Con las patas cortas

Un pedido. Treinta y tres causas. Dos veedores. Una frase: “yo no tengo problemas de mostrar las causas que quieran” (fiscal Diego López Ávila). Una acordada: cada magistrado deberá decidir y resolver si quiere o no mostrar sus expedientes. Cientos de interpretaciones y más controversias.

La resolución de la Corte Suprema de Justicia fue trascendente para darle fuerza a jueces y a fiscales. Lo había adelantado –sin decirlo- el flamante presidente del máximo tribunal, Daniel Posse, cuando fue entrevistado en televisión el miércoles 22 del mes anterior. En esa oportunidad, Posse comentó que se iba a respetar la autonomía de los magistrados. Se refería a otras cuestiones, pero terminó cuajando en la acordada en la que se dio curso, de alguna manera, a la solicitud de organismos del Poder Ejecutivo Nacional de mirar 33 causas que no son bien vistas.

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La decisión de alguna manera encaja en este rompecabezas con las declaraciones que hizo López Ávila, en la misma silla en la que se había sentado Posse siete días antes que él, para responder la requisitoria periodística. De haberse negado a la posibilidad de que se vieran las causas, la Corte hubiera puesto en riesgo la credibilidad del poder, que es precisamente lo que está en juego. La contestación se demoró casi una quincena de días en ver la luz, y finalmente salió con perfume de mujer.

Hasta que se decidiera una simple nota como fue la de Alejandro Collia, secretario ejecutivo del Consejo Federal de Derechos Humanos, puso los nervios de punta a muchos integrantes del Poder Judicial. El primer intento fue descalificar al funcionario indicando que él no tenía el respaldo del ministro de Justicia, Germán Garavano. Sin embargo, este se limitó a callar y no emitir opinión sobre el tema. “Y, el que calla, otorga”, dicen los abuelos en sus sabios dichos. La misiva de Collia pedía permiso para que dos veedores pudieran mirar 33 causas. Pero la simpleza de la nota llevaba dinamita para algunos. En el Justicia primó la prudencia hasta que se dio la contestación que fue consultada a los vocales. En cambio, en el Poder Ejecutivo lo consideraron una declaración de guerra. La primera en poner el grito en el cielo había sido la secretaria de Gobierno (edila renunciante) Carolina Vargas Aignasse. La funcionaria ha mostrado a lo largo de su trayectoria política saber manejar los tiempos políticos, sin embargo en esta oportunidad, se salió de los carriles de la prudencia y terminó metiéndose en los problemas de la Justicia como si fueran los propios. No respetó la independencia de poderes que ella misma reclamaba. En cambio, su jefe, Regino Amado, tuvo mayor equilibrio al no emitir opinión hasta que se pronunciara la Corte. Carolina Vargas Aignasse se fue hasta el pie de la Cordillera para despotricar ante Garavano y se quedó con las ganas porque Garavano no asomó la nariz por el encuentro que se hizo en Mendoza. A la secretaria de Gobierno le falló la brújula política.

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Los que ven, no miran, oyen

El paso en falso del Gobierno nacional fue en el momento de designar los veedores. Tanto Juan Roberto Robles como Ana Colombres Garmendia están siendo sospechados de no actuar con imparcialidad porque su corazón político late al ritmo de Cambiemos. No obstante, ambos se llamaron a silencio durante todo este tiempo a la espera de la resolución final de la Corte Suprema tucumana. Mientras ellos esperaban con tranquilidad, tanto en la Justicia como en el Poder Ejecutivo se ponían cada vez más nerviosos. Tanto Robles como Colombres Garmendia aún no vieron las causas; sin embargo, tanto a uno como a otro, se le acercaron más de un interesado pidiendo que posen sus miradas en otros expedientes, que no son precisamente las 33 causas en cuestión.

Desde el punto de vista político, tanto el diputado José Cano como la senadora Silvia Elías de Pérez, que cada vez coinciden en menos cosas, tuvieron una mirada muy parecida sobre este proceso. Ambos consideran que valió la pena todo este movimiento porque dejó al descubierto muchos de los sucesos vergonzantes del Poder Judicial.

