2x1, “happy hour” para represores

2x1, “happy hour” para represores

En febrero se desató una fuerte polémica en torno de declaraciones xenófobas y racistas de un senador republicano estadounidense. Se trata de Jared Taylor, un defensor acérrimo de las ideas nacionalistas del presidente Donald Trump.

“Trump ha dado los primeros pasos para lograr un país blanco”, fue una de las frases sin tamices que Taylor soltó en una entrevista con el periodista y escritor de Univisión, Jorge Ramos.

Si bien el video explotó hace tres meses, el reportaje se había realizado el año pasado, para el documental “Sembrando odio”, emitido en diciembre de 2016. El senador Taylor es fundador y redactor de la revista “American Renaissance” (Renacimiento Americano), una publicación que promueve abiertamente la supremacía blanca en los Estados Unidos.

También forma parte de fundaciones y grupos políticos estratégicos como New Century Foundation (Fundación Nuevo Siglo), The Occidental Quarterly (revista trimestral, “El Occidental”, órgano de difusión de un “think tank” de derecha), Council of Conservative Citizens (Consejo de Ciudadanos Conservadores), entre otras organizaciones promilitares, ultracapitalistas, racistas sin disimulo y con francas intenciones hegemónicas e imperialistas.

Según ellos, Estados Unidos debe ser un país blanco que debe subordinar al mundo a sus intereses, en defensa de las familias “bien” norteamericanas. Y para todo el que obstaculice estos ideales habrá un escarmiento, económico, militar e incluso nuclear.

“Creo que los países homogéneos son más felices. Alrededor de todo el mundo, a donde voltees, si ves conflicto con gente cortándose las gargantas como en Medio Oriente, o en África, es por la diversidad; hay mucha gente diferente tratando de compartir el mismo territorio”, expresó Taylor en esa entrevista.

Luego agregó que no le gustaría vivir al lado de mexicanos, porque quiere que su “vecindario sea europeo, donde no tienen gallinas en el patio, que cacarean a las tres de la mañana”. Allí Ramos lo interrumpió y le dijo que esos son prejuicios y estereotipos, a lo que Taylor respondió: “los estereotipos siempre son verdad”.

Luego Taylor agregó definiciones como que no cree que todos los seres humanos seamos iguales, que no quiere que los latinos sigan reproduciéndose en Estados Unidos porque los blancos van a terminar siendo una minoría, que cualquiera tiene derecho a discriminar si no está de acuerdo con el otro y que habría que expulsar no sólo a los latinos, sino también a los afroamericanos, a los musulmanes, orientales, etcétera. En definitiva, que en Estados Unidos queden sólo los blancos, ya sean protestantes, católicos o judíos.

Este video se viralizó y armó un gran lío en todo el mundo, porque se difundió en medio de la polémica sobre el controvertido muro que Trump prometió levantar en la frontera con México.

“Está muy bien Taylor”

Durante esos días, participamos de un debate informal entre periodistas sobre las declaraciones de Taylor, en donde la mayoría coincidía en que “es un nazi aborrecible”. Pero un colega sorprendió al resto al plantear que “está muy bien Taylor”. Dijo que es fácil oponerse al racismo, que es muy cómodo ser “políticamente correcto”. Por lo menos Taylor dice lo que verdaderamente piensa y actúa en consecuencia. Por más abominable, para cierta mayoría, es coherente y honesto ideológicamente.

El punto es clave, en el marco de una política “enferma” de correctitud, de poses impostadas, de demagogia empalagosa, de eslóganes que no dicen nada, porque esconden intereses inconfesables.

Resulta cuanto menos paradójico que la prensa estadounidense, en su abrumadora mayoría, condenara a Trump durante la campaña presidencial por sus constantes “sincericidios”, por decir exactamente lo que pensaba, pese a lo deleznable de algunas de sus ideas, frente a una Hillary Clinton plagada de eslóganes bonitos pero vacíos, que no explicaban ni argumentaban nada, que “no se jugaban”, e incluso una campaña repleta de mentiras, como luego se comprobó.

