De la periferia al centro

En dos sábados consecutivos, el teatro local evidenció la relatividad de los resultados en las competencias artísticas. Primero (el 25 de noviembre) fue la Fiesta Provincial de Teatro, con su selección de las dos obras que representarán a Tucumán en encuentros nacionales organizados o auspiciados por el Instituto Nacional de Teatro; y este sábado fue la entrega de los premios Artea, que otorga la delegación de la Asociación Argentina de Actores.

Las marcadas diferencias en las decisiones adoptadas por cada jurado muestran mucho más que conceptos distintos: marcan la importancia de disponer variedad de estilos, géneros y propuestas que tiene la escena provincial para alegría del público. Que se haya llegado a distinciones tan encontradas como las que se registraron es para aplaudir y no para quejarse; indica que se puede escoger entre opciones muy disímiles en estética, discurso, mensaje, creación artística y muchos etcéteras, que existen en muy pocos otros lugares del país (y ninguno de la región, por aparte).

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A diferencia de años atrás las resoluciones no se cuestionaron en el submundo teatral, y es de esperar que esa ausencia de reacción negativa sea una señal de madurez. Repudiar un fallo es más inútil que la declaración de independencia de Cataluña, sobre todo cuando no hay ofensa alguna en lo firmado por los jurados sino, simplemente, una forma de ver, entender, disfrutar y valorar una propuesta artística, tan respetable como cualquier otra. La contradicción de lo conocido entre un sábado y otro, sin embargo, da espacio para el análisis desde el marco de lo positivo. La vitalidad de los elencos hace que tanto haya habido musicales brillantes como obras estéticamente oscuras en los distintos certámenes, producto de la labor incesante de los grupos que sostienen el espacio teatral tucumano con solvencia y compromiso.

También permite inferir dos planos de realización artística distantes pero no enfrentados, hasta en lo espacial. Mientras que en la Fiesta se premió al teatro que se realiza en la periferia, en salas alejadas del microcentro o espacios no convencionales, los galardones de los Artea recayeron en lo visto en el centro, sin que esta característica implique descalificar a nadie.

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El corte en el mecanismo de la selección de cada competencia también determina indirectamente los resultados: los Artea abarcan a todos los espectáculos del año, incluyendo reposiciones de temporadas anteriores y coproducciones con el Ente Cultural (hubo más de 40 obras inscriptas que vieron los jueces Beatriz Lábatte, Teresa Méndez y Adolfo Assad); la Fiesta está reservada a la actividad independiente, se anotaron 28 obras y se preseleccionaron 15 que vio el jurado formado por teatristas llegados de otras provincias: Germán Romano, Rodrigo Cuesta y Eva Halac.

Los Artea tenían como máxima candidata a la coproducción entre la Fundae y el Ente (con presencia de artistas del Teatro Estable) “Ni con perros, ni con chicos”, un musical que responde al estilo clásico del género y que se puso en escena exitosamente en la estatal sala Orestes Caviglia. No defraudó: de las 10 candidaturas, se alzó con seis estatuillas, para coronar un año inolvidable. En segundo lugar en cantidad de nominaciones, con siete, estaba “Los funerales del gato”, el unipersonal que Mariano Juri paseó por El Árbol de Galeano y por la (con justicia) rebautizada sala Juan Tríbulo del teatro Alberdi de la UNT, que se quedó con tres premios. Luego estaba “Mucamas-variaciones sobre la limpieza y el orden”, que se montó en Sala Ross, con seis postulaciones y que obtuvo dos galardones. En estos tres casos, el radio de las salas no superaba el kilómetro tomando a la plaza Independencia como eje.

A distancia

Por el contrario, los evaluadores de la Fiesta se alejaron mucho más y eligieron a “...que pase algo (título en proceso)”, una creación colectiva coordinada por Sergio Prina que remite a “Seis personajes en busca de un autor”, de Luigi Pirandello; y a “El circo de los Marsilli”, escrita y dirigida por Gonzalo Veliz. La primera anidó en La Colorida (Mendoza al 2.900) y la restante recorre distintos lugares en forma itinerante (no por algo el autor es el motor del Teatro Clandestino en la provincia), con una historia sobre una familia desestructurada que desnuda hipocresías en un clima festivo. El tono dramático netamente tucumano (no la tonada, que es otra cosa) se respira en ambas.

El trasfondo de la decisión de los jueces encierra además una mirada sobre los mecanismos de producción artística teatral y las herramientas de generación de discurso. Por este motivo, la distancia de la periferia al centro es mucho más que un trayecto físico: abarca el concepto de reconocer un teatro que se basa en el riesgo y que apuesta a la búsqueda de un mensaje propio, que se identifica con un lugar y que cuenta una historia irrepetible (en cuanto a que no será la misma en otro sitio del país). A alguien podrá no gustarle este criterio, pero es el que se desprende de lo resuelto y es tan respetable como cualquier otro.

En ese sentido, jugarse por un texto creado íntegramente en el lugar (desde el autor hasta los realizadores -director, actores, técnicos, drmaturgos...-) fue una señal distintiva de esta Fiesta, que se proyectó sobre los elencos elegidos como suplentes: “Pedro y Las Pelonas o exvotos al teatro”, de Verónica Pérez Luna; “La celebración”; “Los funerales del gato” (única coincidencia en la grilla distinguida); y “Lxs últimxs”, de Ezequiel Martínez. Salvo el caso de “Los funerales...”, todas las otras también estuvieron puestas en sitios no céntricos o no habituales. Es que hay un teatro vivo en los límites, que no acepta que el teatro tenga límites.

Ni lo decidido por los Artea tiene toda la razón, ni lo resuelto en la Fiesta es lo correcto. Como caracteriza al arte, no se puede calificar nada de ese modo taxativo. Al contrario, genera la satisfacción de saber y sentir que hay mucho por elegir, con el criterio que cada uno tenga, para tratar de conseguir público.

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