Otro hachazo a la ciudad y van...

Otro hachazo a la ciudad y van...

El liquidámbar es un regalo para los ojos. Pero a la belleza -que lo ubica entre los favoritos cuando se habla de árboles decorativos- se une la funcionalidad. Es ideal para un clima como el tucumano por la frescura que proporciona cuando aprieta el calor. En la “Guía de arbolado de Tucumán”, editada por los especialistas Alfredo Grau y Alejandra María Kortsarz, el liquidámbar aparece entre las especies recomendadas para la ciudad, junto a -entre otros- el fresno americano, el tarco, el lapacho (rosado y amarillo), el plátano, la tipla blanca y el ibirá pitá. Deberían ser muchos más los liquidámbares regados por nuestras calles y avenidas, pero como vamos a contramano del deber ser, en lugar de sumar, restamos. Al liquidámbar de 25 de Mayo al 700 lo liquidaron sin piedad.

El episodio concluyó con una faja de clausura en la puerta del local comercial -una hamburguesería- que está pronto a inaugurarse. Y si se llegó a esa decisión fue gracias a la denuncia de un vecino, el siempre inquieto Carlos Duguech, cuyo ojo avizor suele detectar los cambios que va sufriendo la fisonomía urbana. Ningún inspector, empleado ni funcionario del municipio había visto nada en esa transitadísima cuadra de barrio Norte. Así que de no ser por Duguech y el agite que provocó su posteo en las redes sociales, el liquidambaricidio habría pasado inadvertido.

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A fines de agosto, a próposito del Día del Árbol, la titular del Jardín Botánico fue enfática: “no hay nada para festejar”, le dijo Ana Levy a LA GACETA. “Estamos en estado crítico luego de lo que pasó con ‘Gustavito’ Guerrero (el niño que murió en noviembre del año pasado, cuando se le cayó un eucalipto encima). Eso generó un miedo grande hacia los árboles, por lo que empezaron a caer muchos ejemplares que no lo merecían. Pagaron justos por pecadores. Sacaron por sacar, y todavía lo siguen haciendo”, destacó.

Es cierto que esa tragedia motivó una psicosis y muchos ciudadanos empezaron a ver un enemigo en el árbol de la cuadra. Pero no es este el caso, porque en realidad lo que hacía el liquidámbar era obstaculizar un desarrollo comercial, como el potencial despliegue de mesas en la vereda. No faltan quienes acusan a la firma del crimen de ser cordobesa, una afrenta a la tucumanidad por estos días. Como si los tucumanos alguna vez nos hubiéramos preocupado por la salud y por la calidad de nuestro arbolado.

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El algarrobo de Santa Fe y Saavedra pasó a la historia, al igual que el ceibo de Mendoza al 3.800. Levy mencionó la tala de esos ejemplares como muestras de la depredación. Esa manera de ponerles nombre y apellido a los árboles que se van -la especie, la ubicación- sirve para brindarles mucha mayor entidad y subrayar su valor, lo que representan. Entonces no se llevaron puesto un árbol; será para siempre el liquidámbar de 25 de Mayo al 700.

Junto al mobiliario urbano y los monumentos, los árboles figuran en el top cinco de los objetivos del vandalismo. El banco de una plaza se repara, una mano de pintura emprolija cualquier enchastre, pero reemplazar un árbol es otro cantar. Ahí están las peatonales: eyectados los históricos naranjos, un puñado de plantines lucha por la supervivencia, con pronóstico escasamente alentador. El castigo para el que mata un árbol, por caso, debería ser directamente proporcional. Si es una multa, que realmente duela en el bolsillo. No basta con conseguir algún retoño y calzarlo con la ilusión de que prenda. No, no es suficiente.

“Muchas personas establecen una relación afectiva con los árboles -sostienen Grau y Kortsarz-. Sin embargo, también es práctico pensar en los árboles como otro elemento más de nuestra infraestructura construida: un techo, una calle, una columna de alumbrado. Se trata de una ‘infraestructura verde’ que requiere una inversión económica. Si realizamos la inversión adecuada, nos reportará beneficios por décadas y hasta siglos. Tal vez este es el planteo más adecuado para aquellos que no sienten una particular afinidad por los árboles”.

Esa amplitud de miras que reclaman los expertos parece mucho pedir. ¿Planificación? ¿Futuro? ¿Qué es eso? Al liquidámbar no hubo forma de salvarlo, pero al menos alguien se preocupó por denunciar el caso. Triste consuelo.

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