Lo que viste de Juan y Mauricio

“Esto que viste de Juan es lo mejor que vas a ver, no hay mucho más”. Juan era el gobernador Juan Manzur y “esto que viste” eran los numerosos, opulentos y emotivos festejos del año del Bicentenario. La confesión tuvo lugar en febrero de 2017. Pero antes es necesario ponerla en contexto.

Manzur tuvo la gran fortuna de encabezar las históricas celebraciones patrias a poco de asumir y a lo largo de todo un año, repleto de actividades alejadas de la política partidaria, cargadas de profundos sentimientos nacionalistas, emociones que atravesaron a la sociedad de punta a punta, sin distingos de clase, ideología, sexo, credo o edad.

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Por primera vez y después de mucho tiempo, Tucumán, y por momentos también parte de la Argentina, parecían unirse detrás de una sola bandera. El 2016 ofició, tal vez sin querer, como una tregua necesaria.

Y no es exagerado afirmar que Manzur tuvo una suerte inmensa, porque el Bicentenario llegó justo para sepultar un 2015 escandaloso, faccioso y violento, y para arrancar un primer año de mandato con una provincia embanderada, bullanguera y siendo el ombligo de la patria a cada rato.

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Un 2015 para el olvido, sin dudas, pero también utilizado vilmente por el unitarismo porteño de Cambiemos, que exacerbó, exageró y nacionalizó el conflicto tanto como pudo, a costa del sufrimiento y la paz de los tucumanos, con el solo fin de debilitar a Daniel Scioli y al peronismo en general, frente a las elecciones nacionales que ocurrirían en octubre de ese año.

El proselitismo del fraude

Al margen de las muchas irregularidades electorales que efectivamente existieron, denunciadas por LA GACETA y luego probadas por la Justicia, desde Buenos Aires se dijeron infinidad de mentiras en pos de un proselitismo perverso.

Mentiras que más temprano que tarde se fueron cayendo una por una, con nombre y apellido, empezando por el presidente Mauricio Macri, que echó nafta al fuego al pedir que se repitieran las elecciones, dando por cosa juzgada el fraude electoral (desestimado por la Corte Suprema de la Nación el martes pasado), sin respetar la autonomía provincial, para luego deslizar una amenaza proselitista, que por supuesto nunca cumplió: “Si soy presidente, el mismo 10 de diciembre llamo a elecciones”, afirmó el 17 de septiembre de 2015, respecto de los comicios tucumanos.

José Cano y Domingo Amaya fueron rehenes de este tironeo nacional entre Macri y Scioli, y por el estoicismo con el que soportaron los arteros embates porteños recibieron su justo reconocimiento. Ambos accedieron a cargos en el gabinete nacional, cargos a los que nunca hubieran llegado de no haber sido Tucumán la bandera de combate electoral de Cambiemos con la consigna “evitemos que el fraude tucumano se repita a nivel nacional”.

Ahora Cano fue desplazado de su cargo, bajo el oportuno pretexto electoral, y en medio de una interna feroz en el gabinete nacional acerca de la efectividad real del Plan Belgrano.

Cuando se disipa el humo

Transcurrida la felicidad embriagadora del segundo siglo de la Independencia, Manzur debía empezar a gobernar de una vez por todas, es decir, afrontar el final de fiesta, con índices de pobreza y desocupación en aumento, con un Gran San Miguel de Tucumán colapsado en infraestructura y desarrollo urbano, con una inflación que no deja de esmerilar el poder adquisitivo de la clase trabajadora, y con una situación institucional por demás frágil y compleja.

¿Y ahora qué se viene? Era la pregunta que muchos se hacían mientras se arriaban las banderas, se desmantelaban los palcos, ya no había actos que presidir, monumentos que inaugurar, espectáculos que presentar, visitas que recibir y de a poco las escarapelas volvían al cajón de la mesita de luz.

¿Se viene un alperovichismo remozado, edulcorado, o nacerá el manzurismo? Las primeras señales que había dado el gobernador desde el comienzo de la gestión apuntaron a marcar diferencias importantes con su predecesor: mayor diálogo con la prensa, con la oposición y con sus colaboradores, en definitiva, más y mejor diplomacia; avanzar sobre una reforma política tendiente a eliminar el clientelismo y el uso electoral de los dineros públicos; recuperar la división de poderes, bastardeada por Alperovich, y fortalecer las mancilladas instituciones del Estado; proyectar un Tucumán grande y pujante, con importantes obras públicas y un legado que trascienda al cordón cuneta.

Tucumán ya no dialoga

Lo cierto es que a poco de cumplir dos años de mandato, aquello que admitió un colaborador de Manzur que lo conoce desde hace años, empieza a tomar cuerpo: “esto que viste de Juan es lo mejor que vas a ver, no hay mucho más”.

La reforma política murió en un manual de buenas intenciones denominado “Tucumán dialoga”, que ya cumplió el único objetivo con el que fue concebido, apagar las llamas que dejaron las bochornosas elecciones de 2015. De allí en más, la fecha de defunción de la reforma está grabada en la misma fecha de impresión del libro.

La división de poderes es una mise-en-scène aceitadísima, con años de ensayo, donde la Legislatura sigue siendo una mera escribanía del Gobierno y con una Justicia que tiene más divisiones internas que el propio Ejecutivo. Incluso la intervención federal judicial tuvo que ser desmentida por la Nación en varias oportunidades.

¿Algún fiscal levantó la mano para preguntar qué pasa con las irregularidades en el Instituto Provincial de la Vivienda denunciadas por LA GACETA? Sólo uno de tantos ejemplos.

Alperovich retomó el control electoral y así llegó Osvaldo Jaldo a encabezar la lista oficial. De este modo confirmó que no habrá manzurismo, que el aparato clientelar del Estado volverá a activarse como de costumbre y que los reformistas del gabinete que pretendían dar una batalla “más limpia”, también llamados “los ingenuos”, encabezados por Pablo Yedlin, fueron desplazados por el poder feudal de la billetera.

Respecto de las grandes obras públicas provinciales, hasta ahora sólo se vieron planos, proyectos y anuncios. Casi dos años no es poco para ver al menos un ladrillo.

“Yo no persuadía a la gente con palabras, las palabras poco persuaden. Yo persuadía a la gente con hechos y ejemplos”, sostenía Juan Domingo Perón.

Sólo con Cristina no alcanza

Lo que el Bicentenario representó para Manzur, Cristina Kirchner lo representó para Macri. Fue el combustible de arranque, la nafta para la primera vuelta, pero el desprecio que un importante sector siente por la ex presidenta no alcanza para que Macri corra toda la carrera.

Bastó para sumar los votos necesarios para ganar la presidencia y para sobrellevar el primer año de gestión con tarifazos, aumento de la pobreza, inflación en alza y caída del consumo.

Pero ya está claro que el odio a Cristina no le será suficiente a Macri para atravesar cuatro años de gobierno sin hacerse cargo de nada y señalar siempre hacia atrás.

La situación de Pepsico cobró notoriedad por la violencia y la represión, pero es una realidad que se replica en cientos de empresas argentinas, que en estos momentos afrontan despidos y fuertes ajustes, acorraladas por una crisis que no deja de agravarse.

Cabe preguntarnos, con mucha preocupación, si algún colaborador de Macri dirá en este momento: “esto que viste de Mauricio es lo mejor que vas a ver, no hay mucho más”. Por el presente y el futuro de todos los argentinos, ojalá que no.

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