La esperanza es lo último que se pierde

La esperanza es lo último que se pierde

Expresa ese afán de alcanzar lo que se desea, tanto en lo más pequeño como en lo trascendental.

La esperanza es lo último que se pierde

Mirada que arroja el anzuelo en el más allá del deseo. Una sonrisa danza en el parpadeo. Se aferra a la confianza. A la fe. Se concentra. Implora el favor de los dioses. Se alimenta con ambiciones. Anhelos mezquinos, generosos. Solidarios. Megalómanos. Perversos. El querer ser, el querer que ocurra. Mirada que sueña con una justicia que caiga sobre los opresores, los que prometen y no cumplen, los corruptos, los que se roban la ilusión de los pueblos. Mirada que reza en un quirófano. En un campo de concentración. En la antesala de la muerte. Dicen que es lo último que se pierde. Mirada que se mira hacia adentro, cruza los dedos. Deja el corazón a la intemperie para que la esperanza lo acune con los trinos de la vida.

Es el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. El que carece de alguna cosa, material o espiritual, sueña con que suceda algo que modifique su realidad que puede ser adversa o no. La esperanza es una buena compañera del ser humano. Está presente en sus deseos más pequeños o más trascendentales. Es individual, pero también colectiva. Se tiene esperanza de una mejor calidad de vida, de un salario más digno, de ganar el telekino, de que se concrete un ascenso laboral o un viaje, de que su equipo de fútbol se consagre campeón, de que luego de tantos vaivenes, el país salga finalmente adelante, de curarse de una enfermedad o de poder sobrellevarla con dignidad. Cuando está por concluir un año o un ciclo de abre la esperanza de que el próximo será más benévolo o benéfico. ¿Es propia de la religión? ¿Es sobrenatural? ¿Necesitamos la esperanza para vivir? ¿Se puede vivir sin ella? ¿Es sinónimo de vida nueva? ¿Cuál es su esperanza o desesperanza? “Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”, decía el poeta Khalil Gibran.

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Un motor vital

Nilda Chiarello - Cantante - bioquímica

Cuando algún curioso desprevenido abrió la caja de Pandora, dejando salir toda suerte de infortunios y calamidades, la esperanza agazapada, quedó acorralada por Prometeo, quien cerró a tiempo este “regalo” enviado por los Dioses. Desde la mitología, filosofía y poesía la voluble esperanza tuvo tanto detractores como defensores a lo largo del tiempo. Posterga la agonía, dicen unos, aludiendo a la ilusión perdida cuando no ocurre lo esperado. Dante, sin embargo, advierte a los que ingresan al infierno, abandonar toda esperanza. Ante tanta discrepancia secular, la etimología acude en nuestra ayuda. Del latín sperare, esperanza involucra esperar, verbo este con dirección única, hacia adelante. Así la esperanza en cuanto potencia, se nos devela como oportunidad, posibilidad de cambio y respuesta a la búsqueda de esos intersticios vitales donde concretar nuestro deseo. Ese motor vital que habita en lo desconocido y acciona en el futuro, encuentra en ella y sus dotes nutricias, la oportunidad de ser. En esa hoja en blanco “esperamos” ser lo que no somos, que cambie la realidad adversa, lograr lo que no pudimos. Aun a sabiendas de una esperanza efímera y frágil que se desmorona constantemente pero que vuelve a gestarse con rapidez, ya que su ausencia torna nuestro aire irrespirable: vacía de deseo nuestro porvenir. “La esperanza nunca es vana”, canta Borges en la milonga a un cuchillero. Quizás tenga razón y sea Pandora y no Prometeo la que cerró la caja, resguardando la esperanza para nosotros; para cada día después de la desilusión o para cuando el almanaque marque que todo vuelve a comenzar.

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Está por venir

Donato Grima - Pintor

Hace dos años, el 51% del padrón electoral tuvo la esperanza que algo podía cambiar -para bien- en este país. Hoy, esperanza es solo una palabra abstracta llena de significados y desesperanzas. La esperanza de la espera dio lugar a la esperanza del deseo es decir, la sociedad argentina todavía espera políticos honestos, dirigentes honestos, gobernantes honestos, empresarios honestos, pero esto es, en definitiva, solo una expresión de deseo. Hambre, humillaciones, analfabetismo, violencia en todas sus expresiones en una sociedad corrupta que da como resultado políticos corruptos que nos representan y gobiernan, pero, como dice el refrán popular: “del mismo cuero sale la lonja”. Un horizonte móvil cada vez más lejano para nuestros hijos; niños circenses en los semáforos recibiendo con dignidad una moneda por su trabajo de malabaristas; el pequeño haragán que se desliza en los parabrisas, es el “mouse” de los indigentes; conductores alterados por este espectáculo cotidiano que recuerda que todos somos culpables y sin posibilidades de cambio que, paradójicamente, mantiene la esperanza de un bien que está todavía por venir y que los argentinos esperamos. Esperanza es, en definitiva, el deseo de un país más solidario en el que los niños y jubilados vuelvan a sonreír.

