“En el fondo de mí hay esencialmente un cuentista”

“En el fondo de mí hay esencialmente un cuentista”

Este martes murió uno de los mayores escritores argentinos. Aquí habla sobre las raíces del lenguaje, las reglas básicas de la escritura, su relación con los géneros, los clásicos, sus modelos literarios, los cambios de una obra y sus lectores a través del tiempo

LA CUESTIÓN. “La pregunta que hago es: ¿quiénes son para vos los autores clásicos y los libros clásicos, y cuáles son para vos aquellos libros que, a tu criterio, no podrían faltar de una lista de lo que entendemos como los grandes momentos de la escritura en la historia?”, interrogaba Castillo. LA CUESTIÓN. “La pregunta que hago es: ¿quiénes son para vos los autores clásicos y los libros clásicos, y cuáles son para vos aquellos libros que, a tu criterio, no podrían faltar de una lista de lo que entendemos como los grandes momentos de la escritura en la historia?”, interrogaba Castillo.
07 Mayo 2017

- Hay una frase suya que dice que las dos patrias de un escritor son la infancia y el lenguaje. ¿Cómo fue su infancia, y cuál siente usted que es su lenguaje?

- Vamos a comenzar por el principio: en realidad la frase, que es muy hermosa, no es exactamente mía. Es una frase que viene, de alguna manera, recorriendo la literatura. Es algo que ya vio Rilke, algo que ya sintió Hölderlin. El sentido de la frase, lo hayas enunciado o no, creo que lo cumplen todos los escritores y, probablemente, todos los artistas. Por lo menos los que yo he conocido. Hay algo esencial en la infancia, que es aquello -como decía Rilke- a lo que hay que recurrir cuando nos da la impresión de que el mundo, lo que podemos ver de él, se nos terminó. Rilke aconsejaba volver a la infancia porque ahí están aquellos rasgos esenciales, lo que después va a ser nuestra vida o nuestra imaginación. En cuanto al lenguaje de un escritor –que también está en la infancia- es su lengua madre. En este mismo momento, en el taller, estábamos hablando justamente de eso: cuando Dante escribe la Divina Comedia, no escribe la Divina Comedia en la lengua de la cultura, escribe la Divina Comedia en la lengua de su pueblo, que era el toscano. Vale decir que va a recurrir a aquellas palabras que aprendió probablemente de su madre y de su padre en la infancia, y las va a llevar a la literatura hasta el punto tal que hoy, hasta en esta charla, estamos hablando del lenguaje de Dante y de lo que Dante hizo con las palabras. No hay más que dos maneras de sentir que uno todavía sigue siendo el mismo: encontrarse en aquel chico que fue, y, al mismo tiempo, seguir descubriendo, todos los días, el lenguaje, que es el lenguaje de sus pensamientos, de sus sentimientos y, cuando es escritor, de su literatura.

- Usted tiene una anécdota muy conocida, que es aquella del viejecillo. ¿Cómo fue aquel momento, aquella historia?

- La he contado tantas veces que ya no sé si estoy contando la anécdota o estoy recordando lo que conté. Pero, esencialmente, fue así: yo había escrito un cuento, que se llamaba “El último poeta”, y estaba muy contento con los méritos que yo mismo le atribuía a ese cuento, y se lo fui a leer a la casa a un viejo profesor sin cátedra, Bosio Arnaes, un hombre extraordinario y muy raro -parecía una especie de gnomo o ser de ciencia ficción, tal vez hasta de película de miedo- que vivía en las barrancas de San Pedro, y cuando empecé a leer el texto, que comenzaba “Por el sendero venía avanzando el viejecillo…”, ahí me interrumpió, y fue todo lo que leí. Y me dio mi primera y última lección de literatura, porque me dijo: ¿por qué “el sendero” y no “el camino”? ¿Por qué “el” viejecillo y no “un” viejecillo? La palabra “el” da por hecho que lo conocemos al viejecillo, sin embargo yo lo había puesto en la primera línea del texto.

