La velocidad del futuro y la morosidad del pasado

La velocidad del futuro y la morosidad del pasado

EN TODOS LADOS. No hay calle ni vereda sin motos. Son parte del paisaje urbano y por lo tanto tienen un trato especial.  EN TODOS LADOS. No hay calle ni vereda sin motos. Son parte del paisaje urbano y por lo tanto tienen un trato especial.
07 Mayo 2017

Por Federico Diego Van Mameren - Para LA GACETA - Taiwán

Taiwán es cautivante. Es hoy y es ayer. Tiene una rara mezcla de los tiempos que ya fueron con puntiagudas construcciones que anuncian que están por despegar. A la par de ellas aparecen espejados edificios que ya levantaron vuelo.

Están las callecitas serpenteantes que tienen el movimiento del tiempo. Se encorvan como los cuerpos viejos achacados por la vida que va pasando lentamente. Pero también están las autopistas que ya tienen dos pisos.

Describen ensortijados rulos que para los adultos son imbricados laberintos; y para los niños, divertidas montañas rusas. Para el extranjero cada una de las indicaciones ruteras están escritas en mandarín y en inglés.

En medio de esta atractiva Taipei se levantan pequeños cerros con sus senderos que esperan con los brazos abiertos la llegada del fin de semana para que los músculos tensos del trabajo se distiendan en las trepadas y bajadas. Pero la ciudad ha sabido adecuarse a los tiempos nuevos. Era inevitable la llegada de las motos y de las bicicletas, que como hongos estallan en cada calle, en cada rincón.

Todos los días millones de motos salen de los hogares y empiezan a desplazarse por las arterias de la ciudad como si salieran de un gigantesco hormiguero. Se diseminan por cada una de las calles y encuentran su lugar.

Los hay muy prolijos como en la estación de trenes o en los shoppings donde no sólo están marcados con líneas blancas los espacios para los autos; también están reservados los lugares más pequeños para que cada uno estacione su moto.

El respeto y la valoración por el motociclista no terminan en el punto aparte anterior. Las motos circulan con absoluta libertad pero en cada esquina, en cada semáforo tienen reservado un lugar especial. Entre la senda peatonal -antes y después- hay un recuadro blanco dibujado para que se instalen las motos. Es muy común ver aquí en Tucumán la siguiente escena: apenas se pone la luz roja, los autos frenan y por sus costados empiezan a colarse decenas de motos que en pocos segundos se instalan delante de los autos y están listas para dar la picada apenas se encienda “el verde”. En Taipei, como en otras ciudades del interior de la isla, están dibujados estos espacios; por lo tanto, las motos toman el carril de la derecha y si bien realizan ese serpenteo entre los autos terminan ocupando sólo los espacios que les son reservados en cada esquina. La pintura en el asfalto ha sido una verdadera solución para poner un poco de orden en un tránsito que amenazaba caotizarse con tamaña proliferación de biciclos.

Ya en la ruta un desprevenido visitante puede ser sorprendido por una ráfaga de viento que de pronto pasa a uno de los costados. ¿Pasa? En realidad, vuela. Es el fantástico tren bala que se estaciona en los andenes de la estación de trenes de Taipei. ¿A qué hora? Exactamente a la que figura en el ticket, ni un minuto antes ni un minuto después. Al borde del andén lo está esperando una cola que se forma por orden de llegada y que se estira a partir de una línea fijada en el piso. El coche consignado en el boleto es el que va a parar exactamente -vale la pena repetirlo, porque impresiona- a la misma hora que dice la tarjeta que minutos antes pasó por el molinete. En menos de un minuto miles de pasajeros se bajan y otros tantos ascienden al tren bala. La salida no parece tan veloz hasta que por la ventanilla empiezan a pasar barrios y plantaciones inundadas para saciar la sed de los arroces, que donde ven un descampado ahí empiezan a crecer. Los más veteranos cruzan los brazos y cierran los ojos para que el tiempo sea más veloz; los que tienen el viaje como costumbre sacan su vianda o paran a las uniformadas azafatas que pasarán con sus carritos ofreciendo algo para beber o comer y los más curiosos alternan la ventanilla con el cartel que está en el dintel superior en la esquina de cada vagón. Allí en mandarín y en inglés se va escribiendo qué ciudad está por llegar y a qué velocidad se está viajando. Cuando el cartel indica que se acercan los 300 km/h, el viajero elige la ventanilla como para disimular cierto resquemor.

