Cambiemos para que nada cambie

Con una ambiciosa propuesta de “cambio”, la alianza que hoy gobierna a la Argentina ganó las elecciones en 2015, en gran medida, por los votos de gente asqueada.

Ciudadanos cansados, aunque no todos de lo mismo. Algunos de la corrupción endémica de este país, otros de la inseguridad; hay quienes estaban preocupados por una creciente inflación y por una economía que venía en franco deterioro, o por las flagrantes mentiras y adulteraciones de los índices oficiales de la pobreza, el desempleo y el resto de las variables socioeconómicas.

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Había votantes que simplemente querían un cambio, a secas, después de 12 años de lo mismo.

También estaban los hartos de la grieta y la violencia verbal (y a veces física) del kirchnerismo contra todo el que se animara a disentir o criticar, empezando por la presidenta, que vomitaba su odio desde las tediosas cadenas nacionales y en sus redes sociales.

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Grieta que en muchos casos destruyó familias, amistades, parejas, volvió irrespirables ambientes laborales, grupos de WhatsApp y reuniones de todo tipo, virtuales o reales.

Entre los casos anecdóticos, hubo hasta un casamiento, una de las fiestas más felices que existen, donde terminaron volando sillas a causa de una discusión política, división probablemente sensibilizada por el alcohol.

Así surgió “Cambiemos”. Cambiemos de clima, vivamos en paz, empecemos a decir la verdad, dejemos de robar, volvamos a crecer.

Un gobierno que, de todos modos, llegaba con lo mínimo, apenas el 51,1% de los votos, no en primera vuelta, como cuando Cristina Fernández ganó en 2011 con el 54% de las voluntades contra todos los partidos, sino en un balotaje donde sólo hay dos opciones.

Mitad y mitad

Es decir, 12.997.937 de personas eligieron un cambio, contra 12.395.430 que querían una continuidad o al menos un cambio menos brusco.

Es casi un empate técnico, considerando, para ambos partidos, los miles que dudaron hasta el último minuto, los que pudieron haberse confundido, los que no tienen buena vista o hasta los que pudieron haber sido traicionados por su inconsciente.

Conocemos un caso de una persona que después de depositar su voto en la urna se tomó la cabeza con las manos y dijo ¡nooo, me equivoqué!

Y si a los votos que no eligieron a Cambiemos les sumamos los 640.000 en blanco y nulos, más otras decenas de miles que no fueron a votar, escépticos o disconformes con las dos propuestas, Mauricio Macri asumió realmente con bastante menos del 50% de apoyo.

Apoyo que además va sufriendo el desgaste propio de la gestión y por eso hoy el Presidente, en agosto de 2017, tiene entre 10 y 20 puntos menos de imagen positiva que en 2015, según el distrito. En donde mejor está es en Ciudad de Buenos Aires, bastión del PRO, con 60 puntos de imagen positiva y 40 negativa, y en donde peor mide Macri es en el norte, con guarismos exactamente opuestos a CABA.

Ni señales de humo

Luego de 20 meses de gobierno el cambio prometido se sigue haciendo esperar. La economía está peor que en 2015 y sin señales claras de mejora a corto plazo, salvo promesas y anuncios; el salario promedio sigue cayendo por debajo de la inflación y el consumo afronta índices de recesión muy preocupantes.

La prometida transparencia política ya sufrió varios salpicones de aceite rancio, como el escándalo de los Panamá Papers; la condonación de la deuda a la empresa de su padre, Correo Argentino; el escándalo Odebrecht que involucra al jefe de la AFI y amigo de Macri, Gustavo Arribas; el apresuradísimo beneficio a sectores económicos vinculados al gobierno, como las mineras, el campo y las empresas de servicios; la reciente adjudicación millonaria en Bariloche al empresario K Cristóbal López; las probadas operaciones judiciales a favor del PRO por parte del presidente de Boca Juniors, Daniel Angelici; y el uso electoralista de los recursos del Estado, como la entrega de mercadería y electrodomésticos descubierta en Tafí Viejo la semana pasada, o la utilización por parte de Macri de un avión oficial para hacer campaña, denunciado ante la Justicia.

