La importancia de respetar las ideas de los otros

La importancia de respetar las ideas de los otros

Es el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias. Esta definición que es bastante simple, le ha resultado al ser humano complicada de hacerla realidad, por lo menos, a los argentinos. La tolerancia es la mejor religión, sostenía el escritor francés Víctor Hugo, mientras que un proverbio afirma que tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón.

En 1995, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) firmaron una Declaración de Principios sobre la Tolerancia que, entre otras cosas, sostiene que la tolerancia no es indulgencia o indiferencia, sino respetar y saber apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de expresión de los seres humanos. Reconoce los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los otros. Al año siguiente, la Asamblea General de la ONU invitó a los Estados miembro a celebrar el Día Internacional de la Tolerancia el 16 de noviembre.

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Se suele afirmar que la violencia, la discriminación, la injusticia y la exclusión social son formas cotidianas de intolerancia. Esta tiene su origen en la ignorancia y el miedo a lo desconocido, al otro, a culturas, naciones o religiones distintas. También surge de un sentido exagerado del valor de lo propio y de un orgullo personal, religioso o nacional, exacerbado.

En nuestra edición de ayer, nos hemos referido justamente a un episodio violento protagonizado por partidarios peronistas de distintos bando en las puertas de los tribunales federales, mientras en su interior recibían sus diplomas los diputados nacionales electos. Estos episodios escandalosos son producto de la intransigencia y de la incultura. La falta de respeto por los otros también se refleja en la violación de las normas de convivencia social, como las viales, por ejemplo, o la polución sonora. Nuestra sociedad tiene visibles rasgos intolerantes. La popular “grieta” es un reflejo de ella. Descalificar al prójimo por pensar distinto se ha vuelto moneda corriente, como si en la vida se debiera optar únicamente por blanco o negro. En los procesos electorales, ello suele reflejarse en la quema de urnas, en la rotura de afiches o pasacalles de los contrarios, o en los enfrentamientos entre barra bravas en los partidos de fútbol, que han desencadenado muchas veces en muertes. Considerar que una religión o una expresión política es mejor que otra y en consecuencia, tratar de imponer sus creencias o su ideología representa una forma de violencia.

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La educación juega un papel fundamental en toda sociedad que aspire al desarrollo. Si desde muy temprano enseñamos a los niños a respetar al otro -algo básico en toda relación humana- seguramente avanzaremos hacia una mayor civilidad. Las técnicas de mediación pueden ser muy útiles para ponerse en el lugar del otro y zanjar las diferencias a través del diálogo, una práctica que incluso deberían ejercitar los mismos docentes, los padres y podría promoverse a través de talleres obligatorios en los establecimientos educativos. “No me gusta la palabra tolerancia, pero no encuentro otra mejor. El amor empuja a tener, hacia la fe de los demás, el mismo respeto que se tiene por la propia”, afirmaba Mahatma Gandhi. Si lleváramos a la práctica lo afirmado por el líder hindú, posiblemente tendríamos una mejor convivencia y una democracia más sana. A mayor tolerancia, menos grietas.

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