Ganó el peronismo

La campaña hacia las PASO del 13 de agosto presenta un hecho inédito para la política tucumana. Por primera vez desde los ‘90, oficialismo y oposición anclan sus actividades proselitistas a la gestión. En el pasado reciente, los tiempos electorales sumían a Tucumán en una diatriba verbal, por un lado; y en un ir y venir de funcionarios por frentes de obras públicas, por el otro. En esta ocasión, la conjunción de diferentes fuerzas gobernando municipios, la Provincia y la Nación permite que, según desde donde se lo mire, un dirigente pueda ser oficialista y opositor a la vez, y viceversa. Escucharlo al gobernador Juan Manzur, por ejemplo, es desconcertante: arenga desde una tribuna contra las políticas de Mauricio Macri, y se sienta sobre el sillón de la institucionalidad al defender la gestión provincial. Este menjunje, en un escenario copado por el peronismo en sus diferentes versiones, torna aún más confusa la realidad.

Basta con repasar los hechos de la última semana. Por un lado, el vicegobernador en licencia, Osvaldo Jaldo, anunció la entrega de asistencia social por parte del Estado; y el secretario General de la Gobernación, Pablo Yedlin, también en licencia, mostró las bondades del nuevo helicóptero oficial. Por el otro, José Cano, ya sin ser titular del Plan Belgrano, supervisó en Concepción junto al intendente local y precandidato, Roberto Sánchez, obras de urbanización financiadas por la Nación e inauguró un pozo de agua en Villa de Leales. A la vez, su compañera de lista Beatriz Ávila, sin cargo público, entregó escrituras junto a su esposo en un barrio de la capital. Hay muchos más casos, pero esa simple selección sirve para graficar que, de un lado y del otro, cimientan la campaña sobre los ladrillos del Estado.

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En sus narices

Es decir, después de mucho tiempo el oficialismo provincial siente que le hacen política en sus narices y con sus mismas armas. Y en esto, sin lugar a dudas, hay un elemento en común: la presencia del peronismo tanto en el Frente Justicialista por Tucumán como en Cambiemos para el Bicentenario. El PRO, partido surgido bajo el barullo de las cacerolas de 2001, acabó acomodándose a las liturgias partidarias más tradicionales de la UCR y del PJ. E, incluso, en varios distritos del país aparece desdibujado en la alianza electoral. En esta provincia, por caso, el malestar se hizo palpable en una reunión partidaria de la semana pasada, en la que “renegaron” por el nulo papel decisorio que les dejaron a los macristas puros en esta campaña. No sólo no participan de la toma de decisiones, sino que ni siquiera comparten los métodos bajo los cuales se realiza. El caso del traslado de mercadería en camiones oficiales de la Nación y de la Capital, que puso el fantasma del clientelismo otra vez bajo discusión con el sello de Cambiemos, es otro de los asuntos que más cuesta digerir a los relegados amarillos.

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El puñado de referentes tucumanos que asistió hace tres semanas a la cumbre electoral del macrismo se trajo el libreto bien aprendido bajo el brazo. Allí, el gurú Jaime Durán Barba les aconsejó a los precandidatos de todo el país basar su campaña en la verdad y en la gravedad de la mentira. El ejemplo más usado por el ecuatoriano fue el de la repetida frase de que el de Macri “es un gobierno para ricos”. Según el analista, derrotar esa sensación instalada en la sociedad llevará mucho tiempo y esa lucha debe ser dejada para otra ocasión. Por lo tanto, cree, no tiene sentido perder horas en contradecir esa sentencia social sino llenar de “contenido” la gestión y evitar caer en la mentira. Es, ni más ni menos, lo que están haciendo los macristas dispersos por el país en las ciudades y provincias que gobiernan: muestran lo que -a su juicio- hicieron y lo que podrían hacer si se votara “al futuro” y no “al pasado”. Claro que, como el PRO y Cambiemos basan sus acciones en el pragmatismo, no pueden dejar de lado las prácticas de la vieja política para competir. No es casual, entonces, que los hombres sobre los que recae el peso de la campaña en el macrismo y en el justicialismo tengan orígenes similares. Hoy, Alfaro y Jaldo son quienes están tirando carbón a la locomotora que avanza echando humo sobre los rieles de la campaña.

El tranqueño no tiene otra opción. Es su oportunidad de sacar definitivamente del medio al ex gobernador José Alperovich (que, dicho sea de paso, no saludó públicamente al vicegobernador para el Día del Amigo, pero sí lo hizo con Manzur). Está en juego su pellejo y sus posibilidades para 2019. El capitalino, en cambio, aprovecha la dependencia política que hoy siente el radical Cano hacia él. El intendente devino jefe de campaña del macrismo. Por él pasan las decisiones y en su gestión se apoya principalmente Cambiemos. Quizás allí radique la clave para entender las coincidencias estratégicas del proselitismo y el fogoneo judicial repentino. No en vano el oficialismo provincial aprovechó una situación poco clara vinculada al reparto de asistencia social para llevar al alfarismo a la Justicia; y el alfarismo le replicó con la misma herramienta en los tribunales. En el medio quedaron las salpicaduras de las versiones que esparce el folclore justicialista: que esos bienes cargados en camiones de la capital servirían para hacer campaña y que, a modo de represalia, los inspectores municipales tienen un listado con números de licencia de taxis a los que deben “revisar” que estén en orden si justo los ven por las calles. Casualmente, todos ligados a un ex legislador peronista que puso la firma a una denuncia por supuesto clientelismo contra Cambiemos.

Así, la elección de diputados mutó a un mano a mano entre dos viejos peronistas que compiten con las mismas armas y que centran su actividad en el territorio. Alfaro y Jaldo se respetan y, paradójicamente, se cuidan porque aún enfrentados en esta ocasión, el futuro es incierto para todos. Los comicios, mientras, aparecen atravesados por el peronismo, que ya puede declararse vencedor antes de que se abran las urnas.

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