Cartas de lectores

La crisis universitaria

Desde hace un tiempo en nuestro país observamos un deterioro continuo de la educación universitaria pública de gestión estatal. Las universidades no dejan de ser noticia en hechos que empañan su prestigio ante la sociedad que las mantiene, sin que sus autoridades puedan hacer algo para revertir esta situación. El silencio cómplice de funcionarios de turno, en algunos casos “reciclados”, va minando la confianza en el sistema. El actual gobierno nacional ha puesto la mirada en la eficiencia y la eficacia de sistema universitario, el que de no reaccionar oportunamente será afectado y dañado en beneficio de lo privado, muy en boga en estos tiempos de la posverdad, donde sólo es necesario un buen medio para establecer una verdad revelada sin mayor análisis. La universidad pública es el ámbito donde se reúnen las mejores mentes y desde donde debe derramarse saber hacia la sociedad, de donde deben salir sus dirigentes que deberían servirla, esa que parió doña Rosa con su simpleza de barrio, aquella que envía sus hijos a la universidad. La corrupción impulsada por la desidia lleva a cometer errores que enterrarán los claustros universitarios, sin que nuestros dirigentes reaccionen con profesionalismo y a la altura de las circunstancias. El sentimiento por el bien común debe ser nuevamente el norte que motive nuestras acciones. El dirigente del “contacto amigo” que resuelve nuestros problemas es prehistoria; son necesarios equipos de trabajo con un objetivo claro. Resignarse no es el camino, hay que trabajar con honestidad profesional dejando de lado los egoísmos para que surja una nueva universidad de gestión estatal comprometida con su misión.

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Miguel Ángel Cabrera

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Amor y desagravio

El viernes he participado de la marcha contra la violencia de género. Me ha dolido mucho comprobar que jovencitas que marchaban a mi lado se deshacían en gritos de odio y de resentimiento contra la iglesia católica, diciendo todo tipo de improperios. Como educadora quisiera señalarles un camino que aprendí de mis mayores: El odio no se vence con más odio. Quisiera reivindicar el trabajo silencioso y exhaustivo de tantos representantes de la Iglesia católica y de tantas otras religiones a favor de las mujeres golpeadas y maltratadas, el interés genuino por levantar el nivel moral de las personas, educando y fortaleciendo espiritualmente. Me preguntaba por qué tanto resentimiento en personas tan jóvenes, como si hubieran dirigido el odio social, la bronca hacia cada asesino que mató, quemó, violó a una mujer, hacia el rostro de la Iglesia. Mi planteo es si para un problema tan complejo, y en caso de ser la Iglesia responsable, no hay responsabilidades compartidas por otros estamentos sociales. ¿No son acaso las promotoras del rencor y el resentimiento optimizados y sistematizados, responsables de una parte del odio social? Se está beatificando en Córdoba a Catalina de María, quien en el siglo XIX luchó por las mujeres excluidas de la época, sin ningún interés personal a cambio, sólo porque tuvo una “cercanía compasiva con los débiles”. Quisiera dejarles una expresión de Graciela Fernández Meijide, cuyo hijo de 17 años fue secuestrado ante sus ojos por la dictadura y su camino de sanación fue potenciar el bien. Ante ese acto brutal y definitivo, Fernández Meijide tomó una decisión que muchos padres, en circunstancias semejantes, no habrían podido: “Creo en la Justicia y en los derechos humanos si puedo pedir el mismo nivel de justicia para mi hijo que para mi peor enemigo”. Desandemos los resortes del odio. Amor y desagravio, nos enseñó Catalina de María.

