Políticos vs. técnicos

Políticos vs. técnicos

Siete referentes “capitalinos” del PJ se reunieron esta semana para provocar una pequeña tormenta política, con claros mensajes dirigidos a dos dirigentes; un opositor, Alfaro, y un oficialista, Pablo Yedlin. Sin embargo, esa “foto” lleva a reflexionar sobre los estilos de liderazgo de los integrantes de la conducción tripartita en el peronismo tucumano: Manzur, Jaldo y Alperovich; y a observar las visiones internas que estarían chocando en el oficialismo y enfrentando a “políticos” con “técnicos”.

Primero hay que decir que en el peronismo es inaceptable una concepción horizontal en el manejo del poder; esa posibilidad no tiene cabida en la “escuela” de formación justicialista, no figura como materia ni está en la genética pejotista. Por el contrario, si algo marca a los simpatizantes de Perón es la forma de conducción que impuso el líder del movimiento allá por la primera mitad del siglo XX; que sólo admite un sistema de conducción verticalista y unipersonal. Por algo en el PJ se reivindica la lealtad: el que está está y el que no, es un traidor.

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Ese esquema impone conductas y gestos. Quien pertenece al espacio no avanza sin hacer consultas por respeto a la jerarquía, caso contrario se estaría debilitando la figura del líder y atentando contra el verticalismo que nutre al peronismo. En ese marco, los conflictos internos estallan porque hay quienes no se sienten “contenidos” o cómodos en ese régimen -y se van- o bien porque el jefe no ejerce plenamente su rol como tal y facilita las conductas y gestos de librepensadores que horadan su poder. O bien porque la tropa no sabe quién es el jefe. Eso puede desorientar a los conducidos.

En el oficialismo tucumano, los tres mencionados comparten el rótulo de líderes en una conducción conjunta y consensuada. Una rareza que no condice con la vieja escuela justicialista o bien una excepción que la justifica, y que en algún momento debería desaparecer por imperio de los intereses individuales y por las necesidades del conjunto de responder sólo a uno.

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Antes no era posible

Entonces, en este marco, ¿cómo hay que interpretar la reunión de los siete dirigentes capitalinos que se juntaron para amonestar al secretario general de la Gobernación? Se dice que a Pablo Yedlin lo impuso Alperovich en el cargo y que, además, el funcionario es amigo personal de Manzur. Tiene banca. Por lo tanto, cabe preguntar si ese encuentro debilita la jefatura compartida de aquellos dos ya que se cuestionó a un hombre de confianza. Es natural que las objeciones provengan desde la oposición, pero cuando surgen desde del riñón hay que mirar más allá de la tormenta.

¿Un tiro por elevación a Manzur? ¿Un gesto que debilita a los que conducen? ¿Rebelión en ciernes? Ante esas preguntas, algunos rápidamente salieron a cubrirse con un “nosotros no sacamos los pies del plato”. O sea, destacan que están adentro, que no se van, que son leales y que son sobre todo peronistas. ¿Dónde radica entonces la diferencia? En las visiones sobre cómo se gestiona el poder, ya sea con hombres con perfil político o técnico.

A los que sentaron a esa mesa -Juri, Cortalezzi, Cano, Assán, Gassenbauer, Carolina Vargas Aignasse y Caponio- jamás hubiesen realizado algo de este estilo bajo la gestión gubernamental del actual senador. Nunca se cuestionó públicamente a un funcionario suyo, ni siquiera con una foto. Ahora sí ocurrió. ¿Por qué? Por aquellas visiones y porque los estilos de conducción de Alperovich y de Manzur son distintos, el primero es vertical, autoritario, de respeto sólo a los dirigentes “institucionales” -los que tienen un cargo de representación política-; mientras que el segundo hasta ahora sólo demostró que sólo ofla para la propaganda y a los opositores. No se detiene en el internismo, no se presenta como un jefe a la antigua usanza partidaria, deja hacer pese a que estos pequeños movimientos puedan debilitar su imagen. Por ahora, el manejo del peronismo tucumano no parece estar en el radar del mandatario; más centrado en no fracasar en la gestión con el aporte de funcionarios más técnicos que políticos. Desde esta perspectiva se entendería que no se detenga en el malestar de “politizados” referentes capitalinos. Tampoco Alperovich tuvo demasiado interés en conducir al peronismo -al que le debe su llegada al Ejecutivo-, ya que dejó el PJ en manos de su esposa, Beatriz Rojkés. En estos últimos tiempos, el peronismo, por ese desinterés del mandatario y del senador, quedó bajo la influencia política de Jaldo, quien supo unificar a la dirigencia del justicialismo tras su candidatura. Una movida clave para su victoria en las PASO.

