De Don Tallarín y Doña Tortuga al fanzine

De Don Tallarín y Doña Tortuga al fanzine

Internet permitió la supervivencia de la historieta, observa Judith Gociol. Está organizando una muestra sobre Mafalda en el Virla.

JUDITH GOCIOL, EN SU PROPIA SALSA. Así “retrató” a la experta en historieta la pluma sutil de Daniel Paz.  JUDITH GOCIOL, EN SU PROPIA SALSA. Así “retrató” a la experta en historieta la pluma sutil de Daniel Paz.

Levante la mano el lector de cualquier edad que no haya ejercitado alguna vez la aventura de completar una historia que se ofrece “cuadrito por cuadrito”. Si en el desván del adulto conviven El Corto Maltés con las chicas Divito o toda la colección de D’Artagnan, del Tony, El Eternauta o las aventuras de Patoruzú, en los de edad intermedia gravitan la magia y el merchandising (pionero en esas lides) de Anteojito; o el inefable romance entre Inodoro y la Eulogia, entre las decenas de personajes que poblaron 100 años de historieta en la Argentina. Y la aventura continúa, parece estar diciendo Judith Gociol, que no oculta su sorpresa por la cantidad de historietistas que está encontrando en su recorrida por el país, para que el catálogo del Archivo de la Historieta y el Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional, que ella codirige con José María Gutiérrez, sea lo más federal posible.

Gociol pasó por Tucumán para semblantear el espacio físico del Virla, donde montarán en septiembre, con la Secretaría de Extensión de la UNT, una muestra dedicada a Mafalda, el personaje de Quino que no envejece. Durante la visita se reunió con una treintena de historietistas tucumanos, que han encontrado en la tecnología la posibilidad de seguir cultivando el género, ahora en escala “de nicho”.

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“Me sorprende la cantidad de historietistas que hay en cada lugar que visito, y la calidad. Me parece que las regiones trazan vínculos entre sí, y editan fanzines y prozines porque la tecnología lo permitió. Hay circuitos que no pasan por Buenos Aires, gente que publica en el exterior, producciones autoeditadas. Buenos Aires no es el centro”, apunta la especialista, en diálogo con LA GACETA.

¿Cuál es el combustible de esa permanencia? Al comenzar los años 80, cuando internet era una promesa, el semiólogo Oscar Steimberg profetizó: “no hay vuelta de hoja: la electrónica invade, y seguirá invadiendo, el campo del libro, del cine y de la historieta. Pero arriesguemos: es probable que los que menos sufran cuando se abandone del todo el papel, y las imágenes y los textos se proyecten en pantallas cristalinas o en el aire... sean los perversos de la historieta”.

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Gociol coincide. “Creo que internet empezó a a funcionar como el fanzine a la enésima potencia, una manera de mostrar lo que se producía. Muchas cosas empiezan por internet, y las editoriales grandes las pescan; o las toman los diarios cuando ya están probados. Hay algunos que se prueban solos; y cuando funcionaron, por ahí los llama Sudamericana. La nueva Fierro fue una gran vidriera para la historieta”, reflexiona.

- ¿Hay un ADN de la historieta argentina?

- Lo que hizo conocida a la historieta argentina en el mundo fue Oesterheld, y los dibujantes... Pero es tan rica la historieta argentina que es imposible decir que haya una identidad común. Si nos remontamos al siglo XIX, al humor gráfico político, y a comienzos del siglo XX, ya está la historieta como la narrativa que conocemos hoy. La que venía traducida o copiada del humor estadounidense; el humor político quizás se inspira en Inglaterra; pero la tira de historietas que vimos en los diarios argentinos a lo largo de todo el siglo XX llega de Estados Unidos. En 1907 hay una historieta realizada en la Argentina, pero con historietistas españoles, inmigrantes que habían entrado a la prensa.

- ¿Cuándo aparecen las rupturas, si es que las hay?

- Con José María Gutiérrez hablamos de una etapa de la historieta salvaje (N de la R: concepto que ambos desarrollan en el libro homónimo, de Ediciones De la Flor). Tomamos las primeras tiras. Don Tallarín y Doña Tortuga; o, por ejemplo, Don Salamito y doña Gaviota, una historieta de 1916 que era absolutamente surrealista, precursora. Tenían un vínculo muy especial con los lectores. Tuvo varios ilustradores, uno de ellos fue Soldati, de Santa Fe. Entre las rarezas que encaraban estaba el hecho de que mataban a los personajes principales. Algo que ni el cine ni la historieta permitieron que se hiciera luego, con concursos en los que les proponían a los lectores sugerencias acerca de cómo matar a los personajes

- ¡Narrativa transmediática en 1916!

- Totalmente. Y le llamamos la historieta salvaje porque, pese a las influencias, vimos que hasta los años 30 la historieta se animaba a instalar cosas políticamente incorrrectas. Llegaba la inmigración masiva, cuando se estaba conformando la nación, y la historieta se hacía eco de ese estado de ebullición; era una historieta más costumbrista. La historieta es un gran registro social, de moda, de sentido, y se le filtra su época. La época de oro de la cultura argentina en general fueron los años 50, y ahí también es la historieta de Oesterheld, y previamente, a fines de los años 20, la historieta que trata de rescatar al gaucho: es el germen de Patoruzú.

- ¿La historieta en la Argentina es un campo de confrontación?

