Teoría de la campaña sin dinero

No hay charla entre políticos en la que no aflore la nostalgia. Esa que tiene signo monetario y la que movía el amperímetro electoral apenas arrancaba un año de comicios. Las elecciones de este año pintan diferente a lo que supo ser en otras convocatorias, pero conservan los vicios de las anteriores: no hay dinero para distribuir entre punteros políticos; tampoco hay propuestas de una y otra fuerza más allá de la vieja lógica del cambio o la continuidad de un proyecto político o de un plan económico. Sí hay imposiciones de candidatos; las tradicionales bendiciones o los números puestos de personas que miden bien en las encuestas. De renovación, ni hablar. Los cuadros políticos son tan inexistentes en la actualidad como antes, en tiempos de feroces caudillismos.

Entonces afloran las necesidades básicas insatisfechas (NBI) de la dirigencia; de aquellas que sólo saben mover el aparato electoral con la fuerza monetaria.

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Los entendidos en las lides electorales dicen que suele ser un error engordar al electorado en un comicio de medio turno. “No suelen ser elecciones que se motorizan con la billetera, sino con el afecto”, dice un referente con varias batallas electorales sobre sus espaldas. Tal vez por eso, la mayoría de las fuerzas con posibilidades de lograr alguna banca en el Congreso nacional quieran evitar las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto. El objetivo principal es llegar lo más sólido posible a octubre.

¿Por qué es una elección de los afectos? Puertas adentro, la política suele premiar a aquellos dirigentes que han sido leales a una causa. Pero también hay otras interpretaciones: la necesidad de reformular el gabinete para oxigenarlo y afrontar el segundo período de un mandato. Depende del caso. Por las dudas, al observar al oficialismo, hay varios referentes que están esperando que Pablo Yedlin abandone la Secretaría General de la Gobernación para refugiarse en una oficina de la Cámara de Diputados. El cargo es tentador porque es una buena vidriera para lo que se pueda venir en 2019.

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Del lado de la oposición, con José Cano fuera de la dirección del Plan Belgrano hay varios empresarios, industriales, profesionales y políticos (no sólo de Tucumán, sino también del Norte Grande) por contar con la bendición presidencial para hacerse cargo de esa estructura institucional. Para el radical, esta elección será más que un trampolín. Si se impone a la lista oficial será un pasaporte para volver a pelearle a Juan Manzur o, eventualmente, a José Alperovich la conducción de la provincia en 2019. Ahora, ¿qué es ganar? Un dos a dos es un empate en el tablero futbolístico, pero puede ser interpretado como una victoria por Cambiemos llevándola a la distribución de bancas parlamentarias nacionales por Tucumán. No obstante, en las huestes del oficialismo local han fijado como objetivo adjudicarse las elecciones por más de 100.000 votos de diferencias, más que por el número de escaños obtenidos. Si Cano no logra su objetivo, perderá fuerzas porque, hasta ahora, el contrincante que presenta el Gobierno es Yedlin, no Manzur ni Alperovich que, en definitiva, serán los que le darán la vitamina electoral que necesita el actual funcionario provincial para pasar esta prueba en las urnas.

Más allá de eso en el mismo oficialismo no están convencidos de que los postulantes que han trascendido le lleguen al corazón del votante. Aún más, en algunos búnker políticos peronistas ha causado sorpresa las fotos del último fin de semana y del lunes último. A la dirigencia le pareció llamativo que, por diferencias de horas, Manzur aparezca en territorio de Cambiemos con el intendente radical de Concepción, Roberto Sánchez. También la de Cano y la del secretario de Viviendas de la Nación, Domingo Amaya, con el intendente de Banda del Río Salí Darío Monteros.

Bajo el agua, varios interpretan que hay una suerte de pacto de no agresión entre Manzur y Cano que se repetirá en otras jurisdicciones para desarrollar una campaña pacífica. Otros dicen que ambos tienen, como común denominador, una piedra en el zapato: Alperovich. Y reafianzan esa idea con la postal del lunes en la Legislatura, donde la esposa del actual senador por el Frente para la Victoria acompañó a Estela de Carlotto, en ausencia del dueño de casa, el vicegobernador Osvaldo Jaldo. Y si algo más faltaba para estas conjeturas fue la tajante diferenciación que hizo el gobernador respecto de los dichos de la titular del distrito Tucumán del PJ sobre el ex fiscal Nisman.

En este circo electoral, los intendentes vendrían a ser los malabaristas.

Por un lado, tienen que tratar de mostrar lealtad a la Casa de Gobierno y no sonreír tanto en las fotos con los funcionarios nacionales para no quedar fuera del calor de un Pacto Social que les contribuye a sostener la gobernabilidad en cada uno de esos distritos. Mediante ese acuerdo, la Provincia desembolsa fondos para pagar los sueldos a los empleados municipales.

Por otro lado, los jefes municipales no pueden desairar a cuanto enviado de la Casa Rosada llegue a Tucumán porque de eso dependerá gran parte de la obra pública que requieren para mantener la imagen ante los vecinos de cada intendencia.

Sobran las necesidades; faltan propuestas. A estas alturas, cada fuerza que pugnará en los próximos comicios debería decirle a los votantes, por ejemplo, qué harán desde sus bancas para defender a Tucumán sobre un posible embate de los distritos más grandes de la Argentina si se decide reabrir el reparto de los fondos de coparticipación federal. O, peor aún, qué harán si el Gobierno nacional decide avanzar con una reforma impositiva global que termine, por caso, con la vigencia de Ingresos Brutos o su eventual cambio por un IVA provincial. Y en ese juego también estará la reforma política o el sostenimiento o la modificación del rumbo económico. La pobreza no solamente se mide en los ingresos, sino también en las ideas que cada fuerza política debería tener para propiciar el desarrollo armónico de una provincia y de sus habitantes.

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