Cartas de lectores
31 Octubre 2017

UN HOMBRE BUENO

En tiempos veinteañeros, cuando en el mundillo universitario arreciaban las disputas ideológicas y de poder, le pregunté a mi maestro, el filósofo Manuel Gonzalo Casas, qué era lo importante en la vida, y me respondió: “ser un hombre bueno. Vea a Juan XXIII”. Pues bien, Héctor Domingo Padilla, “El Gordo Domingo”, como lo conocíamos sus amigos, era fundamentalmente eso: un hombre bueno, sin malicia, abierto al prójimo, sin perjuicio de su evidente interés en la marcha del país, de sus creencias y de sus instituciones, como lo demostró con su intensa actuación en diversos ámbitos, la cual ya ha sido puntualmente señalada. La noticia de su muerte me llegó tarde y me afectó aun más por eso. No hubo tiempo para despedidas. Sólo conservo el recuerdo de toda una vida de compañerismo, que se inició cuando festejamos su cumpleaños (¿7, 8 años?) en su antigua casa de la calle Corrientes. Conservo, como un preciado testimonio, una fotografía donde aparecemos en grupo y donde yo, que no había conseguido silla para posar, lo hago desde un tarro de pintura dado vuelta. Ahora, en tiempos de relativismo, quiero dar testimonio, para las nuevas generaciones, de que Domingo marcó un camino que no todos valoran hoy: bondad, rectitud y copmpromiso, a partir de sólidos principíos.

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Tiburcio López Guzmán

Congreso 787

San Miguel de Tucumán


Ruidos que no dejan dormir

Un antiguo proverbio árabe afirma: “si lo que vas decir no es mejor que el silencio, no lo digas”. Sin embargo, y a pesar de mis casi 93 años, convencido de que la libertad es sólo una ocasión para ser mejores y de que la convivencia armoniosa no se regala, se conquista, sí tengo qué decir sobre un tema aparentemente intrascendente, pero que en realidad tiene una gran importancia en la salud humana. Algo que no entienden los funcionarios responsables del tema, porque están demasiado ocupados, tal vez haciéndose ricos sin trabajar. Me refiero al tremendo nivel de ruido urbano que soportamos diariamente, pero sobre todo al que producen durante la noche vecinos que festejan algún acontecimiento, como si estuvieran en medio del desierto del Sahara, sin ningún respeto por el sueño de sus vecinos. Y también al errado criterio de algunos boliches y restaurantes que creen agradar a sus clientes elevando el volumen de esos ruidos que hoy algunos extraviados llaman “música”. Dos acontecimientos recientes definen la importancia del tema: una persona de la Capital Federal, atormentada por el intolerable ruido que producían rockeros y percusionistas vecinos, les solicitó que redujeran el nivel del volumen y, al no ser atendido su justo reclamo, en una demencial crisis nerviosa mató a los dueños de casa y luego se suicidó. El otro acontecimiento nefasto tiene, tal vez, alguna relación con la incidencia del sueño alterado por el ruido y las reacciones que esto puede provocar, y que fue reconocido por el premio Nobel de Medicina. Me refiero a la reciente y lamentable masacre de Las Vegas, que se desencadenó en el cerebro enfermo de un vecino sobreexcitado por el nivel y la persistencia del ruidoso “concierto” que se desarrollaba debajo de sus ventanas, según la teoría de algunos comentaristas de este siniestro episodio. Tremendos hechos como estos nos llevan a considerar seriamente el volumen y la variedad de ruidos nocturnos que afectan el sueño de los tucumanos, ante la indiferencia o la ignorancia de las reparticiones encargadas de controlarlos. El arte de envejecer requiere conservar esperanzas, y una de las mías es que mis vecinos recuerden que dormir en silencio es un derecho que no se puede y no se debe violar por ningún motivo. Y esta es la prueba de mi concepto, de que viejo es aquel que se levanta sin metas y se acuesta sin esperanzas. De jóvenes aprendemos, pero somos los ancianos quienes entendemos que los frutos más dulces de todo lo que aprendimos sólo los dan los árboles más viejos; siempre que nuestras esperanzas sean más fuertes que nuestros recuerdos.