Cabe entonces la pregunta: ¿es mejor Barack Obama recibiendo el premio Nobel de la Paz mientras ordenaba bombardeos en Medio Oriente, que Jared Taylor anunciando sin eufemismos que bombardeará a sus enemigos?

La septicemia argentina


Trasladado al plano local, este es uno de los nudos gangrenales de la política argentina. Gangrena que hace años ya presenta claros signos de septicemia.

La campaña presidencial de 2015 es una clase magistral de cómo se puede llegar a la presidencia de un país sin decir nada. Absolutamente nada. Ni Daniel Scioli ni Mauricio Macri exhibieron plataformas políticas, argumentos técnicos, sustentos ideológicos. Sólo promesas de que vamos a estar mejor si gana uno y si pierde el otro. Y a la gente sólo le queda suponer que si gana uno hará esto y si gana el otro hará ¿lo contrario?

“Sí, se puede”, martillaron hasta el cansancio. Entonces debe usted, señor ciudadano, completar el resto del campo semántico. Qué se puede, con qué se puede, cómo se puede, hacia dónde se puede, hasta cuándo se puede. ¿Y si no se puede?

Es el resultado de políticas demagógicas, correctas desde lo discursivo, ajustadas a las tendencias sociales del momento, a los reclamos vigentes, a las mediciones de audiencia, a los prejuicios, a los miedos sociales, porque si dicen la verdad y cuentan los verdaderos intereses que defienden pierden a la mitad o más de los votos. Y mejor no hablar si los candidatos, como Taylor, deciden un día contar quién y cómo les financian la campaña.

Los anuncios que no hizo Macri

Veamos en retrospectiva e imaginemos si Macri en campaña hubiera hecho los siguientes anuncios: La primera medida que voy a tomar es bajarle la retención a las mineras, apenas asuma, porque es lo más urgente que necesita el país. Luego haremos lo mismo con el millonario complejo agroganadero. Después voy a ordenar tarifazos salvajes, sin precedentes, en la luz antes que comience el verano, y en el gas antes del invierno. Dos años consecutivos.

Lamentablemente, vamos a tener inflación al menos por dos o tres años más y la vamos a combatir con recesión, sacándole plata del bolsillo a la gente para que compre menos, con baja de salarios y con una abrupta caída del poder adquisitivo. Para eso las paritarias deberán ser una lágrima, lo siento. Estas medidas generarán casi dos millones de pobres más, pero será sólo por algunos años, creo.

También le voy a condonar la deuda a las empresas de mi padre; si me dejan voy a intentar bajar las jubilaciones, y voy a aumentar el número de empleados públicos que dejó el kirchnerismo y a crear más ministerios, secretarías y oficinas públicas.

Concretamente, voy a incrementar en un 25% la estructura del Estado para llevarlo a 21 ministerios, 87 secretarías de Estado, 207 subsecretarías de Estado y 687 direcciones nacionales y generales, 122 institutos y organismos, sin contar universidades ni academias (fuente: Ministerio de Modernización del Estado).

Tampoco voy a eliminar el impuesto a las ganancias, porque aunque sea injusto como dije antes, Cristina Kirchner tenía razón, necesitamos esquilmar el sueldo de los trabajadores.

Luego les voy a ordenar a los jueces que empiecen a investigar a Cristina y al kirchnerismo (pero sólo al que no se subordine, el resto puede esperar) para que los medios estén al menos dos años ocupados en ellos y no en nosotros. Y si no me hacen caso los jueces van a dejar de jubilarse con el 82% móvil y van a empezar a pagar ganancias.

También le voy a pedir a la Corte Suprema de la Nación que, con el voto de los miembros nuevos que vamos a designar, libere a genocidas, represores, torturadores y ladrones de bebés que, por otra parte, hicieron tantos negocios con las empresas de mi padre y de sus amigos en la última dictadura.

