La difusión y la enseñanza de la obra de Yupanqui

La difusión y la enseñanza de la obra de Yupanqui

Un antiguo pensamiento lo define como un ser con cuerpo y alma. Tal vez por esa razón desde tiempos primigenios, el hombre sintió la necesidad de expresar su vida interior, a través de la danza, la pintura, la música, el canto, la poesía. De ese modo, el arte en sus distintas manifestaciones se convirtió en su herramienta espiritual e intelectual. Hay sociedades que se sienten orgullosas de sus artistas, los protegen, los valoran, los homenajean, porque en su legado encuentran su trascendencia colectiva. Otras, sin embargo, no les dan el lugar que se merecen y a menudo los olvidan.

El 23 de mayo se cumplieron 25 años de la partida de Atahualpa Yupanqui, una de las personalidades de la cultura argentina. Y si bien había nacido en la provincia de Buenos Aires, se sintió entrañablemente ligado a Tucumán, en el que vivió en varios momentos de su vida.

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“Hace diez años que no venía a Tucumán, una generación casi... pero nunca extrañé demasiado porque no tengo mucha nostalgia de Tucumán. Lo tengo tan en mi vida, en mi sangre, en mi corazón, es decir, en mis hermosos recuerdos, que de ninguna manera he sentido tristeza de la ausencia. Cada vez que extraño a Tucumán, tomo la guitarra y me toco una zambita, un aire de vidala antigua y ya está el paisaje conmigo, me lo devuelve el sentimiento, más que la nostalgia, el sentimiento, el cariño... Ahora cómo le pago a Tucumán esa hospitalidad, la amistad, la gente tucumana, como yo no tenía dinero la pagaba con vidalas, con zambas... y le hice unas catorce zambas, tres o cuatro vidalas, canciones sueltas, seis o siete, y versos, muchísimos, poemas que no tienen música, pero ahí andan... Fui a Burruyacu, a Chicligasta, a Atahona, a Siete de Abril, a Garmendia...”, contaba en una entrevista que nuestro diario le hizo en 1983.

Los tucumanos estamos en permanente deuda con este notable creador que llevó su nombre por el mundo. Tal vez el mejor homenaje sería la difusión de su obra musical y literaria. Esta última es prácticamente desconocida, no sólo para los tucumanos. Sería justicia a su memoria si sus textos se estudiaran en los ciclos primario, secundario y terciario. “Piedra sola”, “Cerro Bayo”, “Aires indios”, “Guitarra”, “El canto del viento”, “El payador perseguido”, “Del algarrobo al cerezo”, “La Capataza”, sus libros, permanecen prácticamente en silencio.

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En alguna otra oportunidad, sugerimos que podría reconstruirse el rancho que don Ata tenía en Raco, erigido por Felipe Chocobar. El monumento que evoca en ese poblado al creador de justamente de “La raqueña”, una de las zambas más lindas de su producción, carece de jerarquización en su entorno, y a menudo pasa inadvertido para el visitante porque está ubicado a unos 300 metros de la ruta provincial 341. Podría restaurarse la habitación en la casa de Agapito Mamani, en Amaicha del Valle, donde solía hospedarse cuando emprendía sus “travesías a la soledad”.

En buena hora que Tafí Viejo haya bautizado con su nombre a su hostería y que la Municipalidad de esa ciudad esté trabajando en la concreción de un museo.

Apenas un pasaje perdido en el Barrio San Martín lo recuerda en San Miguel de Tucumán. Sería un acto de justicia si alguna avenida o paseo público llevara su nombre o se erigiera un monumento importante y se lo emplazara en un sitio concurrido. “Malhaya con mi destino, caminar y caminar, siempre andoy por todas partes, siempre vuelvo a Tucumán”, cantaba don Ata.

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