Del mercado a la torre

En esa búsqueda de agradar y seducir al visitante, Taipei sigue fiel a lo que es su ciudad. Están todos invitados a recorrer el curvado mercado artesanal donde se puede comprar de todo, desde una remera de Ronaldo o de Messi o un adaptador para el celular, hasta una brújula de Feng Shui que ayudará a reacomodar los muebles del hogar en el regreso a casa. Cada uno de estos puestos que se abren a los costados de la larga calle. En el centro están los carros de la comida típica que se les ocurra.

Hay un puesto que es imposible que al ocasional traseúnte no le llame la atención. En él está sentado un taiwanés de edad mediana y frente a él una mesada con la sorpresa: una jaula con dos pajaritos que se encargarán de leer el destino a quien se siente delante de ellos y deje -claro está- un billete al propietario de las avecillas.

Pero a aquel turista al que estas costumbres milenarias no lo seducen y mantiene la adrenalina a pleno después de haber andado en el tren bala, lo está esperando Taipei 101. Se trata de la enhiesta torre que desde 508 metros de altura mira todo lo que pasa en la ciudad. Por fuera parece una gigantesca caña de bambú, por dentro es una modernísima construcción a la que recorren unos 67 ascensores a los que se llega caminando sobre llamativas alfombras.

Hasta hace un año y medio estos elevadores eran los más veloces del mundo y llegaron a figurar en los Récords Guinness. Cuando LA GACETA subió demoró exactamente 37 segundos en ascender desde el quinto piso hasta el 89. Al salir se abren inmensos ventanales que permiten ver la majestuosidad de Taipei. Los visitantes llegan a demorar horas para dar una vuelta alrededor de la torre. Es lógico en cada ventanal hay algo atrapante para detenerse. Es el poder seductor de las alturas, pero también de esta ciudad cautivante. Unos pisos más abajo, una inmensa bola amarilla ocupa el centro del edificio. Es un gigantesco amortiguador eólico que está a la vista del público. Está inmensa bola tiene una misión primordial: evitar que la torre se desplome si es que un fuerte sismo (que los hay) castiga a Taipei. Hasta un movimiento de 7 grados en la escala Richter es capaz de soportar.

No faltan los pequeños negocios para sacar fotos, tampoco los que venden bebidas o sándwiches, pero la verdadera galería de atracción de esta caña de bambú gigantesca es la galería de corales y de joyas que están a la venta.

Después, con los regalos a cuestas, los ascensores se encuentran listos para bajar. Los que no suelen estar preparados son los 30 pasajeros que subirán a él porque es tal la velocidad que alcanzarán que los oídos terminan tapados y a los zumbidos.

Taipei es así: una verdadera mezcla en la que conviven la velocidad de lo moderno y la morosidad del pasado que no está dispuesto a despedirse.

