La historia detrás de los clásicos

La historia detrás de los clásicos

SUPERCLÁSICO. Boca recibe a River hoy en el duelo más esperado del país. SUPERCLÁSICO. Boca recibe a River hoy en el duelo más esperado del país.

¿Qué se juega cuando se juegan los clásicos? Hay vecindades, vínculos de origen y defensas que, dice la liturgia, deben honrarse más que nunca. Si hasta aún hoy algunos afirman que “es más importante ganar el clásico que ganar el título”.

Los clásicos son clásicos en todos lados. Vimos el miércoles pasado a Real Madrid eliminando otra vez al Atlético del “Cholo” Simeone de la Champions League. Es un clásico histórico sí, pero ya alterado por su globalidad. Como el propio Real Madrid con Barcelona, potenciado no sólo por las diferencias políticas, sino porque Cristiano Ronaldo y Leo Messi libran su propio duelo por el Balón de Oro. Es un clásico tan serio que jamás jugó amistosos.

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El negocio ganó la partida y lo harán ahora por primera vez en Miami. Allí están Inter-Milan y Manchester City-Manchester United, ahora con Pep Guardiola y José Mourinho. Se trata de clubes que hoy son corporaciones. Tienen patrones, técnicos y jugadores de todos los países. Dejaron de ser clásicos de “barrio”. Pasaron a ser clásicos de la aldea global.

En los inicios, sin embargo, las historias de todos los grandes clásicos no tenían grandes diferencias con los relatos de nuestros abuelos sobre Boca-River, Independiente-Racing, Huracán-San Lorenzo, Newell’s-Central, Estudiantes-Gimnasia, Colón-Unión, Atlético-San Martín, o el que fuere.

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¿O acaso no es una historia común el odio discriminador que sufrió el Napoli de Diego Maradona cuando ganó el primer scudetto que cumplió 30 años también el miércoles pasado? La prensa recordó la hazaña. Pero habló poco del odio que el propio Maradona contó en su libro biográfico ya el día del debut oficial, cuando salió a la cancha de Verona y un cartel gigante de los hinchas locales decía “Benvenuti in Italia”. La frase aparecía en cada estadio que visitaba el equipo.

Napoli era el equipo de los “terroni”. Los que debían ser lavados con una erupción del volcán. “Vesuvio lavali”, le cantaban a los napolitanos. “Un día el Vesuvio eructará y a esa ciudad de mierda el fuego lavará” o “Será un placer cuando el Vesuvio cumpla su deber”. Otras pancartas decían “Napoli pus d’Italia”. Los hinchas rivales cantaban: “Senti che puzza scapanno li cani, stano arrivando i napoletani” (Sentí qué olor se escapan los perros, están llegando los napolitanos). Era una canción que terminaba diciendo “Diego merda, Diego merda”. Los que más lo cantaban, y a veces lo hacen aún hoy, eran los hinchas de Juventus. Rival clásico.

“Maradona e Cosa Nostra”, tituló un diario al día siguiente del arribo de Diego al Napoli. En la presentación, el presidente Corrado Ferlaíno echó de la conferencia al periodista francés Alain Chaillot porque preguntó si Maradona había sido comprado con dinero de la Camorra. Napoli era el Sur “sucio y mafioso”, acusaban desde el Norte “limpio y rico”. No importaba que nadie supiera -o sí- de dónde sacaba sus dineros el magnate Silvio Berlusconi para su amado Milan. Y mucho menos importaba que Juventus, la distinguida “Vieja Señora” de Gianni Agnelli, fuera descendida años después a Serie B y despojada de títulos por comprar árbitros.

Lo que quiero decir es que los clásicos en el fútbol, en rigor, suelen expresar algo más profundo que un simple resentimiento deportivo. La semana pasada, horas antes del clásico turinés, hinchas de Juventus escribieron pintadas callejeras burlándose de Superga, la tragedia de 1949 que mató al plantel del mejor Torino de todos los tiempos. Unos días antes, a metros del Coliseo, fanáticos de Lazio colgaron tres muñecos ahorcados de jugadores de Roma. “Los Irreductibles” acompañaron el mensaje con una amenaza mafiosa a su rival capitalino: “Duerman con la luz encendida”.

Es una salvajería que, lamentablemente, se ha convertido en actor central de nuestros clásicos. No hay por qué llegar a los extremos del episodio que provocó la muerte de Emanuel Balbo en el estadio “Mario Kempes”.

Pero hay un odio que domina. Más que la victoria propia, alegra la derrota ajena. Así puedo burlarme. Nuestros clubes centenarios nacieron con nombres como “Unidos de…” o “Defensores de…”. En el barrio había que unirse para enfrentar al resto. O defender al barrio, a la esquina, a la plaza. Los sociólogos explican mucho mejor esos orígenes de cientos y de miles de hijos y nietos de inmigrantes que se unieron en busca de una identidad que les daba el club, los colores, la pelota. Algunos de esos clubes nacían juntos o casi juntos. Luego se distanciaban. Y nacía la rivalidad.

“Fla-Flu”, Flamengo-Fluminense, uno de los clásicos más célebres en la historia del fútbol mundial, debe su rivalidad a que, igual que en muchas otras historias, el primero de esos clubes nació de jugadores que se fueron del segundo. Fluminense ganó el primer clásico. Eso no hizo más que incrementar la rivalidad. La identidad, dicen los sociólogos, se construye por oposición. Por eso es ridículo el canto del “no existís”. “River -escribió Martín Caparrós en su hermoso libro “Boquita”- está tan presente en el corazón del pueblo ‘bostero’ que, si no existiera, tendríamos que inventarlo”.

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