pasó en la Argentina o en Brasil. Fue una dictadura que cedió el paso a un arreglo entre élites que duró 16 años, para alternarse en el poder. Eso condujo a un temperamento político que ha sido alérgico al populismo. Ahora, los gobiernos de Álvaro Uribe fueron un populismo de derecha, con todos los rasgos del populismo: la polarización de la sociedad, el antielitismo... Uribe se presentaba como un hombre del pueblo, del campo, que actuaba contra las élites; el antipluralismo, los que no estaban con él estaban contra el pueblo. Era un antiliberal. Tenía todos los rasgos del populismo. Y sin embargo también contra eso la sociedad colombiana encontró anticuerpos, es una de las grandes paradojas de mi país.

- Podríamos pensar que el hecho de que la guerrilla nunca terminara imposibilitó que volviera travestida, gramscianamente, en populismo.

- Sí, creo eso. El hecho de que la guerrilla durara tanto fue un antídoto contra los populismos de izquierda. Pero a la vez el auge de las guerrillas en los 90 provocó el populismo de derecha de Uribe.

Populismo y posboom

- ¿Y cuál es tu postura frente a los populismos de izquierda de latinoamérica?

- Son fenómenos lamentables, negativos para las democracias. En el caso de Venezuela, uno de los países más ricos se ha convertido en un Estado fallido, en la práctica ya se lo puede llamar una dictadura, puesto que hay represión, presos políticos, censura de prensa, violencia desde las instituciones. Teniendo eso como extremo, con distintas intensidades también Correa en Ecuador y Ortega en Nicaragua han coqueteado con las mismas veleidades antidemocráticas, la ley mordaza en Ecuador y la guerra personal de Correa contra algunos caricaturistas ha sido célebre, y lo de Nicaragua es obsceno por el nepotismo y la corrupción. También Cristina Kirchner persiguió a sus opositores, aquí hubo persecución a medios y periodistas críticos. Estos populismos han subido al poder dentro de las reglas de la democracia para instalar versiones degradadas de la democracia. Y eso tiene consecuencias a mediano y largo plazo con las que estaremos lidiando muchos años.

- ¿Cómo caracterizarías el posboom latinoamericano?

- Podría pensar en algo así: generaciones que han crecido en una tradición modificada por el boom. La generación de García Márquez, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, y sus padres inmediatos, pongamos Borges, Onetti, Rulfo, cambiaron nuestra manera de entender la lengua y la identidad latinoamericana. Para Borges fue una conquista el derecho de escribir no apoyado en Rómulo Gallegos, en Jorge Isaacs, sino en Kafka o Chesterton. Esa generación nos legó el derecho a apropiarnos de la tradición universal. El derecho a contaminar nuestras influencias. Eso fue muy importante.

- Alan Pauls dice que Roberto Bolaño le puso la tapa al boom latinoamericano. Pienso que es verdad, aunque no sé si por los mismos motivos que esgrime Pauls. Para mi el boom pensaba latinoamérica como conjunto, hilvanada, desde cierta utopía revolucionaria, mientras que Bolaño sigue pensando latinoamérica como unidad, y pienso particularmente en Amuleto, pero ya desde la perspectiva de toda una generación enviada al matadero en pos de aquella utopía fallida. ¿Cómo te inscribirías en esta secuencia?

- Yo soy 20 años menor que Bolaño. Y esa experiencia de unidad artificiosa que produjo la revolución cubana ya se había filtrado de una manera muy radical. Yo nací cuando ya Heberto Padilla había sucedido. He escrito mis libros con una idea de lo que es una novela política muy distinta de la del boom. La presencia que tiene el mundo político en mis libros pasa más por la manera en que la política opera en una novela de Philip Roth que por la manera que sucede en García Márquez. Es una transformación que ocurre en lugares invisibles. Y mi generación no gira ni remotamente en torno de un fenómeno como la revolución cubana.

- Podríamos pensar que lo que ocurrió después del boom y después de Bolaño es la irrupción de escritores que ya no piensan Latinoamérica en conjunto, sino desde las particularidades de cada sociedad, y así aparece un Padura para Cuba o un Vásquez para Colombia.

- Es probable. Los que escribimos este tipo de novelas que tratan de ser políticas sin hacer política, que tratan de explorar el efecto de los grandes movimientos históricos en nuestras vidas íntimas, que es lo que le pasa al narrador de El hombre que amaba los perros, responden a inquietudes privadas, no intentan explicar nuestra identidad como continente, que era lo que estaba detrás de Terra Nostra o Cien años de soledad.

© LA GACETA

Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) es autor de las novelas Los informantes (escogida por la revista Semana como una de las más importantes publicadas en Colombia desde 1982), Historia secreta de Costaguana (Premio Qwerty en Barcelona y Premio Fundación Libros & Letras en Bogotá) y El ruido de las cosas al caer (Premio Alfaguara 2011, English Pen Award 2012). Sus libros se publicaron en 16 lenguas y una treintena de países con extraordinario éxito de crítica y de público. Ganó dos veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. En el año 2012 ganó en París el Premio Roger Caillois por el conjunto de su obra, otorgado anteriormente a escritores como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes.

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