Los partidos declarados inexistentes

Los partidos declarados inexistentes

A medio camino entre la ridiculez política y la tragedia del poder, Tucumán enfrenta un fenómeno público inédito: sus principales partidos no existen, según lo expresan sus principales dirigentes. Ellos extienden los certificados de irrealidad a sus históricas agrupaciones.

La reyerta verbal entre Juan Manzur y Germán Alfaro, respecto de cuál de ellos era peronista y cuál no, explicitó la declaración de que el peronismo, en Tucumán, no existe. Porque, para tomar prestadas las categorías de Martín Caparrós en Argentinismos (Planeta, 2011), el gobernador y el intendente sostuvieron que el peronismo “es otra cosa” distinta de la que uno y otro encarnan.

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Manzur, el gobernador del peronismo, declaró que lo de Alfaro es peronismo porque “no existe el peronismo disidente”. Es decir, el peronismo “es otra cosa”, distinta que la que el jefe municipal pone en práctica. Y Alfaro, el militante del peronismo, contestó que el peronismo es una cuestión de conciencia, convicción, corazón y participación en el campo popular, pero nunca de conveniencia y de bolsillos llenos. Es decir, el peronismo “es otra cosa”, distinta que la que el mandatario profesa. Ya a finales de la semana pasada, el intendente había anunciado su desafiliación al grito de “ya no formo parte de esa mentira que es el PJ”.

Aunque parezca que están peleando, negar el peronismo (eso hacen quienes sostienen que el peronismo es, siempre, “otra cosa”) es, en términos estadísticos, muy útil para la dirigencia justicialista.

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En primer lugar, negar al peronismo implica un verdadero elogio de la culpa. Un pedido de disculpas camuflado de nihilismo. Porque de estos casi 34 años de democracia, durante 30 años la provincia estuvo gobernada por dirigentes que llegaron al poder con los signos del peronismo. Pero si en realidad durante esas tres décadas no nos gobernó el peronismo, porque “el peronismo es otra cosa”, entonces esa fuerza no tiene responsabilidad en el estado de ruina social y de devastación institucional en que dejaron a la provincia todos aquellos que gobernaron usando su nombre en vano.

En segundo lugar, negar al peronismo es el motor de la campaña permanente en que vive “eso” que quienes no son peronistas consideran que sí es el peronismo. Retomando a Caparrós, el peronismo se define por sentenciar que el “verdadero peronismo” es siempre “otra cosa”, o más bien, “otras dos cosas”.

Esas dos “otras cosas” que el peronismo siempre “es en realidad” son, por un lado, lo que el peronismo fue; y por otro, lo que va a ser. O sea, un pasado dorado, el del primer peronismo (1946-1952), ya elevado a la categoría de mito y por tanto irrevisable e incuestionable (como nunca habrá nada igual, entonces el peronismo posterior siempre será “otra cosa” distinta que aquel). Y, de manera paralela, un futuro promisorio que ya está por llegar, pero que nunca viene.

Entonces el ciclo consiste en que el peronista que está gobernando no está “aplicando” el peronismo, porque se desvió en “algún punto”, así que ya va a venir el “verdadero peronismo” a corregir lo que los usurpadores, arrendatarios, inquilinos y malversadores han hecho con él. Así fue cuando gobernó el mirandismo y la justicia social fue abolida: conforme caía su imagen en las encuestas, crecía la proclama de que “el peronismo era otra cosa”. Y eligieron a un ex legislador radical para que lo reencauzara. Claro que recién advirtieron que el alperovichismo (que preside el PJ desde 2007) no era el “verdadero peronismo”, sino que usufructuaba de él, recién cuando el final de la democracia pavimentadora comenzó a acercarse. Advino entonces el manzurismo. Y a casi dos años de mandato, los peronistas desencantados proclaman que esta gestión no gobierna como el peronismo manda. “Es extraordinario -se asombra Caparrós-: siempre hay un peronismo dispuesto a reemplazar a otro que se maleó”.

