De suicidio joven es imprescindible hablar mucho, pero en serio

De suicidio joven es imprescindible hablar mucho, pero en serio

Seguirle el ritmo al mundo es una tarea trabajosa, porque la oferta es infinita y nadie puede darse el lujo de andar por la vida desinformado. Lo contrario es convertirse en un paria social. Pero como el tiempo no alcanza urge la síntesis, así que ya no se ven películas, sino tráilers. Ya no se leen libros, sino reseñas de 140 caracteres. Ya no se escuchan discos, sino listas de reproducción. Un tutorial de YouTube otorga el título de artesano. Y así. Lo esencial es saber de qué se habla para no pasar papelones. Entonces, como hay una serie en Netflix llamada “13 reasons why” que aborda el bullying y el suicidio adolescente, es tiempo de encontrarle la vuelta para encastrarla en la realidad tucumana. Jamás sabremos cuántos vieron la serie porque Netflix no publica datos de audiencia, pero el más rudimentario de los sondeos puede demostrar que los televidentes de “13 reasons why” en la provincia representan una porción infinitesimal de la población. Y que la mayoría de los que la citan están hablando de lo que escucharon sobre ella en alguna red social.

Sólo a partir de semejante liviandad (liquidez, al decir del irreemplazable Zygmunt Bauman) se entiende la teoría de que ver una serie de Netflix puede generar una ola de suicidios en Tucumán. Pero se dijo. Ya no se dice tanto, porque como hay que estar informados el tema son las mujeres de Scioli. Mañana será algún ensayo nuclear de Corea del Norte o una campaña de memes en el caso de que Higuaín erre un gol.

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LA GACETA publicó el domingo pasado estadísticas del Ministerio de Salud sobre suicidio joven. Rogelio Cali, director de Epidemiología del Siprosa, lo puso en palabras: la situación está fuera de control. El aumento de los casos es exponencial desde 2001 a la fecha; prácticamente se cuadruplicaron. El monitoreo de las causas es contundente: el 73% de los jóvenes que intentan quitarse la vida sufrió alguna clase de acoso (preferentemente escolar). En paralelo se cuenta el sentimiento de soledad que agobia a los chicos, potenciado por la desconexión y por la falta de contención de parte de las figuras más fuertes del grupo familiar.

Un contexto de marginalidad, pobreza, violencia doméstica, crisis económica, adicciones y, básicamente, desigualdad, representa un paredón que los chicos embisten a 1.000 kilómetros por hora. Y sin un proyecto, ¿cómo se construye una vida?

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El sociólogo Pablo Pineau dejó una serie de reflexiones interesantes durante su reciente paso por Tucumán. Habló de cómo los niños y los jóvenes pasaron a ser los mimados del mercado, lo que los dejó expuestos a un bombardeo publicitario descomunal. “Uno no puede dejar de pensar que la delincuencia infantil no es más que la consecuencia del consumo. De un mercado que exige acceder a bienes. Si no pueden acceder por vías legales, lo harán por vías ilegales. Si el mercado le exije a un niño que para ser niño tenga unas zapatillas de 5.000 pesos, cuando sus padres no las puedan comprar, las va a robar”, advierte Pineau. El paso siguiente está marcado por la imposición social de exhibir(se). Posar con las zapatillas en Facebook o en Instagram, por caso. Todo forma parte de un sistema que no perdona la autoexclusión.

Siempre se dijo que el solo hecho de hablar de suicidio es un riesgo porque puede inducir a alguien a cometerlo. Ergo, no hay que mencionar el tema. Así se edifica un tabú. Pues bien, barrer bajo la alfombra las historias no ha servido de mucho en Tucumán, ¿verdad? Aquí los chicos se matan más allá de diferencias sociales y de geografías, y no puede responsabilizarse a un debate público por eso. Lo mejor, entonces, es hacer prevención y la única manera pasa por charlar del tema a fondo con los protagonistas.

Es asombroso cómo en las redes se hablaba de “la ballena azul” y de los riesgos del cyberbullying y, al mismo tiempo, cundían las burlas y parodias basadas en el video que “Anto” subió a Facebook. Como si la capacidad de razonamiento estuviera tan anestesiada que fuera imposible mirar el cuadro en su conjunto. Así no hay forma de entender en qué clase de laguna estamos chapoteando. Por suerte para “Anto” todo va tan rápido que ya la están dejando en paz. Pero, ¿quién le quita lo padecido?

Podrá registrarse algún caso aislado, pero los chicos -subrayan los especialistas- no se suicidan impulsados por una serie de TV, por una novela de Jeffrey Eugenides o por la estética de una banda de rock. Se matan porque están sufriendo. En paralelo a ese mundo real, tangible e implacable, se mueven las arenas de un pantano al que en algún momento de la historia identificamos como opinión pública.

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