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1
DE TODOS COLORES
El tren bala atraviesa Taiwán como si fuera la columna vertebral de la isla. En marzo la estación de Tainán es una parada obligada. Es el tiempo de las orquídeas. En Tucumán, es la flor de los grandes agasajos. Es sinónimo del amor. Tainán es una explosión de color donde se conjugan la creatividad y la paciencia. No falta tampoco la sana competencia. Quien entra a la exposición internacional de orquídeas ingresa a un paraíso. Las hay turquesas, amarillas, rojas, blancas, naranjas y tienen las formas más variadas. Se las puede admirar en su estado juvenil o de madurez. Las orquídeas se desparraman al paso del visitante. Otras simulan su adecuada distribución en gigantescas maquetas que recrean ambientes de parques naturales. Está también un gigantesco planisferio donde los continentes están constituidos por orquídeas. Al final de la muestra están las orquídeas campeonas. Así como nos hemos acostumbrados en nuestro país a ver las cucardas que identifican a los toros, terneros o caballos ganadores, en estas tierras asiáticas son las orquídeas las que presumen con sus cucardas. En este 2017, la ganadora es una orquídea fucsia que no es muy tupida, pero que sí derrocha elegancia. 
2
EL AZúCAR DEVINO EN TAMBORES 
En Tainán, el viejo ingenio ya no muele más. La longilínea chimenea es un mojón en la ciudad. A sus pies las inmensas calderas ya no calientan más. En su interior elegantes mozos sirven bebidas, cafés y sándwiches a los visitantes. Es un original bar al que se llega por una estilizada escalera. Las tuberías del ingenio están intactas. Sirven de guía para llegar a lo más alto. Allí se despliega un erguido teatro. En el escenario hacen pie los engranajes gigantescos que ya no se mueven más. A su alrededor expertos músicos dan un espectáculo de tambores. Un sexteto de artistas capaces de cautivar al público que llena las gradas varias veces al día. A la salida cada uno de ellos espera para saludar al público. En el centro, un inmenso árbol estira añosas ramas que son sostenidas por soportes metálicos. Un camino especial permite recorrer las entrañas de esa planta de más de 100 años de vida. Al final los percusionistas tienen sus tuberías donde alguna vez se molía la caña para convertirla en azúcar. No falta el guía experto que además es capaz de hacer que los turistas ensayen algunos sones con los tambores. El ingenio ya no muele, pero el espectáculo sigue vivo. 
3
AL MEDIODÍA TODO DA VUELTAS
La comida es redonda. La mesa suele tener una bandeja que da vueltas y sobre ella han estacionado bandejas con comidas en las que no falta el cerdo, los mariscos, el pescado y la sopa en sus más diversas variedades. El gran plato giratorio se convierte en una diversión para los más pícaros que cuando ven que va llegando la fuente frente a uno de los comensales, la mueven más rápido o en sentido inverso para sorprender al comensal. Más allá de las bromas, en los hogares se procura que haya una fuente por comensal. Como la mesa no tiene puntas, no hay privilegios. Su redondez invita a compartir los platos sin distingos. Cuando hay visitas extranjeras, no falta la pregunta del mito popular y la respuesta es que no se comen perros. La carne vacuna, a la que estamos acostumbrados los de este lado del mundo, no es la preferida. Ocurre que son animales que han sido compañeros de pastoreo y de cultivos de los abuelos, los cuales se han opuesto a matar a quienes también hacen de compañía en el campo. 
 
4
CUANDO LA HISTORIA SE DETIENE 
Chiang Kai-shek cruzó el estrecho de Taiwán dejando la China oriental y allí se quedó. Hoy tienen su memorial propio. Majestuosos jardines descansan a los pies de su monumento al que se puede acceder por el exterior después de recorrer el imponente ingreso y luego de subir los 89 alargados escalones. Arriba está esperando la estatura del líder político y militar. Es imperdible para el visitante el solemne cambio de guardia que se realiza ante la gran estatua de Chiang Kai-Shek sentado. Adentro del museo se puede revisar toda la historia de este hombre que tiene un paralelo directo con el crecimiento y evolución de Taiwán. Se puede ver desde una réplica exacta del escritorio desde donde ejercía el poder hasta los fabulosos Cadillacs en los que se trasladaba. No faltan fotos de su familia y de las diversas actividades políticas que fueron marcando el ritmo de la vida de este país que ha conseguido destacar la ética, la democracia y el conocimiento científico, tres valores que se ven representados en el memorial. 