Si a Manzur no le inquietan estos movimientos internos, si a Alperovich no lo rozan las esquirlas del descontento, ¿qué sentido tiene cuestionar a Yedlin? Respuesta: supervivencia. Supervivencia a futuro de los peronistas con ascendencias territoriales que temen ser desplazados por los “técnicos” con los que se rodeó el gobernador. Todavía subsisten algunas quejas con respecto a promesas incumplidas por parte del titular del PE, en cuanto al perfil político que le daría al gabinete. No fue tan peronista como creían, lo que desilusionó a más de uno. “Es su manera de gestionar, y le va bien”, justificó un alperovichista de la primera hora. A Alperovich le disgustaban los funcionarios proclives a hacer política desde la gestión –sólo él podía hacerlo-, porque suponía que se distraerían en juegos internos que podían perjudicar el desarrollo del gobierno. No le fue tan mal.

En fin, dos cosas se destacaron en esa reunión, una fue explícita: el ataque a Alfaro, y la otra fue un mensaje tácito al secretario general de la Gobernación. La excusa para criticar al colaborador de Manzur fue que no agradeció el trabajo territorial de, casualmente, esos los dirigentes capitalinos en las primarias. Se achacó a Yedlin la adjudicación de los 130.000 votos obtenidos por el oficialismo en la capital en el último acto en Central Córdoba, el día de la presencia de Macri en Tucumán. “Ni siquiera agradeció”, se quejaron. “Hasta Messi cuando gana un Balón de Oro le agradece a su equipo”, se reflexionó. Desde el entorno del funcionario del gabinete niegan que haya dicho eso y le atribuyen la frase al locutor de la ceremonia. Tampoco observan tropiezos en las relaciones, y rescatan que el proyecto de gestión es lo central. ¿Gestión con técnicos y sin políticos? Las conductas de unos y otros, en función de la concepción sobre la acción institucional, provoca roces.

Así, el disgusto por la expresión puede quedar en una anécdota, ya que lo que trasunta la movida es una queja y un planteo de más atención por el supuesto “ninguneo” desde el gabinete al trabajo político que realizan en la ciudad y por una falta de reconocimiento al aporte electoral (en la Casa de Gobierno rechazan esta lectura y sostienen que hay respaldo a la labor dirigencial). ¿Por qué? Porque en 2019, cuando haya que armar las listas y discutir espacios, no se reconozca la militancia barrial de los no “técnicos”. O sea, que los premios vayan para otro lado. Y como la victoria de las PASO vino sin reparto de recursos ni movilización, se puede leer que se habría impuesto el respaldo a la gestión de los técnicos y no el aporte de la dirigencia politizada. Si ganó el proyecto, ganó una visión interna. Por eso, lo que subsiste detrás es una pelea de concepciones distintas en un mismo espacio político, el que es liderado por tres personas con perfiles de conducción distintos.

Mirando a 2019

¿Dónde está parado Jaldo? El vicegobernador tiene un perfil político, más propio de los peronistas, y supo aglutinar a todos los sectores del PJ tras su candidatura. Él fue puesto en conocimiento de que se haría aquella reunión por parte de algunos “sietistas”. No la alentó, y tampoco la desalentó. Sopesará que más importante que el enfrentamiento de dirigentes o el choque de visiones es que los capitalinos se hayan propuesto reforzar el trabajo para tratar de ganar en el municipio. Más votos para él.

Mucho se puede analizar sobre este encuentro, ya que no sólo estuvo destinado a enviar un mensaje a Yedlin, sino que además implicó un alerta para dos integrantes de la conducción tripartita, aunque no haya sido el sentido del cónclave. Se juntaron algunos referentes territoriales que no simpatizan entre sí y que tienen su propio estilo de trabajo. No los juntó el espanto, sino la diferencia de 10.000 votos que hay entre Cambiemos para el Bicentenario y el Frente Justicialista por Tucumán en la capital. Se envalentonaron porque están a dos puntos de poder ganar San Miguel de Tucumán y, si lo logran, podrán pensar en grande para 2019. Todos los que estaban en la mesa son potenciales candidatos a intendente. Lo sueñan. “Estamos cerquita”, reflexionó uno. Y aspiran a que se los mire más a ellos, a los de perfil político, y no tan técnico, a la hora de pensar en las candidaturas. Actuar en bloque es un mensaje fuerte. Para entendidos. Proyecto, visiones de gestión y verticalidad peronista, todo se mezcló en esa foto, aunque haya sido sólo una instantánea de la realidad.

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