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Graciela Jatib

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Arbolado urbano I

El problema de los árboles en Tucumán es complejo y tiene muchos orígenes. En primer lugar, ya no se los poda, simplemente se los hacha brutalmente cuando molestan el cableado eléctrico y se los sacrifica cuando obstruyen una construcción. Recuerdo que cuando era niña vivíamos en la calle Salta al 300 y esos hermosos ejemplares de árboles (llamados comúnmente plátanos) eran podados y fumigados antes de la llegada de la primavera. Estaban también los azules jacarandás y ni qué decir de los hermosos naranjos, que son el emblema de Tucumán. Con sus flores y sus frutos le ponen a la ciudad un sello único. Más tarde se fueron plantando indiscriminadamente diversas especies: los lapachos, el exótico liquidámbar, que en el invierno les da a las calles ese bello color rojo dorado. Pero estos últimos son especies que crecen sumamente altas: un liquidámbar puede acceder a una altura de 20, 30 o 40 metros. Ni qué decir cuando ponen ficus en la ciudad; este árbol gigantesco no es para el ámbito urbano, sino para el campo, ya que puede alcanzar el tamaño de un gomero. Sus raíces, muy abundantes, pueden destrozar no sólo la vereda, sino también parte de la casa. El problema reside en que cuando plantan esta variedad de árboles tan grandes, colocan su raíz a escasa distancia del suelo y esta rápidamente emerge a la superficie. Ese es el error. Vi en la plaza de Cafayate árboles de gran tamaño, pero los canteros que los contienen tienen hasta más de medio metro de profundidad, es decir sus raíces bastante hondas. Las veredas de la plaza no están deterioradas en ninguna parte. Entonces, ¿cuál sería la solución desde mi punto de vista? O bien no plantar árboles gigantescos por ser peligrosos, o hacerlo con las raíces lo suficientemente enterradas. Otra solución -que para mí sería la mejor- es continuar adornando la ciudad con los bellos naranjos que no ofrecen peligro, son típicos de la zona y no producen ningún daño. En el Eescudo de Tucumán debería lucir un naranjo en flor. No soy una profesional, sino simplemente amo las plantas, tengo experiencia y trabajo con ellas desde hace mucho tiempo. Mi patio -que parece una selva tropical- es un vergel que cultivo con amor hace más de 25 años.

Silvia Neme de Mejail

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Arbolado urbano II

El editorial “Una política de mantenimiento del arbolado urbano” (18/11) aborda un tema que incide en la calidad de vida de aquellos que residen, trabajan o transitan en las ciudades de Tucumán. A la ecología urbana podemos definirla como el estudio de ecosistemas que incluyen al hombre viviendo en ciudades y paisaje urbanizados. Dentro de este sistema ecológico, tiene una importancia vital el arbolado urbano. La presencia vegetal en una ciudad, interviene e interactúa en los ámbitos públicos (aceras, plazas, parques, etcétera) y en los privados (jardines, huertas, viveros). El árbol, en una ciudad, está expuesto a condiciones diferentes y adversas al de su medio natural, y por lo tanto, su preservación requiere de medidas especiales. Entre los beneficios que puede brindar a un ambiente urbano, tenemos: 1) aporte de oxígeno (hasta 1.000 m3 por día y por árbol). 2) Reducción -debido a su sombra- de la temperatura ambiente, de los materiales y de las estructuras expuestas al sol (de 2 a 10° C). 3) Reducción del ruido urbano. 4) Fijación del polvo atmosférico y adsorción de gases contaminantes. 5) Descontaminación visual. 6) Relajación (diminución del estrés). 5) Conservación de la avifauna. 6) Disminución de la erosión del suelo, por reducción de la velocidad de las gotas de lluvia. Una amenaza importante: Corte de las raíces, por excavaciones de zanjas en las veredas. La dotación de árboles y de espacios públicos en la Capital, es menor al valor de referencia establecido por la OMS para zonas urbanas (entre 10 y 15 m2 por habitante. El 23/3/17, el BO publicó la Ley 8.991, “Patrimonio natural y cultural al arbolado publico de la Pcia”, que carece de aplicación por qué no fue reglamentada (lo que pone en videncia el desinterés del PE). Para poder administrar el arbolado urbano público con eficiencia, se debe conocer: número total de ejemplares en pie; especies predominantes, edad y estado fitosanitario; porcentaje de calles arboladas; la relación entre espacio público y la cobertura del arbolado; recursos presupuestarios asignados para el mantenimiento y desarrollo, entre otros. Desconozco si el municipio de la Capital, cuenta con esta información y si está disponible al público como debería ser. Un ambiente urbano requiere ser administrado como un sistema ecológico, y los estados municipales deben contar con una política ambiental. Nunca es tarde para comenzar y los vecinos debemos exigir que de una buena vez lo hagan.

Juan Francisco Segura

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