La sociedad de la indignación

La sociedad de la indignación

El oficialismo tucumano, que enarbola “la defensa del azúcar” como estandarte de conflicto interjurisdiccional porque una ordenanza de Córdoba prohíbe exhibir azúcar en los bares, ¿no se acuerda de que, en sus orígenes, se ausentaba a la hora de la verdadera defensa del azúcar?

El jueves 7 de marzo de 2003, la Cámara Alta insistió la Ley 25.715, que fija un régimen de protección arancelaria para el sector azucarero, encareciendo la importación del producto de Brasil. El entonces presidente Eduardo Duhalde la había vetado, pero su veto fue rechazado unánimemente por 56 senadores, entre los que no estaba José Alperovich. La explicación fue que se demoró el avión. Los obreros del surco que viajaron por tierra sí estuvieron puntuales.

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Cambiemos, que proclama que el Gobierno nacional saldará la histórica deuda con el desarrollo del Norte, ¿no repara en que el paupérrimo NOA es la región más apaleada por las tarifas?

Los gastos en vivienda (particularmente los alquileres), electricidad, agua, gas y otros combustibles aumentaron el 40% en lo que va del año. En el resto del país, la suba promedio no llega al 27%. A eso se suma que en el Noroeste Argentino se pagan los sueldos más bajos de la Argentina.

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¿El Frente Justicialista por Tucumán desempolvó el federalismo que mantuvo en el placard durante los 12 años del kirchnerismo? ¿Cambiemos de Tucumán, frente al reclamo judicial para actualizar el Fondo del Conurbano Bonaerense, todo lo que tiene para decir es que no está en el ánimo de Macri (que avala el reclamo de María Eugenia Vidal) quitarles dineros a las provincias?

Fuerza Republicana, que propone combatir la inseguridad y el delito poniendo al Ejército a custodiar las calles, ¿no atiende que cosa semejante no es posible desde que, con la democracia, la Doctrina de la Defensa y la Doctrina de la Seguridad marchan por caminos separados en el país?

El Frente de Izquierda, que en el orden nacional equiparó a Macri con el premier israelí y clamó “fuera de la Argentina Benjamin Natanyahu, genocida del pueblo palestino”, ¿se olvidó de la complejidad histórica del conflicto árabe-israelí, que pocos entienden tan bien como los intelectuales de la izquierda? ¿Por qué la calificación de genocida justamente para el líder del Gobierno de Israel? ¿De cuál genocidio se responsabiliza al argentino? Se puede repudiar a Macri, de manera genuina y legítima, hasta las vísceras. Pero no se puede banalizar el mal.

¿Por qué el camino a las urnas está alfombrado (de izquierda a derecha, del conservadurismo al liberalismo) por proclamas inflamadas que no resisten ningún ejercicio de memoria reciente?

Porque lo que importa es mantener a la población en una situación de indignación permanente. La indignación es, a los efectos electorales, eficientísima y movilizadora. Y, a la vez, es un instrumento de esterilización de la ciudadanía.

Malhabida dispersión

Con “las olas de indignación” se consigue movilización y aglutinamiento masivos, pero volátiles. Lo que no se obtiene es espacio público, es decir, un espacio común de debate de políticas comunes. Léase, no hay discurso público posible en la indignación, porque su inestabilidad dispersa vertiginosamente a los que juntó a toda velocidad.

Este diagnóstico del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, plasmado en El enjambre, advierte que la sociedad de la indignación es una sociedad del escándalo, carente de toda firmeza. “La histeria y la obstinación características de las olas de indignación no permiten ninguna comunicación discreta y objetiva, ningún diálogo, ningún discurso”, retrata.

La noción de lo público, en occidente, es un emergente de la modernidad. Indispensable para distinguir lo privado (un ámbito de libertad exenta de la autoridad de magistrados o gobernantes en tanto no se dañe a terceros) de lo público (un ámbito normado, porque todos concurren a él en igualdad). Sin embargo, donde la indignación impera no hay posibilidad de construcción común. Lógicamente, entonces, rige el interés privado.

“Las olas de indignación muestran una escasa identificación con la comunidad -razona Byung-. No constituyen ningún nosotros estable que muestre una estructura del cuidado conjunto de la sociedad. Tampoco la preocupación de los indignados afecta a la sociedad en conjunto: en gran medida, es una preocupación por sí mismo. De ahí que se disperse de nuevo con rapidez”.

