Violencia

Vamo a mataaaaaaaa, a un p... de..., se canta en los estadios de fútbol y la frase se entona entre niños enardecidos y adultos “orgullosos” de compartir el grito de guerra con su hijo. Violencia.

Padres sacados gritando en un partido de fútbol o de hockey o de básquet o de rugby pidiendo agresión hacia los contrincantes o exigiendo desaforados que sus hijos sean los cracks que ellos nunca pudieron ser, a cualquier costo. Violencia.

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El de adelante frena de golpe, una moto zigzaguea entre medio de un vehículo y otro. Estallan los bocinazos y, en plena 24 de Septiembre y Maipú, los conductores de uno y otro vehículo se ofrecen solucionar la demora en el tránsito a las trompadas. Violencia.

Mamá y papá discuten en casa. El hombre la insulta y los gritos brotan como un vómito fétido y brutal de sus bocas. Violencia.

Otros son más agresivos y las cosas no se dirimen con palabras, sino con golpes. Violencia.

Entre amigos o entre desconocidos o entre usuarios de Twitter discuten de política. Uno le desea la peor de las plagas al otro porque el primero es K y el segundo antiK o viceversa. Violencia.

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El nenito no entiende que debe quedarse quieto o callado o que es imposible que le compren una golosina o simplemente grita demasiado. Alguno de sus padres le asesta un chirlo y lo zamarrea “para que entienda” en plena vía pública. Violencia.

Los familiares de las víctimas de la impunidad marchan hace años todos los martes en la plaza Independencia para pedir Justicia, para saber qué sucedió o quiénes fueron los culpables de su tragedia. No obtienen, nunca, una respuesta, como no la tienen tantos otros. También están todos aquellos a quienes les llega demasiado tarde la Justicia cuando acuden a los Tribunales. Violencia.

Legisladores y concejales que se niegan a “blanquear” sus recursos, a explicar cómo obtienen el dinero o qué hicieron con él. O que se concentran en internas y disputas, ajenos a los problemas de sus representados, ávidos de la concentración de poder. Violencia.

Urnas quemadas, represión en la plaza, dudas sobre el sistema electoral y sobre el resultado de las urnas. Violencia.

Funcionarios del Poder Ejecutivo y de organismos circundantes en la picota judicial y siempre sospechados de tener participación con lo peor del mundo del hampa o de enriquecerse ilegalmente o de utilizar su posición privilegiada para beneficio propio y de los suyos, en detrimento de la sociedad. Violencia.

Dirigentes políticos con cargos electivos o funcionarios públicos organizando campañas descarnadas en las redes sociales, recurriendo a cuentas falsas, engaños y agresiones de tono cada vez más elevado. Violencia.

Policías, jueces, fiscales y abogados al servicio de la corrupción. Violencia.

José López arrojando bolsos llenos de dinero en el convento. Violencia.

Curas pedófilos, militares asesinos y homicidas libres. Violencia.

Hombres golpeadores, aprovechadores y abusivos con mujeres a las que agreden primero con palabras, luego con golpes y al final hasta con la muerte, bajo la complicidad de una sociedad machista. Violencia.

Pobreza, exclusión, falta de educación y desigualdad en el acceso a la oportunidad de cambiar de vida. Violencia.

Comercialización y consumo de drogas ilegales en aumento, con funcionarios diversos involucrados en su crecimiento y cobijando en el Estado a protagonistas del peor de los males que hoy atenta contra la sociedad. Violencia.

Consumo de alcohol excesivo. Violencia.

Impotencia social ante un Estado incapaz de dar soluciones a una sociedad que evoluciona, cambia hábitos y modifica sus exigencias mientras los encargados de la “cosa pública” persisten con mañas y corruptela del siglo pasado. Violencia

Ese es el legado y el espejo en el que se miran los hijos de la violencia.

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