No hay vuelo que les venga bien

A todo viajero le toca encontrarse con “un cerrado por refacciones”, por donde sea que circule. Ni hablar de Europa, donde el turismo es aluvional y exige servicios óptimos, a la par del máximo cuidado del patrimonio urbano y artístico. La cuestión es que si la Fontana de Trevi está tapada por andamios la reflexión será del tipo: “qué bien estos tanos, cómo se preocupan por mantener todo 10 puntos”. Ahora, que no nos cierren el aeropuerto porque las quejas van a sonar como un eco durante el lapso que dure la obra. Cuando es nuestra rutina la que se altera, por más que detrás aparezca el mejor de los propósitos, la argentinidad nos brota, implacable.

Pues bien, el “Benjamín Matienzo” está cerrado al tránsito aéreo y así permanecerá durante tres meses. No así la confitería ni los locales comerciales, que funcionan, al igual que el transporte público. Esa es una de las razones que explican por qué los micros gratuitos salen de Cevil Pozo rumbo a Las Termas y por qué llegan allí. Hay muchas fuentes de trabajo que no podían quedar obturadas durante 90 días. También hay una cuestión de lógica en el sistema: el aeropuerto es el lugar del que parten y al que arriban los vuelos. Allí deben confluir los pasajeros, no en la Terminal de Ómnibus ni en una plaza, como se sugirió en algún momento. El sistema debutó ayer sin inconvenientes, y quien quiso dirigirse a Las Termas por su cuenta tampoco encontró inconvenientes. Las demoras en los vuelos se debieron a una cuestión climática en Buenos Aires; hubiera sido lo mismo si el destino era Tucumán.

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La reestructuración de la pista y del sistema de caminería interna era imprescindible. El aeropuerto funciona desde hace más de 35 años en Cevil Pozo, ¿hasta cuándo se iba a esperar para ponerlo en sintonía con las necesidades de conectividad que le urgen a Tucumán? ¿Por qué en lugar de criticar no se miran con una perspectiva un tanto más generosa los beneficios que supone esta puesta a nuevo? Por la sencilla razón de que no se toleran los trastornos que nos perjudiquen el día a día. Es una actitud bien tucumana la del perro del hortelano, ese que no come ni deja comer. Nos quejamos porque el aeropuerto no está en condiciones de albergar un sinnúmero de vuelos y conexiones y nos quejamos porque lo cierran para habilitar esa posibilidad.

Para muchos, 1980 es un año nada lejano. Pues bien, en esa época los aviones aterrizaban en la avenida Wenceslao Posse (esa era la pista), a un puñado de cuadras de la Casa de Gobierno. A fines de los 70 la dictadura colocó un llamativo sistema de iluminación sobre la platabanda de la avenida Brígido Terán, columnas que eran más bajas que una persona, con focos anaranjados que se apuntaban entre sí. Decían que el objetivo era no entorpecer las maniobras de los pilotos al momento de los aterrizajes nocturnos. El fenomenal crecimiento del tejido urbano seguramente torna incomprensible la idea de que la torre de control y la terminal del aeropuerto hayan sido esa construcción que hoy alberga al Conservatorio Provincial (a propósito, ¿no va siendo hora de trasladarlo a un edificio en mejores condiciones?).

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Pues bien, la mudanza a Cevil Pozo se produjo recién en 1981, tiempos en los que a la vera de la ruta que conecta con la avenida Gobernador del Campo no había ni basurales ni -prácticamente- construcciones. Era puro verde. Ese traslado era una necesidad acuciante, pero no faltaron quienes se quejaron. Claro, no era lo mismo tomarse un taxi para recorrer unas pocas cuadras que completar varios kilómetros hasta el nuevo “Benjamín Matienzo”. Disconformes hubo siempre y volverán a pronunciarse cuando haya que efectuar nuevos cambios dentro de 20, 30 o 40 años. Tal vez dentro de medio siglo Cevil Pozo ya esté integrado al Gran San Miguel de Tucumán.

Para cuando el 1 de septiembre el aeropuerto esté en condiciones de operar aguarda la promesa de una modificación de fondo en su funcionalidad. Más vuelos, más destinos, más frecuencias. Ojalá que ese barajar y dar de nuevo implique una solución definitiva para, por ejemplo, el enojoso acoso que ejercen los remiseros. Pero atención, después de la pista se anuncia una remodelación de la terminal, lo que inevitablemente provocará incomodidades a los que llegan y a los que esperan. No importa cuán apreciable sea el resultado, siempre habrá quien se queje.

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