Ámbitos de pertenencia y proyectos de vida para superar la pulsión de muerte

Ámbitos de pertenencia y proyectos de vida para superar la pulsión de muerte

El informe sobre los suicidios de adolescentes y de jóvenes publicado por LA GACETA el pasado 7 de mayo ahondó en las causas del fenómeno. Además de las cifras -los casos se cuadruplicaron desde 2001- el Ministerio de Salud de la Provincia aportó datos de una encuesta que giró sobre los factores de riesgo. La hostilidad del contexto en el que se mueven los chicos es determinante:

- Se matan porque no soportan las presiones, el bullying, los condicionamientos sociales.

- Se matan porque están solos. No hay quien los escuche ni los atienda. Todo sufrimiento silencioso tiene un límite.

El camino al abismo va empedrándose con toda clase de alertas. Las adicciones rankean alto en ese sentido, con el alcohol a la cabeza. La violencia es otra. Hay una diferencia entre la rebeldía propia de la edad y las conductas agresivas y no es tan complicado notarla. Sólo se trata de prestar atención.

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Lo real es que los chicos tucumanos se mueren. O los matan, en pleno centro de la ciudad o en los asentamientos del Gran San Miguel de Tucumán o en cualquier localidad del interior, o directamente se quitan la vida. Esa pulsión de muerte puede ser propia de una construcción social: así como hay pobreza estructural, hay violencia estructural. Pero al tratarse, justamente, de una construcción social, es posible modificarla. Claro que eso implica patear el tablero.

Emilio Mustafá, que trabaja en el territorio con adictos, expuso el concepto durante la emisión del miércoles de “Panorama Tucumano”: hay una masa de jóvenes para quienes la vida no es más que un gigantesco vacío. Lo usual -y discriminatorio y estigmatizante- es meter en esa bolsa sólo a los excluidos del sistema que recurren a la pasta base para evadirse. Es una trampa, porque el mismo vacío existencial cuenta para infinidad de chicos que tienen las necesidades básicas más que satisfechas.

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Pueden organizarse simposios, conferencias y jornadas de reflexión de toda clase. Por supuesto que nunca están de más. Pero lo que vale es predicar con el ejemplo. Es como el padre o la madre de familia que les marca límites a sus hijos en el discurso y en los hechos tiene por costumbre llegar a su casa a las 4 de la mañana. Y no en las mejores condiciones. Los chicos siempre van a fijarse más en el hacer que en el decir de los mayores y es el modus vivendi que, con absoluta lógica, van a reproducir.

La rotura del tejido social complejiza la situación. El sentido de pertenencia es un aglutinador social muy poderoso y en Tucumán hay un déficit notorio fuera del núcleo familiar. Las escuelas capaces de generar esa clase vínculo son las menos y de los clubes -que históricamente cumplieron buena parte de ese rol- puede decirse lo mismo. Hay chicos que encuentran contención en la vida espiritual, desde las clásicas parroquias de barrio a las iglesas evangélicas que pisan cada vez más fuerte, sobre todo en zonas marginadas. Pueden aflorar otros ejemplos, pero la visión del cuadro en su conjunto indica que quienes se cobijan en esos espacios de pertenencia comprenden una franca minoría.

Al vacío existencial se opone la necesidad de un proyecto de vida, porque lo demás es una permanente manipulación de la emergencia. Institucionalizar a chicos que infringen la ley o multiplicar los centros de asistencia para adictos es el primer paso. La cuestión de fondo es qué harán una vez que les abran la puerta, con el alta o con la libertad. Y así con todos.

Está muy bien que el ministro de Educación hable de la urgencia que representa librar una batalla cultural, en la medida que entendamos la cultura como el más formidable factor de inclusión social y de construcción de ciudadanía. Desde esa concepción pueden salir las herramientas que necesitan los chicos para ponerle el pecho a la crisis socioeconómica que Tucumán parece condenado a padecer. Lo difícil es llegar a todos y cada uno de esos chicos que flotan en el limbo, porque implica redireccionar todos los recursos -públicos y privados-, pisar el territorio, recorrer casa por casa, hablar con ellos y buscar las soluciones entre casos que seguramente serán distintos. Pero en este momento es difícil concebir otra manera.

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