Un ávido lector en 1875

Un ávido lector en 1875

Los libros y los hallazgos de Paul Groussac.

LA DILIGENCIA. Sus conductores entregaban con precisión los libros que remitían a Groussac desde Buenos Aires. LA DILIGENCIA. Sus conductores entregaban con precisión los libros que remitían a Groussac desde Buenos Aires.

El lector realmente fervoroso, es capaz de satisfacer su pasión en las circunstancias más impensadas. Así ocurría a Paul Groussac. Cuenta una mañana estival de 1875, iba a caballo desde Tucumán a Salta. En la posta de Las Piedras, lo alcanzó la diligencia y el conductor le entregó un paquete de libros que le enviaban de Buenos Aires. Lo puso en las alforjas y siguió viaje a Chilca.

“Y fue allí, después del churrasco en lo espeso del monte, donde saboreé a la siesta, debajo de un umbroso mistol, el exquisito y artificioso ‘Esfinge’, de Feuillet, triunfo reciente de Croizette en la Comedia Francesa, y de cuya interpretación por Sarah Bernhardt habría de escribir diez años más tarde”. No era algo casual. Escribía a su librero porteño “calculando la fecha y las direcciones con una precisión de matemático y un refinamiento de sibarita intelectual, para recibir las ‘novedades’ más flamantes en una aldea de Cuyo o un tambo de Bolivia”.

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Además, había “hallazgos casuales”. La obsesión de Sarmiento por la lectura había esparcido libros por todo el país. A veces, “las obras en español, francés, inglés, algunas valiosísimas, se encontraban tiradas en las pulperías”. En una escuela de Jujuy, cuenta, “se me fueron los ojos tras una edición de Platón que no he vuelto a hallar en el país; y fue un poco arriba de Abra Pampa, cerca de Yavi donde, por cuatro chirolas bolivianas, adquirí en el mismo rancho un excelente cordero mamón y un tomo descabalado del ‘Théatre complet’ de Dumas hijo”. No dudaba que “esta iniciación trashumante ha contribuido a dar cierto carácter incoherente y pintoresco a mi cultura literaria; después de tantos años transcurridos, quedan en mi paladar no pocos resabios del antiguo lector de chiripa y ‘chiripá’. Conservó preferencias singulares y hasta debilidades inconfesables”.

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