Romance increíble

Es muy rara. Es casi incomprensible. Él o ella le va a mentir. Indefectiblemente, uno va a mentir. Sin embargo, la relación no se romperá. Al contrario, ellos les pueden decir cualquier cosas y les terminarán creyendo. Se animarán a decir que circulan camas voladoras por la ruta 38 y lo tomarán como algo irrefutable. ¿Qué dirían los abuelos en este caso?: “la culpa no la tiene el chancho, sino quién le da de comer”.

El político y su gente han construido una relación a prueba de mentiras.

Por eso no pasará nada cuando el vicegobernador Osvaldo Jaldo diga no voy a ser diputado nacional como me ordenaron en los últimos comicios los tucumanos. Dará argumentos y dirá que también tiene el mandato de otros (o los mismos) tucumanos que le dijeron que debe ser vicegobernador. Jaldo les dijo a quien quisiera oírlo que iba a asumir. Pero no sorprende. No es la primera vez que se postula para algo que no ejercerá, aun después de que decenas de miles de personas le hayan dado su aval. Es la misma persona que llegó a jurar ante la Cámara de Diputados de la Nación que José Alperovich era el mejor gobernador de la historia de Tucumán. Hoy ni se habla con él. ¿Seguirá pensando igual? ¿Habrá sido sincero en aquella oportunidad? Sólo su conciencia lo sabe.

Jaldo prefiere quedarse en Tucumán, siguiendo de cerca los pasos de su coequiper Juan Manzur y de su tan admirado Alperovich. En realidad, está apostando a su futuro personal. LA GACETA publicó esta semana que la Legislatura había logrado ahorrar 190 millones de pesos. Se dijo que era la forma de demostrar que aquellos famosos gastos sociales que tanto defenestró la imagen de los legisladores habían quedado guardados en un cajón. Sin embargo, esa justificación tenía patas muy cortas, porque bastaron unos días para que se supiera que la Legislatura debía ampliar su presupuesto porque le faltaban 420 millones.

Pero volvamos al principio de este subtítulo. Estas mentiras que envuelven a los políticos pareciera que no tuvieran importancia. Los valores y la relación entre el dirigente y sus votantes pasa por otro lado. Nadie pone el grito en el cielo. Por eso a Carolina Vargas Aignasse nadie le recrimina su intromisión al Poder Judicial, por eso Alperovich puede cenar con Cristina y votar luego como el senador Miguel Ángel Picheto o Cambiemos necesitaba. Todo ocurrió en sólo dos semanas. El 19 de noviembre en El Cadillal la ex Presidenta habló del “régimen macrista” y el 30 del mismo mes, el senador y ex gobernador se hizo sacar –y difundió- fotos de él reunido con el gabinete de Macri.

¿Tres para uno...?

Para esas actitudes hay una sola explicación. En el mundo de José sólo le importa Tucumán. Pareciera que en su desesperación por no perder el poder y, además, por reconquistar el cetro en 2019 sólo le interesa darle mensajes a su sucesor, Juan Manzur. Durante estas dos semanas críticas de Tucumán, el gobernador brilló por su ausencia. No sólo le pegó un puñetazo el obsecuente Oscar Parrilli sino también el mismísimo Alperovich. Este nunca le hubiera permitido a un senador o a algún político de su equipo que se moviera con libertad. Es decir, sin avisarle. Sin embargo, Alperovich lo hizo. Se presentó ante el macrismo como gestor de las cuestiones tucumanas.

A las 13 del viernes pasado, Manzur volvió a pisar suelo tucumano. Calló. Hasta aquí le dio resultado sus tiempos lerdos. Sin embargo, con las riendas sueltas sólo consigue que cualquiera le pegue, que su ¿ex socio? lo maltrate, que sus funcionarios lejos de defenderlo se muevan como si estuvieran desorbitados. Hasta Jaldo lo espera para que juntos enfrenten la mentira electoral de pedir un voto para después no llevarle el apunte al veredicto. La actitud que adopte Manzur va a ser una señal muy importante para 2019. No faltaba quien especulaba que el gobernador y el ex mandatario querían que Jaldo llegara a Diputados con un rol político importante en el Congreso. Esa sería una forma elegante de sacárselo de encima. Jaldo ya tomó la decisión y quiere que Manzur también ponga la cara, a su lado.

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