La indignación, rematará, no desarrolla ninguna fuerza poderosa de acción, porque la multitud indignada es fugaz y dispersa. “Le falta toda masa, toda gravitación, que es necesaria para las acciones -concluye-. La indignación no engendra ningún futuro”.

Si la indignación no le sirve a la ciudadanía, ¿a quién le resulta útil?

Condenado proselitismo

¿Cómo se hace campaña hoy, en sociedades fragmentadas hasta el infinito, para identificar con un proyecto político a cientos de miles de ciudadanos de sectores socioeconómicos que son disímiles, pero que también son difusos? ¿Cómo se hace proselitismo para lograr el apoyo de tucumanos que (además de encontrarse en ubicaciones socioeconómicas diferentes) se hallan atravesados por diferencias ideológicas; por clivajes que van desde la ecología hasta los derechos sexuales; y, como si no bastara, también por conciencias generacionales fracturadas? Una manera veloz y eficaz es, justamente, la indignación.

Entonces, la clave de la campaña es indignar o declararse indignado. Y, si se puede, ambas posturas a la vez. Esta semana derrocha indignación. El Frente Justicialista tilda a sus oponentes de “casi truchos”; Cambiemos responde que el Gobierno provincial es “trucho por completo”. El FIT tercia en la polarización y sostiene que ahora se cuestionan hoy los que fueron socios durante el alperovichismo. Y FR se corta por el flanco ciego pautando que la enseñanza de las matemáticas no debe cruzar el río Marapa hacia el sur.

Después vienen las retractaciones públicas, las relativizaciones privadas, y las palmaditas todavía más veladas, porque en realidad el asunto es indignar. De lo contrario, no se aparece en el radar de la sociedad del escándalo.

Pero salir a indignar a mansalva no es una cuestión de presencia mediática. La clave es construir cadenas de identificación. Y si los eslabones están hechos de indignación, lo que cada fuerza política forja es una cadena del daño. ¿No te gusta el Presidente y pagás cara la luz? Tu indignado voto es este. ¿No te gustan el gobernador ni el vicegobernador y te falla el servicio de agua y cloacas? Tu enfadado voto es este otro. ¿No te gusta el peronismo ni el macrismo-radicalismo; y además te asaltaron? Agarrá este voto con la mano derecha. ¿Te sentís decepcionado por los partidos tradicionales y además sos un laburante que no llega a fin de mes? Tomá este otro voto con la otra mano…

Construir cadenas de daño demanda profundizar la campaña de la indignación: porque el que más temas indignantes logre atar, es el que logrará la cadena de identificación más larga. Y gana el que eslabona la cadena de significación más amplia.

Maldito relato

El resultado es un fenómeno cada vez menos ajeno para los ciudadanos, en la provincia y el país: la victoria de los candidatos no siempre se traduce en un triunfo para sus votantes. Y es que el indignado no tiene margen para ser crítico, sino sólo para indignarse. Y hay que indignarse rápido, no sea que a uno lo confundan con los que se indignan con otra cosa...

Para que la indignación funcione, los problemas jamás pueden tener que ver con el funcionamiento del sistema político y económico; ni tampoco con las dialécticas de estructuras y superestructuras sociales; porque ese enfoque es el campo del análisis crítico. En la sociedad del escándalo, por el contrario, alguien debe tener la culpa. Y ese “alguien” tiene nombre y apellido.

Más aún, la indignación tiene su propia trama. Siempre hay un pueblo, que es virtuoso y cándido. Hay un villano (o una villana), que ha traicionado la confianza de ese pueblo maravilloso y le ha provocado un daño. Pero por suerte hay un héroe (o una heroína) que saben cómo derrotar al malo (o la mala) y devolver al glorioso pueblo a su camino de progreso...

Ese relato minimalista y subjetivo, óptimo para insuflar escandalizadas indignaciones, es la matriz del discurso populista.

Si ese relato suena más o menos común a varias ofertas electorales que, contradictoriamente, declaran ser irreconciliables, entonces sería bueno advertir que el populismo llegó para quedarse, sin importar etiquetas partidarias ni candidatos con nombre y apellido.

Si la opción es populismo o populismo (ya sea clientelar o no clientelar, pero populismo al fin), tal vez sea hora de indignarse un poco menos para que el pensamiento crítico tenga algún margen. Y para que la capacidad de acción comunitaria goce de alguna esperanza.

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