Manzur, el solitario

La disyuntiva es develar si Juan Luis Manzur responde a un nuevo tipo de liderazgo, que apuesta a lo técnico y al roce empresario por sobre la rosca política, o si la necesidad lo obliga a concentrarse en eso y a delegar el manejo de la “tropa” en un tercero. El ex ministro de Salud parece el célebre personaje “Dos Caras”, que decide entre el bien y el mal echando una moneda al aire.

Apenas asumió, el gobernador se vistió de conductor con traje prestado. Gran parte del Gabinete lo había heredado de José Alperovich y, a excepción de un par de figuras (como la de su amigo Gabriel Yedlin) el resto fue mayoritariamente continuidad. Lógico, tras 12 años de unicato alperovichista, pero extraño para un conductor que ni siquiera parecía deber favores a otro que no sea Alperovich para haber logrado llegar al poder. Así, Manzur buscó apoyarse en la gestión, en lograr el arribo de capitales y en caerle bien a Mauricio Macri. Para la primera etapa de administración, poselecciones traumáticas, fue suficiente. Manzur sonreía y hacía oídos sordos a las quejas de los peronistas que se sentían abandonados, de los dirigentes heridos y de los que le reclamaban más acción. Parecía un líder nuevo, con otros aires y alejado de aquella mística literalmente abrazadora que había sabido instalar Alperovich.

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Pero la política le dio una cachetada. En la antesala electoral, el gobernador necesitó de esa dirigencia a la que le mostró la espalda y, ante ello, acudió a uno al que le puso la oreja (Alperovich) y a otro que le puso el pecho. Así se creó el “huracán” Jaldo, que sopló tan fuerte al inicio que le quitaron aire al final. En esa segunda etapa, Manzur insultó a los votantes macristas, ninguneó al Presidente y fue distinto al del principio. De la conciliación inicial a la confrontación electoral.

¿Y ahora? En el cierre del año, el mandatario zigzagueó evitando confrontaciones, pero dejó en evidencia flaquezas. Jaldo decidió quedarse en Tucumán y le mete presión sumando aliados y quitándose lastre. Alperovich se siente fuera de las decisiones y también aprieta: sale de paseo -y de campaña- con los hombres de la dupla gobernante a su antojo y se sienta a negociar con los líderes macristas en nombre de Tucumán.

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El gran DT

Manzur cambia nombres en su Gabinete, pero quita ajenos y no coloca propios. Quizás esa sea la muestra más fehaciente de las debilidades del gobernador. En la históricamente estratégica Secretaría General de la Gobernación quedó Silvia Pérez, que si bien es de su confianza, lejos está de ser ese tipo de funcionarios con fuerte liderazgo hacia abajo y con proyección hacia arriba que siempre supieron cubrir ese puesto. En el Instituto de la Vivienda dejó a la segunda del fallecido Gustavo Durán, cuya mayor cercanía con el poder -e hilando fino- es su parentesco con Fernando Juri (son primos). Noemí Ferrioli no es, sin embargo, manzurista, título del que carece gran parte de sus colaboradores. La excepción podría estar en el flamante Ministerio de Seguridad, en el que puso a un funcionario que llegó de su mano al Poder Ejecutivo: Claudio Maley. Junto al ex jefe regional de Gendarmería (la oposición cuestionó su accionar en el escándalo poselectoral de 2015) arriban históricos del área y de la Policía con CV técnico. Otra vez, ¿Manzur apuesta a ese perfil en su gestión o la necesidad lo empuja al ostracismo?

Por uno u otro motivo, el ex ministro de Salud de la Nación juega solo. En su mesa chica apenas aparecen un par de nombres, algunos históricos y otros nuevos, pero sus movimientos son desprendidos de poderes centrales o viejas deudas. Se aleja o se acerca a Macri y a Alperovich con igual ritmo, según la necesidad del momento así se lo indique.

Ese pragmatismo extremo le rindió frutos para que su meteórica carrera política lo depositara en poco tiempo en la cúspide del poder. ¿Será suficiente para contener a sus rivales internos? ¿Apoyará el peronismo a un líder que no deja en claro que él ejerce el liderazgo? ¿Podrá seguir coqueteando con unos y otros para mantener y continuar en el poder?

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