-Le aumenta desmedidamente la identidad…

-Exactamente. Y ¿por qué “viejecillo”, y no “viejo”, “viejito”, o “anciano”? Es decir que, en una sola línea, y en diez palabras, yo había cometido como diez errores. Entonces le dije: “mire, señor, porque ése es mi estilo”. Y la lección fue: “antes de tener estilo, hay que aprender a escribir”.

- ¿Es cierto que usted les pregunta a los aspirantes a su taller si han leído a los clásicos? ¿Por qué es necesario leer a los clásicos, no sólo para acceder a su taller?

-Es necesario leer a los clásicos no sólo para acceder a mi taller, pero, de todas maneras, en mi taller no es condición sine qua non haber leído a los clásicos. La pregunta que yo hago es: ¿quiénes son para vos los autores clásicos y los libros clásicos, y cuáles son para vos aquellos libros que, de acuerdo a tu criterio, no podrían faltar de una lista de lo que entendemos como los grandes momentos de la escritura en la historia de la humanidad? Los hayas leído o no. Esa es la forma de la pregunta. Ahí vienen Homero, Dante, Gilgamesh, la tragedia griega, etcétera, digamos hasta el Quijote o Rabelais. Lo que se llama la literatura clásica. Y que me marquen, o me digan, cuáles leyeron y cuáles no leyeron. Cuando me marcan los que no han leído, les pregunto por qué razón, sabiendo que ese es un gran libro, no lo han leído. Si la respuesta es una respuesta que a mí me convence, bueno, entrará en mi taller. Si la respuesta es una respuesta anti-literaria, no entrará en mi taller. Si alguien me dice: “no leí a Homero porque a mí me dijeron que es un plomo”, podés estar seguro de que no entra a mi taller.

-Me recuerda a algo que me dijo Sylvia Iparraguirre, su esposa: que con usted había aprendido mucha retórica.

-Sí. Pero a la retórica, en la Argentina, la utilizamos como una mala palabra. La retórica es aquello que se habla en la lengua pero con sentido meramente gramatical. Habría que decir, como alguna vez dijo Poe, buena retórica y mala retórica. Cualquier profesor de literatura del secundario, cualquier maestro más o menos avispado, también utiliza la retórica. En realidad, todos usamos la retórica. Pero la retórica de la gramática, y la retórica clásica -la hispánica, por ejemplo-, no son necesariamente aquello que yo entiendo como retórica en el sentido literario de la palabra. Se puede escribir retóricamente mal, como escribía Roberto Arlt, y ser un gran escritor. A eso aspiro yo con mi literatura, y a eso creo que aspiran casi todos los que vienen a mi taller cuando están frente a un texto literario.

-Usted ha escrito novelas, ensayos y cuentos. Pero ¿es el cuento el género que más le gusta cultivar?

-En realidad, sí. Creo que, en el fondo de mí, hay esencialmente un cuentista. No creo en los géneros literarios. Creo que un escritor escribe lo que puede y como puede. Si es dramaturgo, y nada más que dramaturgo, ya pertenece a una especie muy particular, que es la del escritor especializado. Si es poeta, y nada más que poeta, pasa lo mismo. Lo que no implica que no pueda dar una visión total del mundo desde su género. Pero hay otro tipo de escritor, al que yo tal vez me acerco -y no es una cuestión de jerarquías, sino de modalidad-, que, tal vez por incapacidad, necesita escribir en distintos géneros. Para mí escribir es escribir tanto un cuento como una novela, como un ensayo, como una obra de teatro, y haber escrito -y aún escribo- poemas. Y creo que cada tema exige una forma particular. Tal vez esto sea un defecto y no un mérito. Aquellos escritores con los que yo me formé eran escritores que podían escribir en casi todos los géneros. Ahora: entendido esto, y entendido en que no creo en los géneros literarios sino en el hombre encarado con la materia de la literatura, creo que, en mi caso -no sé para el lector-, lo que tiene más fuerza es el cuento. Vale decir que cuando pienso la realidad, la pienso cuentísticamente, y tal vez dramáticamente.