El tamaño del deseo

María Eugenia Bestani - Profesora de Letras

Para las matemáticas, esperanza es un índice probabilístico; para la doctrina católica, una de las tres virtudes teologales; para Aristóteles, el sueño del hombre despierto, un autoengaño, un motor para seguir viviendo. La filosofía cifra la pregunta en si la esperanza humana tiene razón de ser, o en qué podemos basarla después de las atrocidades de Hiroshima o Auschwitz. Para la literatura, es uno de los temas más persistentes. Se la puede rastrear en sus distintas versiones a través de personajes paradigmáticos. En su cara menos saludable, Samuel Beckett nos presenta a dos vagabundos diletantes, de movimientos repetitivos desprovistos de sentido. En su eterna parálisis, esperan a alguien de quien solo saben el nombre: Godot (incluso dudan de él), con la esperanza de que ese ser desconocido les cambie la vida. Uno de ellos cita (mal) un proverbio bíblico 13:12: “diferir la esperanza enferma el corazón”. No es saludable depositar nuestro sentido de la felicidad en algo tan externo e incierto. Thomas Hardy, en un celebrado poema, habla de la esperanza de la esperanza misma, contra toda desesperación. En una tarde espectral, marcada por el fin de año y el fin de un siglo, un sujeto completamente desolado oye el canto de un zorzal. Ante el portento se dice: “en ese feliz canto temblaba alguna bendita esperanza, que él conocía y yo ignoraba”. La esperanza tiene el tamaño de nuestro deseo; se alimenta del compás del tiempo. Otra versión benévola relacionada ya con el poder de la esperanza para sostenernos en la angustia, la ofrece el novelista libanés Amín Maalouf. En su libro Los desorientados dice: “más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación”.

El yo y el nosotros

Abel Sayagués - Poeta

La esperanza en sí no pertenece exclusivamente a una religión, sino más bien a la raza humana por naturaleza, sobre todo en los momentos más duros de la vida, adónde uno busca ver una lucecita aunque sea diminuta y muy necesaria. Está inserta en el mismo gen del hombre, no siendo sobrenatural sino más bien tan natural como la vida misma. La esperanza es el combustible que todos o la mayoría necesitamos para dar los pasos hacia adelante soñando un mejor mañana. El que vive sin ella quizás es porque le sobra confianza en lo que hace o carece de proyectos por más pequeños que ellos sean. Es sinónimo de la vida misma, y más que de una vida nueva de una vida más acorde con los deseos concretados de uno en cualquiera de los ámbitos que se proponga realizar. Mi esperanza es que las cosas verdaderas para el alma se construyan y lleven a cabo en forma colectiva, convirtiendo el “yo” en “nosotros”, dejando de lado el individualismo y sus mezquindades, así creceremos como pueblo y como personas.

¿Quién la pintó de verde?

Elena Pedicone - Doctora en Letras

¿Quién pintó la esperanza de verde? A pesar de que todos sabemos que la esperanza es un estado de ánimo -carece de aspecto sensible-, no dudamos en pintarla de verde. Este color, que también aparece relacionado en nuestra cultura al “viejo verde” y al “chiste verde”, es ante todo el color asignado desde tiempos inmemoriales al símbolo de la esperanza. Preguntarnos quién utilizó por primera vez la expresión “verde esperanza” se presenta como una tarea condenada al fracaso. En los vastos repertorios de las frases hechas, resulta imposible fijar una fórmula en la línea del tiempo. Sin embargo estas expresiones que circulan con total naturalidad como voces colectivas, pueden ser miradas con un sesgo de erudición si atendemos algunos testimonios que dan cuenta del porqué de los dichos; en nuestro caso, la razón por la cual el color verde es desde antiguo relacionado a la esperanza. Un pintoresco escritor español conocido por el raro seudónimo de Doctor Thebussem (su nombre era Mariano Pardo de Figueroa) cita entre otros testimonios, uno que nos interesa. Se trata del italiano Ludovico Dolce quien en sus Dialogo di Colori (Venecia, 1565) dice que el verde que cubre los campos y que llena los árboles, señala la esperanza de que la tierra dará sus frutos. Y porque el verde es el color natural de las hierbas y plantas cuando están en plenitud, recordamos un verso de otro inmenso español, el místico Fray Luis de León, que refiere la postura verdolaga del que decide llevar una vida retirada del mundanal ruido, en un huerto que “ya muestra en esperanza el fruto cierto”.

Combustible del alma

Mario Albarracín - Artista plástico

La esperanza va atada al deseo de todo ser humano. Es el alimento del optimista, la luz al final del túnel. Las religiones basan sus cimientos en la esperanza de una vida eterna, nadie sabe si esa eternidad existe. Teniendo en cuenta que en un año luz, la vida de un hombre es casi un segundo, parece demasiado grande el premio. Sin embargo la esperanza cotiza bien en el turismo religioso o en las nuevas iglesias televisivas que invadieron los viejos cines. El dinero es el dios con más creyentes en este universo de los deseos. Los juegos de azar son el negocio de la acumulación de muchas pequeñas esperanzas que esperan la salvación de la suerte. Gana uno, pierden miles. Pensemos que el hombre primitivo era nómade, dejaba su suerte al porvenir. Cuando el hombre se hace sedentario, ya no mira hacia adelante, mira al cielo, necesita creer. Hoy estamos bombardeados de información constante, la esperanza se disfraza de publicidad, casi no podemos decodificar todo lo que llega a nuestras cabezas y ya estamos soñando con ser felices con viajes de ensueño, autos modernos, vidas de película que nunca tendremos, pero deseamos. Como dijo Galeano, citando al cineasta Fernando Birri: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.

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