Las trabas para enfrentar la violencia

Las trabas para enfrentar la violencia

Las trabas para enfrentar la violencia
PANORAMA TUCUMANO
============01 TIT Panorama (11491372)============
Las trabas para enfrentar la violencia
============02 TEX con Capitular - 2 (11491373)============
El Barrio Norte es la zona más custodiada de la provincia. Hay un policía de la Guardia Urbana parado en cada esquina y además hay que contar que una gran parte de los comercios tiene agentes con servicio adicional. Y los viernes, según el jefe de la Unidad Regional Capital, comisario Martín Galván, a raíz de la aglomeración de adolescentes en Santiago y 25 de Mayo, se refuerza la presencia de efectivos con recorridos del 911 en motos y camionetas. Ahí ocurrió la tragedia el viernes 19. Galván justificó a la Policía: “sí había efectivos en la zona y por eso se aprehendió a los sospechosos; sí es cierto que por momentos fueron sobrepasados y hasta atacados por los jóvenes más violentos que se enfrentaron el viernes”, explicó, sin más razonamientos. La explicación no satisface la inquietud de por qué ocurrió esta tragedia en el lugar más custodiado de la provincia. Pero abre un debate sobre el rol de la Policía, sobre todo porque ayer la esquina de Santiago al 400 estaba llena de agentes.
Disfraz de prevención
Una respuesta la dio el secretario de Seguridad, Paul Hofer, cuando explicó que “la policía estuvo y detuvo a los agresores”, y pareció definir que prevenir disturbios no es una tarea policial. “Lo que ha pasado escapa a la actividad policial. No sé si a usted le parece normal que tengamos que disponer entre cinco y seis efectivos solamente para estar en esa esquina, cuando es una problemática de adolescentes”, describió, para luego aseverar que “muchas veces los responsables de los colegios y los padres no se involucran”. Frases tiradas en el contexto de una entrevista radiofónica que le acarrearon severas críticas en cartas de lectores, pero que obligan a reflexionar sobre la “actividad policial”. ¿Qué determina cuántos agentes deben cubrir el servicio adicional en el supermercado que está a dos cuadras del lugar de la tragedia? ¿La inquietud del comerciante que paga el servicio? La idea subyacente es que hacer vigilancia para prevenir robos y asaltos sí es tarea policial, pero no lo es hacer vigilancia para prevenir disturbios adolescentes.
La distancia entre lo que pasa y la tarea policial se ve porque se trata de problemas  que han crecido o se han mantenido a lo largo del tiempo. Hace 12 años Barrio Norte era sacudido por las andanzas de “La Banda del Quiosquito”, compuesta por jóvenes hijos de “prestigiosos profesionales” unidos por la pertenencia a determinados colegios privados y que se reunían en un quiosco de Corrientes al 400 antes de salir a hacer daño. Los detenían y los volvían a soltar porque los fiscales (Carlos Albaca, Alejandro Noguera y Adriana Reinoso Cuello) no podían hacer que las víctimas los identificasen o aportaran pruebas (LA GACETA, 27/10/2007). En 2006 una pelea de este grupo con “la banda del Portón”, durante la semana del estudiante del colegio María Auxiliadora, terminó en tragedia, cuando un policía de servicio adicional mató a un adolescente en el complejo Avellaneda, mientras intentaba, según dijo, detener la gresca. En medio de la impotencia de la Policía y la Justicia por las acciones de esta banda, lo único que se hizo fue clausurar el quiosco de Corrientes al 400, con la idea de que así se terminaría el vandalismo. Los patoteros se hicieron grandes y la banda se diluyó. Pero de esto no surgió una estrategia de seguridad para enfrentar estos problemas. Así se vio otra vez el 21/10/16, cuando se pelearon en la esquina de Santiago y 25 de Mayo estudiantes de la ENET 2 y ENET 3. La Guardia Urbana recién envió 30 efectivos cuando las pedradas y los golpes llegaron al frente de la Casa Histórica.
Esa falta de involucramiento para hacer prevención se ve en zonas más calientes. El mismo viernes 19 a la tarde hubo un crimen en la cancha del barrio “La Bombilla”. Javier Zelarayán miraba un partido cuando recibió varios balazos en la espalda. Luego hubo disturbios y varios heridos de bala, aparentemente de ametralladora. Este barrio, en el que ya hubo tres homicidios este año, debe ser uno de los lugares con más policías de la provincia, ya que a 200 metros de esa cancha está el ex instituto Cardiovascular, en el que se encuentran la Subjefatura y el 911, entre otras secciones de seguridad. Pero ellos no saben lo que pasa en el vecindario, ya que de esa tarea se debería ocupar la comisaría 6a, a varias cuadras de distancia.
