Saturados

Las que siguen con dos citas rescatadas del diario. “Si bien el intendente le bajó el tono a la polémica y dijo que no existe una cuestión política de fondo, admitió que, en muchas oportunidades, la Municipalidad capitalina debe terminar el trabajo inconcluso que deja la SAT cuando realiza obras en algunas calles”. “El gobernador también se refirió a la deuda (con el municipio): está bien, si hay que pagar, vamos a pagar”. No lo dijo Alfaro, ni lo afirmó Manzur. Son manifestaciones de Domingo Amaya y de José Alperovich, allá por diciembre de 2014, cuando estaban al frente de la intendencia y del Poder Ejecutivo, respectivamente, y todavía se llamaban afectuosamente por sus nombres y no por sus apellidos, mientras se confundían en prolongados abrazos. Tiempos previos al quiebre de la sociedad política, el que sobrevendría sólo unas pocas semanas después. El distanciamiento comenzó, precisamente, con ese entredicho entre el municipio y la Sociedad Aguas del Tucumán, sumando un elemento que luego terminó derivando en la conformación del Acuerdo por el Bicentenario.

Fue una excusa, entre otras, para desconocerse y decirse en público lo que venían conversando y arreglando en privado desde 2003; la misma excusa que no había estallado en los 10 años anteriores; frenada y disimulada porque la Nación, la Provincia y el Municipio eran gobernadas por el mismo partido político. Las administraciones entonces se respaldaban y cubrían sus deficiencias de gestión. No se acusaban entre sí, respetuosas de un verticalismo que ordenaba las lealtades y que definía el flujo del aporte de los recursos por “acompañamiento”. Ese orden hoy está alterado, por lo que nadie se calla nada. En aquel tiempo había que diferenciarse y exteriorizar el descontento para encarar con éxito el proceso para la fractura; y nada mejor que una queja por los trabajos inconclusos de la SAT en las calles de la ciudad; poniéndose del lado de los afectados directos por los derrames cloacales y por la explosión de las cañerías del agua potable que se multiplicaban: los vecinos, sus representados, los que los eligieron y a cuyo servicio debe estar la autoridad de turno.

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Motines y respaldos

En aquel ya lejano 2014, el hoy secretario de Vivienda de Macri le reclamó a la SAT una deuda de $ 7 millones por 422 infracciones cometidas en 2013. El motín comenzaba a gestarse en el barco alperovichista para sorpresa de los que no imaginaban tamaño paso del “Colorado”. Por ese entonces desde el hoy devaluado amayismo se deslizó que la empresa encargada del servicio del agua no hacía las reparaciones a propósito, para generar descontento social y esmerilar la gestión municipal. ¿Por orden de quién? Del titular de la SAT, Alfredo Calvo, se afirma que sigue respondiendo al ex gobernador, como muchos otros miembros del gabinete. ¿Alguien vio últimamente una foto de Manzur con Calvo a manera de respaldo de su gestión en la empresa estatal? Sí se vio, en cambio, una foto del “reaparecido” Amaya caminando junto a Cano. Dos que se conocen pero no se juntan y dos que se desconocían y ahora se juntan.

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En fin, aquella “decana” sociedad política bajo el paraguas del kirchnerismo hacía aguas en Tucumán. Uno denunciaba para asegurar el acompañamiento del vecino como elector a futuro y el otro apuntaba a dañar la imagen de los eventuales adversarios, también a futuro. Cuando de ser y mostrarse adversarios se trata, ni la nimiedad se obvia para identificar y acusar a ese otro que puede hacer daño obteniendo adhesiones en la trinchera ajena. El servicio de agua y cloacas fue un factor para la división, y cada lado salió a minarse con una estrategia de acción política y comunicacional.

Semanas después, el 15 de abril de 2015, Amaya y Alfaro lanzaron sus candidaturas a gobernador y a intendente. El hombre de Villa Amalia, esa noche aludió a la municipalización del servicio de agua y cloacas. Hoy, como en aquellos tiempos, la actuación de la SAT reapareció con inusitada fuerza en otro año electoral. ¿Coincidencia? Si ayer sirvió para cruzarse de vereda, hoy es una excelente bandera para sumar a la causa a un ejército de descontentos; por lo menos el de los capitalinos hartos de los olores nauseabundos de los derrames cloacales. Ese malestar hay que saber capitalizar a favor de y en contra de. Las cartas están echadas y cada uno conoce su juego.