DE TODOS COLORES
El tren bala atraviesa Taiwán como si fuera la columna vertebral de la isla. En marzo la estación de Tainán es una parada obligada. Es el tiempo de las orquídeas. En Tucumán, es la flor de los grandes agasajos. Es sinónimo del amor. Tainán es una explosión de color donde se conjugan la creatividad y la paciencia. No falta tampoco la sana competencia. Quien entra a la exposición internacional de orquídeas ingresa a un paraíso. Las hay turquesas, amarillas, rojas, blancas, naranjas y tienen las formas más variadas. Se las puede admirar en su estado juvenil o de madurez. Las orquídeas se desparraman al paso del visitante. Otras simulan su adecuada distribución en gigantescas maquetas que recrean ambientes de parques naturales. Está también un gigantesco planisferio donde los continentes están constituidos por orquídeas. Al final de la muestra están las orquídeas campeonas. Así como nos hemos acostumbrados en nuestro país a ver las cucardas que identifican a los toros, terneros o caballos ganadores, en estas tierras asiáticas son las orquídeas las que presumen con sus cucardas. En este 2017, la ganadora es una orquídea fucsia que no es muy tupida, pero que sí derrocha elegancia. 

EL AZÚCAR DEVINO EN TAMBORES 
En Tainán, el viejo ingenio ya no muele más. La longilínea chimenea es un mojón en la ciudad. A sus pies las inmensas calderas ya no calientan más. En su interior elegantes mozos sirven bebidas, cafés y sándwiches a los visitantes. Es un original bar al que se llega por una estilizada escalera. Las tuberías del ingenio están intactas. Sirven de guía para llegar a lo más alto. Allí se despliega un erguido teatro. En el escenario hacen pie los engranajes gigantescos que ya no se mueven más. A su alrededor expertos músicos dan un espectáculo de tambores. Un sexteto de artistas capaces de cautivar al público que llena las gradas varias veces al día. A la salida cada uno de ellos espera para saludar al público. En el centro, un inmenso árbol estira añosas ramas que son sostenidas por soportes metálicos. Un camino especial permite recorrer las entrañas de esa planta de más de 100 años de vida. Al final los percusionistas tienen sus tuberías donde alguna vez se molía la caña para convertirla en azúcar. No falta el guía experto que además es capaz de hacer que los turistas ensayen algunos sones con los tambores. El ingenio ya no muele, pero el espectáculo sigue vivo. 

AL MEDIODÍA TODO DA VUELTAS
La comida es redonda. La mesa suele tener una bandeja que da vueltas y sobre ella han estacionado bandejas con comidas en las que no falta el cerdo, los mariscos, el pescado y la sopa en sus más diversas variedades. El gran plato giratorio se convierte en una diversión para los más pícaros que cuando ven que va llegando la fuente frente a uno de los comensales, la mueven más rápido o en sentido inverso para sorprender al comensal. Más allá de las bromas, en los hogares se procura que haya una fuente por comensal. Como la mesa no tiene puntas, no hay privilegios. Su redondez invita a compartir los platos sin distingos. Cuando hay visitas extranjeras, no falta la pregunta del mito popular y la respuesta es que no se comen perros. La carne vacuna, a la que estamos acostumbrados los de este lado del mundo, no es la preferida. Ocurre que son animales que han sido compañeros de pastoreo y de cultivos de los abuelos, los cuales se han opuesto a matar a quienes también hacen de compañía en el campo. 

CUANDO LA HISTORIA SE DETIENE 
Chiang Kai-shek cruzó el estrecho de Taiwán dejando la China oriental y allí se quedó. Hoy tienen su memorial propio. Majestuosos jardines descansan a los pies de su monumento al que se puede acceder por el exterior después de recorrer el imponente ingreso y luego de subir los 89 alargados escalones. Arriba está esperando la estatura del líder político y militar. Es imperdible para el visitante el solemne cambio de guardia que se realiza ante la gran estatua de Chiang Kai-Shek sentado. Adentro del museo se puede revisar toda la historia de este hombre que tiene un paralelo directo con el crecimiento y evolución de Taiwán. Se puede ver desde una réplica exacta del escritorio desde donde ejercía el poder hasta los fabulosos Cadillacs en los que se trasladaba. No faltan fotos de su familia y de las diversas actividades políticas que fueron marcando el ritmo de la vida de este país que ha conseguido destacar la ética, la democracia y el conocimiento científico, tres valores que se ven representados en el memorial. 

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