Amaicha marcó el camino del aprendizaje

Amaicha marcó el camino del aprendizaje

El vínculo entre los docentes y los estudiantes es más cercano en las escuelas de los Valles Calchaquíes. La enseñanza es más personalizada, porque comparten muchas horas al día. Los niños que viven lejos duermen en el albergue escolar.

ENSAYO. Los alumnos de cuarto grado preparan la jura a la Bandera Nacional. LA GACETA/FOTOS DE OSVALDO RIPOLL ENSAYO. Los alumnos de cuarto grado preparan la jura a la Bandera Nacional. LA GACETA/FOTOS DE OSVALDO RIPOLL

Es mediodía y el termómetro marca apenas tres grados en Los Zazos, Amaicha del Valle. El sol le pelea al viento helado en el patio de la escuela 50 “Santa Cecilia”, mientras un grupo de 14 alumnos forma una fila, uno al lado del otro, y cada uno tiene un bombo apoyado en el piso junto a los pies. Están listos para comenzar el ensayo. Son los chicos de cuarto grado, que se preparan para su presentación en la promesa de jura de la Bandera, que se realizará este mes en todas las escuelas del país. La diferencia es que en Los Zazos ensayan un desfile que tendrá un toque especial y autóctono. En conjunto, ellos formarán la fila de músicos que tocarán el bombo, con un fondo musical, en honor a la Enseña nacional.

Bajo un cielo diáfano y tan azul como el océano, los chicos toman su ubicación en el patio de la escuela. Alfredo Vera, maestro de música, y René Chaile, profesor de Educación Física, coordinan la representación. En los Valles Calchaquíes todas las actividades de la escuela se conjugan con las costumbres y las tradiciones del lugar. Por esa razón es que los niños-músicos están encabezados por dos abanderados: uno lleva la Enseña nacional y otro levanta la Wiphala, el emblema de forma cuadrangular pintado de siete colores que utilizan los pueblos originarios a lo largo de la cordillera de los Andes.

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La escuela es de jornada completa. Hay chicos que llegan de lugares tan inhóspitos que deben quedarse allí, no sólo para almorzar y merendar, sino también para dormir. El edificio escolar, inaugurado a principio de los 90, posee un albergue. Allí duermen las nenas, por un lado, y los nenes, por otro. Presurosas en sus quehaceres, tres mujeres separan el arroz en una fuente metálica, mientras una olla hierve al fuego con carne para las albóndigas. María del Carmen Navarro (64 años) es la mujermaravilla, que preparan la comida, todos los días, para los 101 alumnos y el personal docente. “Llevamos tanto tiempo en esta escuela que ya hemos visto pasar a los hijos y ahora a los nietos”, admite la cocinera, mientras remueve la carne en una enorme olla sobre el fuego. En esa tarea, le ayudan Clara Nieva, y María Arjona. Las tres están cerca de alcanzar la edad de jubilación, lo que preocupa al director Juan Carlos Díaz, porque tendrá que conseguir sus reemplazantes y sabe que esa gestión no es nada fácil.

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Todavía lo recuerda con dolor y tristeza. Ocurrió hace unos años y casi pierde la vida. Pero se recuperó y volvió al aula a enseñar, que es lo que más le gusta. Sonia Graciela Vargas es docente desde hace 21 años. Antes iba todos los días en moto a cumplir su trabajo. Enseñaba en la escuela del cerro, como la llaman los lugareños. En la ruta se le cruzó un burro y terminó con la cabeza en el asfalto. “Me he salvado por suerte -dice al recordar aquel episodio-; justo venía el ómnibus y había un badén, entonces el chofer tenía que frenar sí o sí; por eso me he salvado”.


Desde aquella vez dejó la moto, cambió de escuela y se mudó con su familia a Amaicha. En el aula de segundo grado hay cuatro alumnos. La gripe es la enemiga de esta época y deja muchas ausencias. La maestra enseña, mientras se mueve lentamente entre los pupitres. Se acerca y estira el cuello para mirar por encima del cuaderno de cada uno; después vuelve al frente y, más tarde, empieza otra vez el mismo recorrido, como si fuese una ceremonia. “Los conozco a todos los chicos; los conozco tanto y me tienen tanto cariño que, muchos ya están en otros grados, pero siempre vienen a visitarme y a saludarme -explica con una sonrisa orgullosa-; quizás les brindo más cariño a los alumnos que a mis hijos”. Luego explica que sus hijos están grandes (tienen 24, 20 y 16 años) y dos de ellos viven en Salta, donde estudian.

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Las aulas de la escuela llevan el nombre de algún referente de la comunidad. En la entrada al cuarto grado, por ejemplo, puede leerse una placa que dice: Aula Cacique Juan Calchaquí, 1530-1630. En Amaicha todos se conocen. El cacique, que vivió 100 años, fue tío del esposo de la maestra accidentada en la moto. La escuela se fundó en 1911, en Los Zazos, pero cambió de domicilio a un edificio nuevo a principio de los 90. Para aquel acto oficial de reinauguración asistió el entonces gobernador, Ramón “Palito Ortega. Entre los alumnos de segundo grado está Mateo Cruz. Tiene siete años y es un experto en tocar el siku (instrumento de viento hecho con cañas). “Me gusta el siku -sostiene Mateo en voz baja y con cierta timidez-; yo sé tocarlo desde que iba a jardín”.


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A pesar del sol de la siesta, la nieve todavía regala pinceladas blancas en las cumbres de los cerros. Los lugareños pasan por el camino de tierra que lleva al dique Los Zazos. Caminan lento y van abrigados con mucha ropa de lana. En la escuela se dividen en dos turnos: por la mañana, los maestros de grado y, por la tarde, las clases especiales: música, educación física, entre otras. También tienen religión y antes de empezar una clase, los chicos deben rezar una oración en voz alta. “Aquí moldeamos a los niños, porque ponemos en práctica una enseñanza personalizada”, afirma Juan Carlos Díaz, el director. En un escritorio cercano Sandra Romano, secretaria, revisa unos papeles oficiales, mientras se ceba unos mates con hierbas del lugar (cedrón, burro, entre otras). “Tenemos una huerta escolar con frutas. Vienen los padres y nos colaboran con todo para hacer dulces de uvas, de duraznos, aquí todos aprendemos de todos”, remarca con entusiasmo.

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Las maestras les enseñan a leer y escribir con tanta dedicación como una madre a sus hijos. Pero ellas también aprenden de los chicos. Algunas llegaron de otras ciudades, pero con el paso del tiempo fijaron residencia en Amaicha. Así adoptaron algunas costumbres de los lugareños y aprendieron a interpretar las señales de la naturaleza; tal como le explicaron los propios alumnos.

-Señorita mañana va a hacer mucho frío.

-¿Por qué?

-Porque hoy las chivas están retozando (corren y se chocan entre sí como en un alegre juego)

-Señorita alguien se va a morir.

-¿Por qué?

-Porque pasó un viento arrastradito y caliente y se va a llevar a dos más.

-Si el gallo canta a deshora, seguro va a llover. Si canta a las 5 es normal, pero si canta a la 1, seguro que trae lluvia.

-Cuando la luna tiene una estrella muy cerquita es que se va a morir una madre...

Las maestras escuchan de boca de los chicos, que a su vez, las escucharon de sus abuelos. Así se transmiten y se replican por todo el valle como el eco de las montañas.

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