En 2015 a Alfaro le vino de perillas el discurso contra la corrupción –que caló a nivel nacional y que favoreció a Macri- y contra el alperovichismo para captar el voto que lo catapultó a la intendencia, estrategia que repitió y que no le rindió como esperaban a Cambiemos en agosto. Pero ahora hizo otra apuesta, aunque a esa senda ya la había transitado hace un par de años: fue a la Justicia con una demanda por $ 240 millones contra la SAT por la destrucción de las calles a causa de las pérdidas. Sin embargo, el reclamo no tiene tanta potencia política como la campaña para recoger 100.000 firmas para intervenir a la empresa estatal. Usufructuará el descontento ciudadano. Ha decidido, en su territorio de influencia, plebiscitar la gestión municipal como parte de una estrategia para mejorar la performance electoral y permitirle la obtención de la segunda banca opositora para su esposa, Beatriz Ávila.

El intendente está volcando todo su esfuerzo institucional, político y electoral en este “conflicto”; sumándose a una línea de acción que ha redundado en algunos éxitos en el resto del país, como lo es el de mostrarse como un férreo defensor de los intereses de sus representados: tal como lo hizo Vidal, asegurando que peleará por los dineros usurpados y que les pertenecen a los bonaerenses; o como Jaldo, que viene repitiendo que defenderá los intereses de los tucumanos frente a la agresión de la Nación. Conducta que el vicegobernador mantendrá porque así le fue bien en las urnas y que profundizará junto a Manzur. Paréntesis: precisamente, el titular del PE regresó con una amplia sonrisa de Buenos Aires -ocupó un lugar privilegiado en la mesa y en la foto de los mandatarios provinciales- tras reunirse con sus pares para exigir que el Congreso sea el que dirima las diferencias por coparticipación en el pleito con Vidal. Centralidad que disfruta y que le abriría la puerta para jugar en un escenario que busca: el de los planos nacionales como eventual alternativa pejotista al cristinismo; pero sobre todo como un referente opositor frente a Cambiemos.

Atender a los votos

Retomando, Alfaro hizo lo propio: salir a defender a sus vecinos de la desidia de la SAT y convertir su lucha en el eje central de su accionar en los próximos 42 días. Si bien son estrategias políticas con fines electorales; todos dicen y muestran lo que cualquier autoridad debería hacer en todo momento por los ciudadanos que los eligen y también de los que no los votan: mejorarles la calidad de vida. La gente los necesita para eso, les otorga roles preponderantes porque apuestan a obtener beneficios del voto de confianza que les otorgan. El jefe municipal, de alguna forma, les está diciendo y mostrando, como Vidal a los bonaerenses, que nadie como él defenderá mejor a los capitalinos a partir de un botón de muestra. Alfaro es una verdadera astilla para el oficialismo, los conoce, es del mismo palo ideológico y sabe de tretas bien peronistas para jugar en territorio enemigo, es el “pícaro” entre los justicialistas. Habrá que ver cómo le va.

Lamentablemente para la ciudadanía, los tiempos electorales alejan, dividen y enfrentan. Saturan. Por definición una votación obliga a los candidatos a diferenciarse del rival y a buscar las adhesiones en ese plano. Es imposible la proximidad institucional cuando las urnas se aproximan, porque el manual dice que no hay que ser como el otro, al que hay que opacarlo. El conflicto por la SAT quedó entrampado en ese plano de la polémica electoral, muy lejos del debate constructivo y de un posible arreglo en los próximos 42 días de campaña. Es que para superar el conflicto, las partes en discordia deberían aceptar un reto que en tiempos electorales se presenta como un gran inconveniente y un verdadero obstáculo: consensuar. Ese es el gran desafío de la dirigencia en democracia, el de dejar atrás las mezquindades, los intereses sectoriales y las palabras y pasar definitivamente a los hechos constructivos, pero juntos.

Tal vez haya que esperar que pase el 22 de octubre y que se reacomoden los números, los espacios de poder, que se definan la territorialidades propias y ajenas y que haya un baño de humildad democrática en las cúpulas para beneficio de los que están abajo. Y esperan.

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