Faltaría contestar entonces, qué se entiende por prevención en la “actividad policial”. Es un disfraz. No es por cierto la Policía Comunitaria que se lanzó en 2004, que tendía a que el policía de calle se vinculara con la comunidad para detectar diferentes hechos repetitivos en los mismos lugares, en los mismos horarios y con los mismos actores, y ver cuál es el problema subyacente. Algo de eso les aconsejaron a comisarios y agentes los policías de Los Ángeles en su visita de hace 15 días, cuando sugirieron darle jerarquía al policía de calle y que se gane la confianza del barrio.
Principios de negación
Cuando fue la tragedia de la semana pasada, la primera reacción del ministro de Educación, Juan Pablo Lichtmajer, fue prudente y distante: “esto excede el ámbito escolar. Es un hecho delictivo que sucede en la vía pública, pero aún así debemos contrarrestar la cultura violenta en cada acto, en la forma de presentar las noticias, en la violencia familiar, en todo. No hay una salida fácil”. Luego, el jueves, habló de una batalla cultural, y de generar focus groups y una línea telefónica directa para alertas tempranas. Pero pesa aún la falta de efectividad de las tareas realizadas por las comisiones de convivencia de los colegios después de los disturbios de octubre de 2016. ¿Qué se hizo? “Los actores institucionales tienen una actitud nula, ni siquiera pasiva. Es nula, actúan como si no hubieran visto ni escuchado nada, no porque no suceda, sino porque no quieren hablar”, dice la psicóloga Silvia Bono, quien habla de negación de la problemática, porque “nadie interviene. Ni el preceptor, ni el tutor, ni el director”. Los trabajadores de Salud como Lucas Juárez dicen que sí se hacen cosas. Pero tampoco se conocen los resultados de esas tareas. ¿Es una lucha contra la corriente, como la que hacen los grupos como el del psicólogo Emilio Mustafá (que depende de Desarrollo Social), que apenas puede ayudar a una veintena de chicos en medio de una vorágine de miles de niños y jóvenes en el infierno de los barrios de riesgo? No se sabe. los responsables de las distintas áreas no han hablado. En ese marco resonaron las palabras del presidente del centro de estudiantes del Técnico, Matías Bazán: “de la sociedad no esperamos nada” y “es muy fácil victimizar al que pocas veces tiene la palabra”, que alude a una de las mayores dificultades del mundo adulto, saber qué piensan y qué quieren los jóvenes. En la película “Bowling for Columbine” (2002), documental que Michael Moore hizo para entender por qué hay tantas armas en ese país y la cultura del miedo, le pregunta al polémico cantante Marilyn Manson qué les diría a los chicos de Columbine, devastados por el ataque de dos jóvenes que mataron a balazos a 12 estudiantes. “No les diría una sola palabra; escucharía lo que ellos tienen que decir, que eso es lo que no ha hecho nadie”, respondió. En esa película también se analizaba si la causa de la violencia en EEUU se debía a los videojuegos, y Moore no encuentra explicaciones al hecho de que en Canadá haya tantas armas como en EEUU y muchísimos videojuegos violentos y no haya matanzas ni violencia delictiva.
Tucumán está ahora en medio de los interrogantes, con muchos diagnósticos, como el del ministro Lichtmajer, que dice que “gran parte del entretenimiento está relacionado con conductas de altísima violencia”. ¿Se trata de conclusiones o de observaciones? ¿No hay que preguntarse qué está haciendo el mundo adulto cuando regula -o no regula- los comportamientos de los integrantes de la sociedad? No se entiende cómo es posible que los chicos agresores hayan tenido una manopla y una sevillana. Se sabe que en Mercado Libre se puede comprar rápidamente una manopla por $ 100 y un combo manopla-sevillana por $ 500. ¿La Policía y la Justicia lo saben? ¿Qué análisis hay sobre la incidencia del alcohol y las drogas en esta crisis?
Lichtmajer afirma que la política pública puede ser una herramienta de transformación. Pone el ejemplo de Inglaterra para desterrar la violencia en las canchas. Pero vamos despacio: al encuentro convocado ayer por la jueza de Menores Judith Solórzano no acudieron las cabezas de Educación, la Legislatura y Desarrollo Social. Ayer hubo ocho policías en la esquina de la tragedia, en una reacción típica de incrementar el personal cuando el conflicto ha pasado, pero no se ha explicado por qué no se analizaron los datos previos y las tendencias para que esto no pasara. Y una curiosidad: ¿cómo se hará para examinar que las estrategias que se vayan a adoptar sean efectivas? Porque tal como están los modelos, nadie admite el fracaso y todos les achacan las responsabilidades a los demás. 