Los planes sociales van a continuar por muchos años, porque con la pobreza que hay sin planes el país estallaría. Hay que tener calmados a los pobres, porque son muchos y cada vez más. De paso, controlamos a los punteros y a los dirigentes. Pero lo vamos a hacer bien, que el clientelismo no se note. Lo mismo con el envío discrecional de fondos a municipios y provincias amigas o aliadas. El peronismo nos enseñó que es la única manera de mantenerlos cortitos. Todo esto redundará, créanme, tengan esperanza, en que al cabo de unos años, no sabemos cuántos, cinco, diez o más, les sobrará tanta plata a mis amigos empresarios que comenzará, ojalá, el famoso derrame, probado exitosamente por nuestros mentores y grandes amigos, Carlos Menem y Domingo Cavallo.

La revolución productiva

Si en vez de Macri el presidente hubiera sido Scioli, no sabemos qué hubiera hecho, porque tampoco explicó qué ni cómo lo haría. Habló de “revolución productiva”. Sonaba lindo. Menem también la prometió y entregó el país quebrado. Cuando un candidato habla sus seguidores imaginan lo mejor y sus detractores lo peor, y viceversa. El votante se queda sólo con su imaginación. Votamos por una cuestión de fe, de expectativas, de prejuicios, de broncas.

“Macri sacará a todos estos negros vagos que nombró Cristina”, espetó una señora ante las cámaras de C5N durante la marcha del 1 de abril pasado. Al margen de que hay más empleados que antes, el eje es otro: ¿qué diferencia hay entre esta mujer y el senador Jared Taylor? Ninguna. Por más xenófoba e ignorante que nos parezca la expresión de esta señora, es intelectualmente honesta.

O acaso es mejor persona el progresista nacional y popular que repudia a la burguesía de Cambiemos bebiendo champaña en Barcelona o cenando sushi en Barrio Norte.

La grieta no es ideológica, es honestológica, partidocrática. En Argentina hay un montón de Jared Taylor, pero pocos lo asumen públicamente, como la señora en C5N. Aquí nadie es de derecha. Ni siquiera el represor condenado Antonio Bussi se asumía de derecha.

La derecha, el centro y la izquierda conviven tanto en el peronismo como en el radicalismo. Y sin importar qué partido alcance el poder, la impronta la dará la interna dominante, el grupo empresario que esté detrás del candidato y las cambiantes asociaciones políticas, que a su vez responden a diferentes intereses.

Del 83 a esta parte lo más parecido a Alfonsín fue Kirchner, no De la Rúa ni Macri. Y lo más parecido a Menem es Macri, no Kirchner ni Cristina.

Es una trampa con problemas recurrentes, agobiantes, que se repiten neuróticamente porque los partidos no tienen plataformas, las tienen todas. Es un sistema político inviable.

Así como el juicio a las juntas de Alfonsín tuvo su continuidad en la reapertura de las causas de Kirchner, los indultos de Menem prosiguen en el 2x1 de la corte macrista. Y lo insólito es que la misma derecha que se opuso históricamente al 2x1 hoy lo celebra.

Los tarifazos de los 90 y los de hoy, la inflación alfonsinista de los 80 y la de Cristina, y así podemos hacer decenas de paralelismos.

Ahora Macri ya empieza a sufrir las mismas tensiones que soportan todos los presidentes argentinos, víctimas de su propio doble discurso.

El presidente deberá elegir, y cada vez con menos margen para hacerse el distraído, entre el núcleo duro del PRO, que aplaude la libertad de los represores (y que no caben dudas forma parte de un acuerdo preelectoral), o sus votantes más moderados, compuestos por parte de la clase media, mayoritariamente radicales, de centro, socialdemócratas y hasta peronistas anti K, que comienzan a darle la espalda, bastante decepcionados por estos primeros 18 meses de gestión.

En unos meses, las urnas tendrán la última palabra, o la penúltima, antes de 2019. Porque gracias a un enorme sacrificio, desde hace 37 años, estos señores que ahora están siendo liberados -por la misma democracia que ellos insultaron- no gobernarán Nunca Más.

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