Tan “otra cosa” es en Tucumán el peronismo que hay ex legisladores oficialistas que no reconocen como “peronismo” al actual Gobierno, y andan barruntando convertirse en “arrepentidos”. Prometen rescatar documentos sobre privatizaciones, adjudicaciones directas, prórrogas de concesiones, fondos fiduciarios y ampliaciones de partidas para obras públicas en vísperas de elecciones, entre otros latrocinios de la democracia asfaltadora, expuestos oportunamente por LA GACETA, durante esa “Década Ganada” en la cual la Justicia tucumana perdió la capacidad para actuar de oficio...

Consecuencias

Ese peronismo tucumano que siempre “es otra cosa” subsiste por la incapacidad de los que sí debieran ser “otra cosa”. Sustancialmente, el radicalismo.

El peronismo (se lee en la definición en Argentinismos) es un todo caótico que no necesita definiciones para subsistir porque no tiene adversarios que lo fuercen a eso. O, acaso, porque sabe fabricar sus propios adversarios.

Y justamente por estos días en que el peronismo proclama “no ser”, la dirigencia del radicalismo tucumano reivindica su inexistencia. Eso sí: los “correligionarios” no declaran ficcional a la UCR local sobre la base de mantenerla indefinida, sino a partir de un subterfugio diferente: las autoridades radicales, directamente, niegan la existencia de los radicales.

El sector que lidera el titular del Plan Belgrano, José Cano, acusa al sector que lidera el vicepresidente segundo de la Legislatura, Ariel García, de objetar la conformación de Cambiemos en Tucumán por responder a intereses del Gobierno tucumano. Eso mismo dijo, sin eufemismos, el presidente de la junta de gobierno radical, Julio César Herrera, en respuesta al planteo de los legisladores Raúl Albarracín y Fernando Valdez para que el centenario partido solicite a Cano que pida licencia hasta tanto la Justicia Federal concluya la investigación sobre el viaje de colaboradores suyos a Corea del Sur. Es decir, los opositores al oficialismo radical no son radicales.

A la vez, el sector que lidera García acusa a los “canistas” de entregar el radicalismo al macrismo sólo para alimentar intereses personales. Por caso, argumentan que la presencia de radicales en el Gabinete nacional es casi nula; y que sólo en los distritos donde el PRO es minoritario se propicia un frente, a diferencia de Capital Federal, por ejemplo, donde el macrismo no acordó con la UCR y no habrá “Cambiemos”. Es decir, Cano y compañía tampoco son radicales.

La negación del radicalismo (eso implica la idea de un radicalismo sin radicales) también es un acto de fe. Si no hay radicales, entonces el radicalismo carece de toda responsabilidad respecto de que el peronismo (que no es tal) pudiera dedicarse durante una década larga a desmantelar el sistema de contrapesos y controles institucionales de Tucumán. A pesar del apoyo explícito de la UCR a la reforma constitucional de 2006, primero con el voto de sus legisladores a la ley que habilitó esa enmienda (aval de la conducción partidaria mediante), y luego mediante la participación del radicalismo con convencionales constituyentes, legitimando el mayor atropello contra la república en la historia reciente.

Lo trágico de la escena radical es que, mientras unos afiliados proclaman el negacionismo existencial de otros, ese partido se comporta, hasta en las más domésticas manifestaciones, como si cada vez hubiera menos radicales en sus estructuras. Por caso, ya han fracasado tres reuniones consecutivas de junta de gobierno por falta de quórum. Es decir, pasan las semanas sin que siquiera se pueda reunir a una decena de radicales.

Los tucumanos asisten, entonces, al funcionamiento de un círculo vicioso perfecto. El peronismo (que no discute ideas sino apenas candidatos) siempre “es otra cosa” gracias a que el radicalismo no representa una amenaza y, por tanto, no lo urge a definirse. Y el radicalismo (con conciencia de partido chico, en el cual el tamaño de la dirigencia depende de la cantidad de cargos públicos con renta estatal que se consiga) se resigna a definirse meramente por oposición al peronismo, cuando el peronismo se ha tornado absolutamente indefinible.

La inexistencia de los grandes partidos políticos, entonces, es esférica. Uno no es porque el otro tampoco, en una viceversa infinita.

Los resultados son lógicos. Si el peronismo es siempre “otra cosa,” y al radicalismo lo conducen quienes no son radicales, entonces el oficialismo puede ser cualquier cosa. Y la oposición, también.

Y en ese escenario, necesariamente, la oposición se convierte en un engaño. Y el oficialismo, también.

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