- Y de debate sobre la identidad nacional. Con Patoruzú y Patoruzito arranca la venta en serie de la historieta en la Argentina. El fin de la historieta salvaje es la aparición de Dante Quinterno. Para dibujar a Patoruzú, Quinterno bajaba línea tanto sobre el dibujo como sobre la moral de los personajes. El valor de lo patriótico, inclusive de Isidoro, que es el personaje más zarpado. Después viene Anteojito, la otra gran fábrica. García Ferrer era muy creativo, y después se industrializó, incorporó el merchandising... La historieta tuvo sus picos, luego vino la competencia de la televisión. Y la historieta “industrial” cae cuando cierran Columba y Récord. Pero sigue siendo un género muy interesante como introductor de la lectura, aún cuando no sea un lenguaje sencillo. Porque tenés que saber leer el dibujo, la palabra y la articulación de ambos lenguajes. Pero parece que les resulta más amigable que la gran literatura. Tiene algo de cotidiano, de desacralizador, que funciona. Esa idea de que la tenés que completar: siempre se dice que lo que pasa entre un cuadrito y otro cuadrito lo completa el lector.

- Y ya en la democracia, se marca un hito con Fierro...

- Ahí la historieta se vuelve más adulta, empieza a jugar con otros lenguajes, con el cine, con el diseño gráfico. Se vuelve más exquisita, y pierde lectores. El lector tradicional de historietas no se logró recuperar. Y el último espacio editorial fue La Urraca, Humor. Cuando cierra Fierro termina un ciclo. Ahí es cuando entran a sostenerla los chicos que se largan a hacer fanzines, a publicar por internet. Nunca se volvió a un público masivo, a una industria editorial. Pero a través de internet y de lo que hicieron mano a mano, el lenguaje sigue vigente. Por otro lado están las páginas de los diarios. Pero, sin duda, Mafalda es el gran fenómeno de la historieta.

- ¿Cómo analizás la “eternidad” de Mafalda?

- En Mafalda hay una cruza de fenómenos. Quino alguna vez dijo que no perdió vigencia porque lamentablemente el mundo no mejoró. Lo que él vio en ese momento sigue existiendo; sería bueno que Mafalda pudiera leerse como un libro de historieta, pero lamentablemente sigue siendo un registro del presente. Por otro lado, caló tan hondo en la gente, que la gente se apropió de ella; y Quino la publicó relativamente poco; fueron menos de 10 años. El resto son republicaciones, pero se sigue publicando, oficialmente o extraoficialmente, de manera tucha.

- ¿En qué consiste la muestra “Mafalda en su sopa”, que se inaugura el 21 de septiembre en el Virla?

- Lo que quisimos hacer es mostrar cómo se apropiaron los lectores del personaje. Hay muchas cartas de lectores, merchandising, del oficial y del trucho. Vas a San Telmo y encontrás merchandising a patadas. Hay traduccciones al indonesio, al japonés... Creo que transmite un mensaje universal, que les permite a esos personajes trasladarse por el mundo. Además, caló tan hondo en las personas que lo supera a Quino. Él ha tratado de pelear por los derechos de autor, y del merchandising trucho, pero ya se dio cuenta de que el fenómeno lo supera. Quino vino cuando se inauguró la muestra; y le pareció interesante saber qué pensaban los lectores. Se pueden ver desde las primeras cartas hasta los mails que hoy le siguen mandando a la representante.


PROTAGONISTAS


El nacimiento
La historieta salvaje,  según gociol y gutiérrez 
Judith Gociol y José María Gutiérrez, coordinadores del Archivo de la Historieta y el Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional, son autores de “La historieta salvaje”, un libro que recoge la historia del género en la Argentina. En la imagen, la tira  “Don Tallarín y Doña Tortuga: Aventuras de un matrimonio aún sin bautizar”, publicada en 1916 en “PBT”.


> El nacimiento
   La historieta salvaje,  según Gociol y Gutiérrez 

Judith Gociol y José María Gutiérrez, coordinadores del Archivo de la Historieta y el Humor Gráfico de la Biblioteca Nacional, son autores de “La historieta salvaje”, un libro que recoge la historia del género en la Argentina. En la imagen, la tira  “Don Tallarín y Doña Tortuga: Aventuras de un matrimonio aún sin bautizar”, publicada en 1916 en “PBT”.

> La tradición                                                                                                                                                                          En el debate sobre la identidad nacional

Judith Gociol sostiene que Patoruzú, el personaje de Dante Quinterno, y toda su “familia” (La Chacha, Upa, Isidoro Cañones), marcan el fin de la etapa de la “historieta salvaje”, de lo “políticamente incorrecto”. Patoruzú (1928) es la historieta en la que se encarna el valor de lo patriótico, el debate acerca de una identidad nacional en la que el gaucho es un personaje central.

> La edad de oro
   Oesterheld y el Eternauta

El 4 de septiembre de 1957, Héctor Oesterheld dio a luz un personaje que se volvió eterno: El Eternauta, con dibujos de Solano López. La historia, sobre un viajero de la eternidad que se aparece en casa del propio Oesterheld y le cuenta sobre una terrible invasión extraterrestre en Buenos Aires, se publicó por entregas semanales hasta 1959, con gran éxito. Es la época de oro del género.
 
> Eterna 
   Mafalda, la rebelión detrás del no a la sopa

Judith Gociol dice que Quino explica así la eternidad de su personaje: que su vigencia se debe, lamentablemente, a que ella sigue siendo una intérprete de un mundo violento. Entre el 21 de septiembre y el 21 de noviembre se podrá visitar la muestra “Mafalda en su sopa”, en el Virla. Organizan la Biblioteca Nacional y la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional de Tucumán.
 
> La “fábrica”
   Anteojito, la “fábrica” de García Ferrer

Nacido en 1964 de la pluma del dibujante Manuel García Ferré, Anteojito se publicó hasta el año 2001, y fue, durante ese lapso, la historieta canónica del “niño medio” argentino. Señala Judih Gociol que la publicación (que compitió con Billiken) fue una de las grandes fábricas de la historieta en la Argentina. Y el arranque del marketing al servicio de las narrativas para chicos y no tanto.

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