¿Quiénes somos?

¿Quiénes somos?

Nuestro nombre, nuestro cuerpo, nuestro ADN son insuficientes para identificarnos plenamente. Nos definimos, en parte, por nuestro carácter. Pero somos, esencialmente, nuestra memoria. Con la particularidad de que nuestros recuerdos son siempre, en buena medida, ficcionales. Somos, entonces, lo que creemos que hicimos y sentimos en nuestro pasado

18 Junio 2017

Por Daniel Pozzi - Para LA GACETA - Buenos Aires

¿Quiénes somos? Frente a esa pregunta responderíamos quizás nuestro nombre, que es lo que figura en nuestro documento y nos acredita legalmente, pero si cambiamos nuestro nombre seguiremos siendo la misma persona con otro nombre.

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Tampoco somos nuestro cuerpo, ya que si reemplazamos nuestros órganos como pasa en el caso de un trasplante, seguimos siendo los mismos.

Ni siquiera somos nuestro ADN, recurso que se usa en la Justicia para identificar a las personas, ya que si nos sometieran a una terapia génica que cambiara nuestro ADN, tampoco nos convertiríamos en otra persona. Esto sería cierto en la medida en que los cambios genéticos no modifiquen funciones cerebrales. Por lo tanto, podemos cambiar muchas cosas y seguiremos siendo el mismo ser, excepto nuestro cerebro.

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En el caso hipotético de que se lo reemplazase, aunque conservemos el resto del cuerpo, no seríamos la misma persona, seríamos los dueños del cerebro con un cuerpo prestado.

¿Qué tiene el cerebro que involucra nuestro ser?

René Descartes (1596-1650), planteaba dentro de su doctrina dualista que todo lo que conocemos está formado por dos sustancias, lo tangible que llamamos materia y lo intangible que no puede ser captado por nuestros sentidos. Dentro del dualismo cartesiano dividía al mundo en el mecanicista, que es lo que estudian los científicos, y el teológico, representado por un alma inmortal e inmaterial. Reconociendo la importancia del cerebro, postuló a la glándula pineal como sede del alma. A partir de ello, manejaba nuestro cuerpo desde algo similar a una “cabina de pilotaje”. El alma sería nuestra identidad que transciende lo material. Desde hace un siglo el concepto de alma ha ido desapareciendo de los estudios científicos, dada su connotación espiritual.

Memoria y carácter

Dentro de la “ciencia sin alma”, ¿qué función mensurable podemos asociar a nuestra identidad? Sabemos que el cerebro está involucrado con dos aspectos que definen nuestro ser: la memoria y la forma de ser. Con respecto a la segunda, nuestro comportamiento está regido por el cerebro (vemos habitualmente cambios de conducta producidos por drogas que afectan el funcionamiento del cerebro, desde el alcohol, metilfenidato, cocaína o cualquier sustancia que modifique su neuroquímica).

Desde luego, al dañarse el cerebro nuestra conducta cambia, en ciertos casos en forma permanente, como pasa con un infarto cerebral o enfermedades degenerativas como el Alzhéimer. Especialmente se observa este cambio cuando el afectado es el lóbulo frontal, como sucedió con Phineas Gage, obrero de ferrocarril del siglo XIX, que cambió rotundamente su personalidad luego de un accidente en el cual una barra de hierro le atravesó el cráneo lesionando el lóbulo frontal. Algo parecido pasa con la demencia frontal que produce desinhibición en la conducta originada por muerte neuronal, principalmente en el lóbulo frontal.

Emiliano Bruner, del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana de Burgos, estudió la variabilidad cerebral de los humanos modernos aplicando modelos geométricos a datos de resonancia magnética. El resultado del estudio determinó que el precúneo es la región más variable entre individuos adultos, mostrando diferencias sustanciales tanto en su tamaño como en su volumen.

