Un verbo que cuesta conjugar

Un verbo que cuesta conjugar

En abril, Julia Pomares cerró su discurso de la cena anual de Cippec: “tenemos que administrar mejor la tensión entre lo individual y lo colectivo. Necesitamos preguntarnos qué estamos dispuestos a perder para que todos ganemos”. La presidenta del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento fue aplaudida por largo rato. Empresarios, funcionarios -nacionales y provinciales- y hasta algún gobernador saludaron el discurso. Eran más de 1.300 de los líderes que manejan la Argentina.

Este electoral y convulso 2017 se está despidiendo para no volver nunca más. No es un año más. No va a pasar inadvertido. En estos 365 días los argentinos han estado reflexionando sobre qué país quieren tener y cuál será la decisión final que tomarán en 2019. Al mundo le pasa algo parecido: sus conductores lucen desconcertados porque la historia los está desafiando a hacer algo distinto de la rutina que los vio nacer.

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Con una sonrisa incapaz de desentonar con su vestido rojo y su saco color marfil, Pomares había dado en la tecla. Había advertido la necesidad de que el país debía construirse desde lo colectivo -no desde lo individual- y, especialmente, había interpelado a todos los que manejan el país qué estaban dispuestos a ceder para que la Argentina pudiera ver sus problemas y empezar a solucionarlos. Ceder. Ese fue el verbo que todos aplaudieron, pero que pocos escucharon.

Ha sido un año de pulseadas y de enfrentamientos, de dientes apretados y de fuerzas indómitas. Ha aflorado la violencia y el miedo. Por eso LA GACETA propone un puñado de ideas para construir y para pensar que Tucumán, como el país, tienen de qué sentirse orgullosos y de qué ilusionarse. Para ello ha recurrido a aquellos tucumanos que no disfrutan con las grietas. También ha llamado a pensadores de todo el país para que nos ayuden a ver lo que no siempre vemos. Estas páginas -estas notas- cuentan lo que pasó y lo que vamos a afrontar en 2018, pero, por sobre todo trazan el desafío de ilusionarse con lo posible. Eso implica proponerse una mirada diferente sobre aquellos problemas que la (¿mala?) costumbre no nos permite analizar.

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Pomares, a principios de 2017, preguntó qué estaban dispuestos a perder para que todos ganemos. Fue una invitación a ceder. Mañana, cuando 2018 sea presente -y toda una incógnita-, tal vez, podamos aceptar el convite e ilusionarnos.

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