© LA GACETA

Poesía y prosa
Fragmento de Ser escritor *
Por Abelardo Castillo
Desconfío de los escritores que no empezaron haciendo versos. Leopoldo Marechal solía recordar que, para Aristóteles, todos los géneros de la literatura son géneros de la poesía, y Ray Bradbury aconseja leer todos los días un poema antes de ponerse a escribir un cuento o una novela. Todo escritor verdadero es esencialmente un poeta. Ser poeta no significa escribir en verso, ni el puro acto mecánico de versificar garantiza la poesía.
Cuando uno dice “poeta” piensa en Góngora, en Machado, en Lorca, en Neruda, en Vallejo. Son, digamos, poetas en estado puro. Pero hay otro tipo de escritor que llega a los versos a través de la prosa, como Borges, como Quevedo, incluso como Poe. Y hay todavía un tercer tipo, el gran prosista, que no puede escribir versos, aunque seguramente empezó haciéndolo en su adolescencia. William Faulkner le confesaba a Jean Steen: “Soy un poeta malogrado. Quizás todo novelista quiere escribir primero poesía y descubre que no puede, y entonces intenta escribir cuentos, que es la forma más exigente después de la poesía, y, al fracasar, sólo entonces se dedica a escribir novelas.” 
La poesía no es una manera de escribir, es más bien un modo de vivir, de percibir el mundo.
*Seix Barral

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Poesía y prosa
Fragmento de Ser escritor *
Por Abelardo Castillo

Desconfío de los escritores que no empezaron haciendo versos. Leopoldo Marechal solía recordar que, para Aristóteles, todos los géneros de la literatura son géneros de la poesía, y Ray Bradbury aconseja leer todos los días un poema antes de ponerse a escribir un cuento o una novela. Todo escritor verdadero es esencialmente un poeta. Ser poeta no significa escribir en verso, ni el puro acto mecánico de versificar garantiza la poesía.
Cuando uno dice “poeta” piensa en Góngora, en Machado, en Lorca, en Neruda, en Vallejo. Son, digamos, poetas en estado puro. Pero hay otro tipo de escritor que llega a los versos a través de la prosa, como Borges, como Quevedo, incluso como Poe. Y hay todavía un tercer tipo, el gran prosista, que no puede escribir versos, aunque seguramente empezó haciéndolo en su adolescencia. William Faulkner le confesaba a Jean Steen: “Soy un poeta malogrado. Quizás todo novelista quiere escribir primero poesía y descubre que no puede, y entonces intenta escribir cuentos, que es la forma más exigente después de la poesía, y, al fracasar, sólo entonces se dedica a escribir novelas.” 
La poesía no es una manera de escribir, es más bien un modo de vivir, de percibir el mundo.
*Seix Barral

PERFIL

Abelardo Castillo nació en Buenos Aires, en 1935, pero su lugar en el mundo fue San Pedro (provincia de Buenos Aires). Fundó y dirigió las míticas revistas literarias El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco. Fue autor de una obra traducida a 14 idiomas, compuesta por ocho volúmenes de cuentos, cuatro novelas, cuatro ensayos y cuatro obras de teatro. Entre sus libros pueden mencionarse Las otras puertas (Premio Casa de las Américas), El evangelio según Van Hutten, El que tiene sed (Premio Municipal), Crónica de un iniciado (Premio Nacional Esteban Echeverría), El otro Judas (Premio Festival de Teatro de Nancy) e Israfel (Premio Internacional de la Unesco). Obtuvo el Premio Konex de Platino como el mejor cuentista entre 1989 y 1993.

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