El Barrio Norte es la zona más custodiada de la provincia. Hay un policía de la Guardia Urbana parado en cada esquina y además hay que contar que una gran parte de los comercios tiene agentes con servicio adicional. Y los viernes, según el jefe de la Unidad Regional Capital, comisario Martín Galván, a raíz de la aglomeración de adolescentes en Santiago y 25 de Mayo, se refuerza la presencia de efectivos con recorridos del 911 en motos y camionetas. Ahí ocurrió la tragedia el viernes 19. Galván justificó a la Policía: “sí había efectivos en la zona y por eso se aprehendió a los sospechosos; sí es cierto que por momentos fueron sobrepasados y hasta atacados por los jóvenes más violentos que se enfrentaron el viernes”, explicó, sin más razonamientos. La explicación no satisface la inquietud de por qué ocurrió esta tragedia en el lugar más custodiado de la provincia. Pero abre un debate sobre el rol de la Policía, sobre todo porque ayer la esquina de Santiago al 400 estaba llena de agentes.

Disfraz de prevención

Una respuesta la dio el secretario de Seguridad, Paul Hofer, cuando explicó que “la policía estuvo y detuvo a los agresores”, y pareció definir que prevenir disturbios no es una tarea policial. “Lo que ha pasado escapa a la actividad policial. No sé si a usted le parece normal que tengamos que disponer entre cinco y seis efectivos solamente para estar en esa esquina, cuando es una problemática de adolescentes”, describió, para luego aseverar que “muchas veces los responsables de los colegios y los padres no se involucran”. Frases tiradas en el contexto de una entrevista radiofónica que le acarrearon severas críticas en cartas de lectores, pero que obligan a reflexionar sobre la “actividad policial”. ¿Qué determina cuántos agentes deben cubrir el servicio adicional en el supermercado que está a dos cuadras del lugar de la tragedia? ¿La inquietud del comerciante que paga el servicio? La idea subyacente es que hacer vigilancia para prevenir robos y asaltos sí es tarea policial, pero no lo es hacer vigilancia para prevenir disturbios adolescentes.

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La distancia entre lo que pasa y la tarea policial se ve porque se trata de problemas  que han crecido o se han mantenido a lo largo del tiempo. Hace 12 años Barrio Norte era sacudido por las andanzas de “La Banda del Quiosquito”, compuesta por jóvenes hijos de “prestigiosos profesionales” unidos por la pertenencia a determinados colegios privados y que se reunían en un quiosco de Corrientes al 400 antes de salir a hacer daño. Los detenían y los volvían a soltar porque los fiscales (Carlos Albaca, Alejandro Noguera y Adriana Reinoso Cuello) no podían hacer que las víctimas los identificasen o aportaran pruebas (LA GACETA, 27/10/2007). En 2006 una pelea de este grupo con “la banda del Portón”, durante la semana del estudiante del colegio María Auxiliadora, terminó en tragedia, cuando un policía de servicio adicional mató a un adolescente en el complejo Avellaneda, mientras intentaba, según dijo, detener la gresca. En medio de la impotencia de la Policía y la Justicia por las acciones de esta banda, lo único que se hizo fue clausurar el quiosco de Corrientes al 400, con la idea de que así se terminaría el vandalismo. Los patoteros se hicieron grandes y la banda se diluyó. Pero de esto no surgió una estrategia de seguridad para enfrentar estos problemas. Así se vio otra vez el 21/10/16, cuando se pelearon en la esquina de Santiago y 25 de Mayo estudiantes de la ENET 2 y ENET 3. La Guardia Urbana recién envió 30 efectivos cuando las pedradas y los golpes llegaron al frente de la Casa Histórica.

Esa falta de involucramiento para hacer prevención se ve en zonas más calientes. El mismo viernes 19 a la tarde hubo un crimen en la cancha del barrio “La Bombilla”. Javier Zelarayán miraba un partido cuando recibió varios balazos en la espalda. Luego hubo disturbios y varios heridos de bala, aparentemente de ametralladora. Este barrio, en el que ya hubo tres homicidios este año, debe ser uno de los lugares con más policías de la provincia, ya que a 200 metros de esa cancha está el ex instituto Cardiovascular, en el que se encuentran la Subjefatura y el 911, entre otras secciones de seguridad. Pero ellos no saben lo que pasa en el vecindario, ya que de esa tarea se debería ocupar la comisaría 6a, a varias cuadras de distancia.

