La música para curar el alma invadió el Hospital de Niños

Las melodía instalaron sonrisas en los pacientes, en sus parientes y en los profesionales de la salud. Algunos hasta se animaron a bailar.

RECORRIENDO LAS SALAS. Los músicos llevaron su arte a los chicos que están más delicados. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.- RECORRIENDO LAS SALAS. Los músicos llevaron su arte a los chicos que están más delicados. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.-
27 Junio 2017

Lautaro está de mal humor. Le tocaba izar la bandera en la escuela, pero se enfermó hace unos días así que no tuvo más opción que levantarse, ponerse el barbijo y concurrir al Hospital de Niños para que su médico lo controle. La abuela, Susana Bartoletti, cuenta que el pequeño de ocho años no se puede descuidar ante ningún virus: hace un año exactamente le hicieron un trasplante de médula ósea. Mientras espera que lo atiendan, acostado en un banco de madera, Lautaro refunfuña y pide irse a su casa.

En ese mismo momento, un grupo de unos 60 músicos llega como cualquier paciente y se agolpa en uno de los pasillos. Se reparten entre el ir y venir de médicos y enfermeros. Nadie imagina que habrá un concierto. Hasta que se arman los atriles y los artistas sacan los instrumentos. Entonces arranca el ensayo. Son las 10 de la mañana. Con el primer acorde, el aire denso del hospital se disipa. Y una vez más Jorge Bergero, chelista del teatro Colón, confirma que la música es un remedio que alivia el alma. Ese es precisamente el objetivo principal que mueve a los integrantes de “Música para el alma”, un proyecto independiente que acerca melodías a distintos hospitales, escuelas y cárceles; a cualquier lugar donde haya personas en situaciones difíciles.

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Ocho músicos llegaron desde Buenos Aires y aquí se sumaron más de 50, pertenecientes a las Orquestas Sinfónica, Estable y Juvenil. El concierto, que duró unos 40 minutos, estuvo dirigido por el maestro tucumano Gustavo Guersman.    

Los médicos se dieron un tiempito, entre diagnóstico y diagnóstico, para acercarse y escuchar un poco de música. Los padres forman un semicírculo y se convierten, junto a sus hijos, en los principales espectadores. Susana, la abuela de Lauti, se emociona hasta las lágrimas cuando escucha el “Aleluya”, de Haendel. “Aquí se ven tantas cosas complicadas, que esta música te levanta el espíritu”, dice ella, mientras intenta que su nieto aplauda a los músicos. Pero no hay caso. Lautaro sigue enojado. Así que la abuela decide llevarlo. Justo cuando se están despidiendo, Bergero exclama “vamos a hacer una que sepamos todos”. Y así llega “Manuelita”, de María Elena Walsh. La gran mayoría de los chicos, incluido Lautaro, quedan atrapados con la música, se ríen, bailan y terminan aplaudiendo al ritmo de esta pieza clásica.

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La música es mejor que un medicamento, dice Paola Chaile. Hace 20 minutos perdió el colectivo que debía llevarla de vuelta a Río Seco. Su hijo, Brian, de nueve años, está embobado con los trombonistas y no quiere marcharse. “Fijate, siempre se quiere ir volando del hospital y ahora...”, dice la joven mamá, mientras su hijo se escapa y entra a la escena principal del concierto para bailar con la melodía de la Pantera Rosa. “Está buenísima”, repite una y otra vez el pequeño, que tiene bajo peso y va a control cada 15 días.

Al término del concierto ocho músicos se cuelan en los pasillos de internación para sorprender a los pacientes que están más complicados, aquellos que aprendieron a vivir entre oxígeno, sueros, gasas y agujas.

L. M. es uno de ellos. Tiene 14 años y hace un mes y medio recibió un disparo en la pierna derecha durante un confuso episodio policial registrado en su barrio, el Juan XXIII. La abuela del menor, Estela, mira emocionada cómo él baila al ritmo de la “Chacarera de los gatos”, de María Elena Walsh. “Ahora lo voy a mandar a un taller de canto”, promete Estela, que cría a su nieto desde que él tenía apenas 11 días de vida.

A Daniela, de dos años, la levantaron de la cama y la llevaron en una silla de ruedas para que disfrutara de la música. Uno de los chelistas se acerca a mostrarle el instrumento y ella sonríe.

Rosario, que tiene en brazos a su bebé, la aprieta fuerte, la mece y juntas bailan “Manuelita”. Lautaro M. ahora zapatea, mientras su amigo y compañero de la sala de trauma, Luis, aplaude. Están felices. Y nadie, en ningún rincón, quiere que se respete la consigna “Silencio, hospital”.

> Más de 2.000 integrantes, con 300 conciertos en las alforjas

Jorge Bergero, impulsor de “Música para el alma”, se acostumbró a cargar sobre la espalda una mochila blanca gigantesca. Es fácil adivinar lo que hay adentro: un chelo. Aunque él asegura que lleva mucho más que eso: transporta sonrisas, paz, sanación.

Cuenta que el proyecto nació en 2011 a partir de una situación de mucho dolor, que fue la grave enfermedad de una música muy joven, María Eugenia Rubio (su pareja en ese momento). “En sus últimos meses de vida ella ya no podía tocar, y empezamos a ir nosotros al lugar donde se atendía; ahí nos dimos cuenta de que era muy diferente lo que sentíamos haciendo esos conciertos para la gente que estaba pasando por situaciones tan difíciles”, relata Jorge.

“Ella falleció ese año y nosotros continuamos con estos conciertos. En agosto de 2012 empezamos a ir a instituciones públicas y a hospitales. La ONG agrupa a profesionales de las más prestigiosas orquestas sinfónicas, que donan su tiempo y su arte para tender un puente musical allí donde haga falta. Con más de 2.000 integrantes ya hicimos más de 300 conciertos solidarios en distintos países y en varias ciudades”, detalla. Añade que la idea de venir a Tucumán fue para mostrarles a los músicos que no sólo en los teatros se puede tocar, sino que se puede llevar la música a una institución, donde interpretar una canción significa acariciar el alma de quienes están sufriendo.

“Hacemos esto en forma gratuita y solidaria. Básicamente, el repertorio de nuestros conciertos sinfónicos consiste en música clásica. Pero depende del lugar donde vayamos, incorporamos otros temas”, señala Bergero.

- ¿Cuál es el objetivo de esta organización?

- Llevar un poco de esperanza a un lugar donde hay mucho dolor, elevar el espíritu. Para curar el cuerpo están los médicos; nosotros curamos el alma. La música en vivo transmite una energía muy sanadora. Puede haber un médico que sale de operar y escucha una canción, y eso lo reconforta, o un papá que tiene internado a su nene, y la música le permite llorar, hacer una catarsis, algo que en un lugar como un teatro no resulta posible.

Entre los músicos estas actividades también generan sentimientos especiales, remarca Bergero. “Va más allá del resultado, de lo que suena, es simplemente estar presente a través del arte. Nos produce una gran movilización y toma de conciencia. De repente eso que hacemos profesionalmente nos hace sentir distintos, porque lo hacemos mirando a los ojos a alguien que sufre o abrazando a un nene”, explica.

Bergero llama a los músicos en general a sumarse a este proyecto. Pueden hacerlo visitando la página musicaparaelalma.org. Tucumán fue la octava provincia que visitaron. Además del Hospital de Niños, tocaron el el hogar de ancianos San Roque y en el hospital Obarrio.

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