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Dante Diambra Caporaletti

Avenida Sarmiento 947

San Miguel de Tucumán


Salgari, el padre de Sandokán

Cuando era niño me apasionaban las aventuras de Sandokán y del Corsario Negro del escritor italiano Emilio Salgari. La popularidad universal de Salgari se debe a una extraordinaria producción literaria: 85 novelas y más de 130 cuentos. Estos libros demuestran su férvida imaginación, capaz de dar vida a personajes y héroes que encarnan los sentimientos más elementales, como la justicia, el honor, la amistad o la defensa de los débiles. Escribió sin salir de la redacción del periódico donde trabajaba. Aunque sus novelas y personajes tuvieron un gran éxito sólo los editores ganaron dinero, mientras a Salgari las dificultades económicas lo acosaron durante toda su vida. Cuando su esposa comenzó a dar señales de locura, estos problemas se agudizaron al multiplicarse las deudas que contrajo para pagar los gastos de la enfermedad de su cónyuge. Salgari murió en la pobreza. Se suicidó en 1911 a los 48 años en una colina cercana a Turín, haciéndose el harakiri y cortándose la garganta con una navaja. Ese día salió de su casa dejando sobre la mesa tres cartas: estaban dirigidas a sus hijos (dos de ellos, después se suicidarían, como lo había hecho el padre de Salgari), a los directores de periódicos y a sus editores. A sus hijos, Omar, Nadir, Romero y Fátima escribe: “Hijos míos, ya ahora estoy vencido. Espero que mis millones de admiradores, a quienes durante tantos años he divertido e instruido, los ayudarán. Háganme sepultar por la caridad, dado que estoy completamente arruinado. No les dejo más que 150 liras. Los besa con el corazón sangrante su desgraciado padre”. A sus editores Salgari les dice: “A ustedes, que se han enriquecido con mi piel, manteniéndonos a mi familia y a mí en una continua miseria, sólo les pido que en compensación por las ganancias que les he dado, piensen en mis funerales. Los saludo quebrando la pluma”.

Luis Salvador Gallucci

[email protected]


Un destacado cirujano y docente

Hace poco falleció en Tucumán el profesor doctor Hugo Rubén Amarillo. Fue un destacado médico que amaba la cirugía y la docencia. Durante 50 años dignificó la profesión con su trabajo, dedicación, honestidad y humildad. Hizo su carrera asistencial por largos años en el Hospital Padilla, donde llegó a desempeñarse como jefe del Departamento de Cirugía. Fue docente de la Facultad de Medicina, en la cátedra de Cirugía. En 2013 fue distinguido a nivel nacional con el galardón de Maestro, conferido por la Sociedad Argentina de Coloproctología, todo un orgullo para nuestra provincia. Los tucumanos hemos perdido a un médico ejemplar, con una gran vocación. Al punto que atendió a su pacientes hasta sus últimos días de vida. Valga mi homenaje al doctor Amarillo, a quien traté, conocí y me honró con su amistad.

Juan Leopoldo Marcotullio

Ayacucho 318

San Miguel de Tucumán


Distintas categorías de abuelos

Si los huesos te duelen, si te cuesta levantarte y recordar que día es hoy, y si ya tomaste la pastilla para la presión o si tienes que ir al banco o al médico; y si te enfrentás al espejo que no miente, con un peine que ya no te sirve, con seguridad pasaste la barrera de los sesenta y entraste en la etapa del “abu”. Si, y como no hacés nada, debés arreglar juguetes, dibujar, cantar, cambiar pañalines y cuidar a los nietos. O estás en la categoría del “abuelito”, donde te quitan la tele, el dormitorio y el sueldito. O la del “abuelazo”, como ya no caminás, ni hablás ni escuchás y no decidís, y ya sos un estorbo, te tienen en un rincón, en un hospital o en un geriátrico. Y sin saberlo pasás de un salto a la última etapa de tu vida, ya que ni te ocupaste con tu mísero sueldo de pagar un servicio fúnebre y terminás en una fosa común. En los últimos días de la campaña electoral escuché tantos “cambiemos”, “defenderemos”, “hacete cargo”, “investiguemos”, “servicio militar”, “entregaron bolsones”, “subsidios”, “vales”, que me sonó a cambalache puro, en medio de tantas mentiras organizadas. Pero luego LA GACETA publicó “Albergues para personas en situación de vulnerabilidad, discapacitados y adultos mayores”, y que deben dirigirse al Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia. Por eso, en nombre de todas las categorías de abuelos que mencioné arriba, les damos las gracias. Los que votan o no. Alguien se hizo cargo de nosotros.

Francisco Amable Díaz

Pedro G. Sal 1.180

San Miguel de Tucumán

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