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Principios de negación

Cuando fue la tragedia de la semana pasada, la primera reacción del ministro de Educación, Juan Pablo Lichtmajer, fue prudente y distante: “esto excede el ámbito escolar. Es un hecho delictivo que sucede en la vía pública, pero aún así debemos contrarrestar la cultura violenta en cada acto, en la forma de presentar las noticias, en la violencia familiar, en todo. No hay una salida fácil”. Luego, el jueves, habló de una batalla cultural, y de generar focus groups y una línea telefónica directa para alertas tempranas. Pero pesa aún la falta de efectividad de las tareas realizadas por las comisiones de convivencia de los colegios después de los disturbios de octubre de 2016. ¿Qué se hizo? “Los actores institucionales tienen una actitud nula, ni siquiera pasiva. Es nula, actúan como si no hubieran visto ni escuchado nada, no porque no suceda, sino porque no quieren hablar”, dice la psicóloga Silvia Bono, quien habla de negación de la problemática, porque “nadie interviene. Ni el preceptor, ni el tutor, ni el director”. Los trabajadores de Salud como Lucas Juárez dicen que sí se hacen cosas. Pero tampoco se conocen los resultados de esas tareas. ¿Es una lucha contra la corriente, como la que hacen los grupos como el del psicólogo Emilio Mustafá (que depende de Desarrollo Social), que apenas puede ayudar a una veintena de chicos en medio de una vorágine de miles de niños y jóvenes en el infierno de los barrios de riesgo? No se sabe. los responsables de las distintas áreas no han hablado.

En ese marco resonaron las palabras del presidente del centro de estudiantes del Técnico, Matías Bazán: “de la sociedad no esperamos nada” y “es muy fácil victimizar al que pocas veces tiene la palabra”, que alude a una de las mayores dificultades del mundo adulto, saber qué piensan y qué quieren los jóvenes. En la película “Bowling for Columbine” (2002), documental que Michael Moore hizo para entender por qué hay tantas armas en ese país y la cultura del miedo, le pregunta al polémico cantante Marilyn Manson qué les diría a los chicos de Columbine, devastados por el ataque de dos jóvenes que mataron a balazos a 12 estudiantes. “No les diría una sola palabra; escucharía lo que ellos tienen que decir, que eso es lo que no ha hecho nadie”, respondió. En esa película también se analizaba si la causa de la violencia en EEUU se debía a los videojuegos, y Moore no encuentra explicaciones al hecho de que en Canadá haya tantas armas como en EEUU y muchísimos videojuegos violentos y no haya matanzas ni violencia delictiva.

Tucumán está ahora en medio de los interrogantes, con muchos diagnósticos, como el del ministro Lichtmajer, que dice que “gran parte del entretenimiento está relacionado con conductas de altísima violencia”. ¿Se trata de conclusiones o de observaciones? ¿No hay que preguntarse qué está haciendo el mundo adulto cuando regula -o no regula- los comportamientos de los integrantes de la sociedad? No se entiende cómo es posible que los chicos agresores hayan tenido una manopla y una sevillana. Se sabe que en Mercado Libre se puede comprar rápidamente una manopla por $ 100 y un combo manopla-sevillana por $ 500. ¿La Policía y la Justicia lo saben? ¿Qué análisis hay sobre la incidencia del alcohol y las drogas en esta crisis?

Lichtmajer afirma que la política pública puede ser una herramienta de transformación. Pone el ejemplo de Inglaterra para desterrar la violencia en las canchas. Pero vamos despacio: al encuentro convocado ayer por la jueza de Menores Judith Solórzano no acudieron las cabezas de Educación, la Legislatura y Desarrollo Social. Ayer hubo ocho policías en la esquina de la tragedia, en una reacción típica de incrementar el personal cuando el conflicto ha pasado, pero no se ha explicado por qué no se analizaron los datos previos y las tendencias para que esto no pasara. Y una curiosidad: ¿cómo se hará para examinar que las estrategias que se vayan a adoptar sean efectivas? Porque tal como están los modelos, nadie admite el fracaso y todos les achacan las responsabilidades a los demás. 

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