Además de las denuncias de corrupción que arrastra el macrismo desde su gestión en la Ciudad de Buenos Aires, como las escuchas ilegales o los sobreprecios en las obras de Metrobús, entre varias otras.

“Debemos recuperar la institucionalidad”, anunciaban en campaña. Promesa pisoteada este miércoles en Tucumán, cuando Juan Manzur se convirtió en el primer gobernador de la historia que no fue visitado por un presidente que venía a la provincia, exceptuando la breve escala aeronáutica que hizo Néstor Kirchner, para reaprovisionar combustible, cuando gobernaba José Alperovich.

Se agranda la grieta

Cuando este columnista publicó una serie de posteos en Twitter criticando que Macri pusiera por encima las mezquindades electoralistas antes que el debido protocolo y la institucionalidad, recibió una catarata de insultos y difamaciones de parte del ejército de troles y militantes que tiene Cambiemos en las redes sociales, que le van con toda la violencia a cualquiera que ose criticar, disentir o pensar distinto. Idéntico que los kirchneristas. Al cambio te lo debo.

Grieta violenta que no es exclusiva de las bases, sino que es el fiel reflejo del modo de pensar de los funcionarios y dirigentes, lo mismo que ocurría con Cristina y La Cámpora.

El mensaje sexista, misógino y ordinario contra Eva Duarte que el concejal Agustín Romano Norri le envió por WhatsApp al militante peronista Francisco Mejías, el día del 60 aniversario del fallecimiento de la dirigente justicialista, está muy lejos de ser una estupidez aislada de un solo dirigente, como algunos quisieron justificarlo.

Excepto la concejal Sandra Manzone, nadie de ese espacio político salió pronto a repudiar públicamente las expresiones ofensivas y denigrantes de Romano Norri, quien ya había sido denunciado por acoso sexual en febrero.

Y el silencio de los máximos dirigentes de Cambiemos significa una sola cosa: que apoyan y coinciden con Romano Norri, ya sea por aprobar sus dichos o por complicidad corporativa, otra de las enquistadas formas de corrupción que prometían “cambiar”.

Estas expresiones no son una afrenta que acaba en Eva Perón o en las mujeres en general.

“Cortala con Eva Perón, hermano. No te vende, boludo. Es una puta, una ramera. Usted es peronista del peronismo, no de Evita. Lo respeto por eso, pero Evita no vende nada. No me mande fotos de Evita porque Evita es un cáncer. Viva el cáncer”.

Claro que insulta la memoria de Eva Perón y agrede a todas las mujeres, pero también les falta el respeto a miles y miles de personas que padecen esta terrible enfermedad y a tantos otros padres, hijos y hermanos que han perdido familiares y amigos por el cáncer.

Un político así no debería representar a nadie y menos integrar un cuerpo legislativo que se hace llamar Honorable.

“Evita no vende”

Sin minimizar la gravedad de estas expresiones, el dato político -también deleznable- que se desprende de este audio, que es más extenso que lo aquí reproducimos, es que repite varias veces “Evita no vende”.

Toda una revelación política que describe de pies a cabeza la matriz ideológica de Romano Norri: apoya lo que “vende”. Y si Evita vendiera, según su propio diagnóstico, mentiría públicamente que la admira.

Como le siguió mintiendo a la sociedad luego de conocido el audio, cuando no tuvo la valentía de admitir que era suyo.

Mentira que también se hace extensiva a toda la cúpula del radicalismo y de Cambiemos, que sabían que el audio era de Romano Norri, pero eligieron callar y mentirle a la gente.

Lo que plantea otro interrogante político no menos importante: ¿no será que a la mayoría le importa sólo lo que vende? ¿Que son capaces de mentir cualquier cosa siempre que “venda”?

Es una vergüenza, un desastre, que estimamos le debe producir una profunda decepción al votante de Cambiemos, que con tristeza viene confirmando que le decían “cambio” sólo porque “vende”, pero que en el fondo no van a cambiar nada.

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