Pasión descolgada de una barba

Pasión descolgada de una barba

Budapest, 1881. El corazón del piano se inflama de sentimiento en un allegro appasionato. Arrebato que estrena preguntas. Dudas. Contradicciones. Desesperación. Incomprensión. Miradas que acarician. Frenesí que sacude corcheas y se descuelga de la barba, mientras la orquesta incentiva sus deseos. Afiebrado requiebro. Abrazos que besan. Besos que abrasan. En el Si bemol mayor de ese opus 83, las volutas del habano de ese hamburgués están arropando el amor en el teclado.

Düsseldorf, 1854. Clara Wieck ha dejado súbitamente de tocar el piano. La indecisión late en sus pupilas. Se para. El rubor mira a su marido que está deshojando una sinfonía en el pentagrama. Traga saliva y comenta con pudor: “Mucho me temo que el joven Johannes se ha enamorado de mí”. Las negras y blancas siguen fluyendo en el silencio. Un pizzicato de ternura se asoma en la mirada de Robert Schumann: “Me sorprendería mucho si no fuera así”. Pausa. Prosigue componiendo.

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Hamburgo, 7 de mayo, 1833. Los vientos del Mar del Norte sacuden la pobreza y la alegría en el hogar del trompista y contrabajista Johann Jakob y de la costurera Johanna Nissen, diecisiete años mayor que él. A nadie extraña que de la simbiosis de dos Juanes nazca un Johannes.

La curiosidad del changuito desparrama ocio por el puerto. Leyendas nórdicas ensanchan sus pesadillas. El piano es un amigo. Otto Cossel es su breve maestro porque al poco tiempo dirá que nada tiene que enseñarle. Al niño le interesa la composición y Eduard Marxsen será su nuevo profesor. Una enseñanza le dejará: la disciplina. Pasa horas alborotando la música en cervecerías, tugurios y ambientes prostibularios (“semidesnudas, las chicas me sentaban en sus rodillas entre baile y baile, me acariciaban, me besaban y me fastidiaban. ¡Esa fue mi primera impresión de las mujeres!”)

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Otras cosas también le suceden: “No cesaba de componer y mis más bellas ideas me venían cuando volvía al amanecer y me ponía a limpiar los zapatos. Durante el día arreglaba marchas para las bandas y de noche tocaba en los cabarets”.

1848. Joseph Joachim tiene 16 años cuando los duendes de su violín hechizan Hamburgo. Cinco años más tarde serán hermanos en la música. El Re mayor del opus 77 los abrazará en 1879. Johannes debuta como pianista, pero el éxito no lo ofusca. No es Mozart, ni Mendelssohn, pero el genio asoma en su cabeza. Lee a Sófocles, Cicerón, Tasso, Dante, Goethe, Schiller. En Weimar le estrecha la mano del talento a Franz Liszt. Éste le interpreta maravillosamente el Scherzo y le ofrece su Sonata en Si menor. Johannes se duerme y luego sale precipitadamente. “Sentí que no podía quedarme allí. Hubiese tenido que mentir o disimular, cosa que no hubiera podido hacer”, comenta.

1853, 30 de septiembre. Schumann le pide que toque algo. Brahms le arrima su Sonata en Do mayor. “¡Deténgase, joven! ¡Clara, ven urgente y escucha!” Robert escribirá: “Al fin ha llegado el hombre de sangre joven... lleva los signos de un elegido...” Una honda amistad anuda con los Schumann. 1856, la muerte ataviada de locura se lleva a Robert.

Tiempo después Johannes desamarra en cartas su amor por Clara, pero ella, 14 años mayor que él, lo esquiva sin quebrar el hilo del afecto. Dolor, frustración. Enojo. Una decisión: no casarse. Aunque otras mujeres se menean en su sístole y diástole, solo Clara lo estremece por completo. Ella lo sabe, pero se hace quizás la distraída. Platónico le llaman al amor. Una Rapsodia en Si menor estalla en el opus 79 de la melancolía y la desesperación. Con Agathe von Siebold casi pisa el altar, pero Clara conjuga estratégicamente los verbos preferidos de su alma y el compromiso se trunca.

Se afinca en Viena. Admira a Beethoven. La fama alimenta su barba. Baladas, intermezzos, conciertos, un Réquiem, sinfonías y lieder navegan por Europa. Disputas con Liszt y Wagner. Su carácter se torna agrio, a menudo es grosero. “No me gusta hablar de mí mismo ni de mi singularidad. La razón es simple: tengo necesidad de una soledad absoluta, no solo para hacer todo lo que me sea posible, sino sencillamente para pensar en mi trabajo”, dice.

1896. Muere Clara. Siente que toda su vida se ha ido con ella. Demasiado tarde para otro amor. Su hígado conversa ya con el cáncer. Viena, 3 de abril de 1897. El alma de Johannes Brahms bracea en un vaso de vino del Rin. Su eternidad se está agitando en el viento.

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