Resultaría extraño pensar que esta variabilidad tan marcada no tenga una razón funcional. El precúneo está situado en la parte superior y central del cerebro, siendo parte del lóbulo parietal. Aun no conociendo mucho de la funcionalidad del mismo, sabemos que desempeña una importante función en la integración de la información visuoespacial. Por un lado, recibe información desde el cuerpo a partir de la corteza somatosensorial, mientras también obtiene información visual sobre el medio exterior a partir de la corteza occipital, integrando estos datos con la memoria autobiográfica y la autoconciencia.

Como resultado de esta múltiple asociación generamos un “mapa mental” centrado en uno mismo, haciéndonos reconocer como una entidad única, situados en un tiempo y espacio. Podríamos decir que sería donde se desarrolla nuestro Ego o nuestro Yo, que nos distinguen del prójimo. Este pliegue también llamado “ojo del yo” relaciona nuestra representación de nosotros mismos con el entorno.

Tenemos un “esto soy yo” caracterizado por un patrón de emociones, pensamientos, dogmas, hábitos, etc., fruto de nuestros genes y de las experiencias de nuestros primeros años de vida. Una vez forjada nuestra personalidad poseemos una resistencia natural a cambiar. Si se produjera un cambio importante en este patrón, la gente que nos conoce diría “ya no es el mismo de antes”. Para que esa modificación se produzca debe cambiar el cerebro de alguna forma.

Recuerdos

Creo que la función del cerebro que más caracteriza a nuestro ser es la memoria. Aunque ella representa lo que nos queda de nuestro pasado, los recuerdos se modifican cada vez que los evocamos; por lo tanto, nuestros recuerdos se van modificando con el tiempo.

Bajo el término yo, los psicólogos incluyen componentes como las sensaciones, recuerdos conscientes e inconscientes que utilizamos para forjar nuestra individualidad y nuestra relación con los demás. Estructuramos nuestra personalidad a partir de experiencias pasadas y pensamientos, ambos guardados en nuestra memoria.

Podríamos definir al Ego como una matriz de memoria consciente e inconsciente organizada en episodios narrativos.

Como pasa con la inteligencia, tenemos múltiples memorias; cada una con su circuito neuronal. De éstas, la que más estaría relacionada con la identidad sería la memoria episódica, especialmente la autobiográfica. Es la que almacena experiencias acompañadas de los sentimientos y pensamientos que éstas nos provocaron. Nos brinda una idea de cómo somos, cuestión fundamental para formar nuestra identidad, para saber quiénes somos.

¿Pero qué pasaría si perdiéramos esta memoria? Esto les sucede a los pacientes que sufren del síndrome de Korsakoff. El alcohol y la mala nutrición producen al déficit de vitamina B1 o tiamina, que serían la causa del síndrome. Análisis post mórtem junto con técnicas de resonancia magnética nuclear describen que la zona afectada sería la de los cuerpos mamilares de apenas medio centímetro cúbico. Estos cuerpos están involucrados en los circuitos de la memoria autobiográfica; al dañarse se rompe el bucle, impidiendo que se fijen los recuerdos a largo plazo. Los pacientes afectados terminan olvidando toda la memoria episódica sin alterar las otras memorias. Recuerdan su nombre y el de sus seres queridos, característica de la memoria semántica, o la manera de andar en bicicleta, característica de la memoria procedural, pero no recuerdan las experiencias vividas, situadas en el tiempo y en el espacio, que forjan nuestra identidad.

La memoria semántica también participa en la elaboración del yo en cuanto registra los datos personales que nos caracterizan, los propios de nuestro currículum vitae, como nombres, gustos, hábitos, conocimientos, datos familiares, etcétera.

Conclusión

Nuestra identidad está compuesta por varios factores, desde características físicas y mentales hasta aspectos legales. Pero es el cerebro en su conjunto el que define nuestro ser. Destacamos la importancia de la memoria, siendo la memoria autobiográfica la que nos da una idea de quiénes somos.

© LA GACETA

Daniel Pozzi - Doctor en Neuropsiquiatria y en Ciencias Biológicas. Autor del libro Humanidad 2.0.

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