Dos reuniones, dos telegramas y seis palabras

Dos reuniones, dos telegramas y seis palabras

El Gobierno tucumano enviará dos mensajes nacionales hoy, cuando la provincia exhiba un inusual pico de concentración de poder peronista federal. Se tratará de dos telegramas políticos, escritos sobre la base de dos reuniones.

En la Casa de Gobierno esperan la visita del gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, para la firma de “convenios de cooperación”. Y esperan que a la cita se sume Gerardo Zamora, vicepresidente primero del Senado; y José Emilio Neder, vicegobernador de Santiago del Estero. En la casa del gobernador, Juan Manzur, también se alistan para recibir a estos invitados para almorzar.

En la Legislatura, el vicegobernador, Osvaldo Jaldo, será el anfitrión en una jornada a la que asistirán los presidentes de bloques justicialistas de distintas provincias, cuyo gestor ha sido el titular de la bancada oficialista tucumana, Ramón Santiago Cano. A última hora de ayer aseguraban contar con la presencia de referentes de por lo menos 15 distritos.

Con estos gestos se escribirán sendos colacionados. Uno es “hacia adentro” del universo peronista argentino. El otro se despacha a la Casa Rosada.

Tres palabras

El telegrama destinado al peronismo nacional podría escribirse con tres palabras: “Nos organicemos. Llamen”.

Es una reacción del oficialismo provincial a la acefalía del peronismo, un movimiento que hoy no tiene un líder que lo conduzca. No es casual que sea el oficialismo vernáculo el que curse el comunicado político: Tucumán es, en importancia electoral, el segundo distrito de la Argentina en manos del peronismo. El primero es nada menos que Córdoba.

Si al encuentro de hoy se suman los santiagueños, el mensaje suma peso político: Zamora es el peronista que ocupa el mayor cargo de autoridad política del país. Su performance electoral en Santiago del Estero, además, le había aportado al kirchnerismo una cifra de sufragios apenas menor que la de Tucumán.

Léase, para cuando llegue la hora de reorganizar el peronismo (hoy diverge entre los “K”, el massismo y los gobernadores), estas provincias mediterráneas están reclamando espacios.

Lo interesante de esta movida que tiene a Tucumán como epicentro es que desnuda un hecho a menudo soslayado, cuando no directamente negado por los oficialistas y hasta por los opositores: el peronismo está en crisis. Esta aserción, perfectamente “natural” para cualquier partido político en el contexto de una democracia, llega a ser resistida hasta la exasperación. Sobre todo por quienes asumen como verdadera esa pretensión contrademocrática según la cual “sólo el peronismo puede gobernar la Argentina”.

Creer que esto es así, ya sea como dogma de fe o como temor inconfesable, necesariamente tornará imposible pensar que el peronismo entra en crisis. Sin embargo, lo hace y lo ha hecho.

Claro está, desde 1983 para aquí, que el peronismo sale de sus crisis con mucha más celeridad que el radicalismo. En los términos del historiador y sociólogo Juan Carlos Torre, desde la irrupción del peronismo en 1945, el polo peronista representa a las clases populares (trabajadores urbanos sindicalizados y sectores bajos y medios de las provincias), mientras que el polo no peronista (clases medias y altas) se distribuyó entre la UCR, un espacio de izquierda y uno de centro derecha. En el triunfo de Alfonsín, lee Torre, se produce la emigración a la propuesta radical de votos tradicionalmente peronistas de la población asalariada, más el respaldo de las clases medias y altas. Pero el radicalismo no logró mantener el equilibrio bipartidista: comenzó a devolver, lenta pero irrefrenablemente, votos a izquierda y a derecha, alimentando el surgimiento de las terceras fuerzas.

En aquel 1983, la derrota también puso en crisis al peronismo. Una crisis signada por la división, que le permitió a la UCR ganar los comicios parlamentarios de 1985. De esa diáspora, el peronismo salió de la mano del sindicalismo, que en la Cámara Baja había sentado una treintena de dirigentes. No sólo eran otros gremios: tenían otro peso.

La derrota electoral de 1999 también fue crítica para el peronismo (en menos de dos años, se advertiría que en verdad lo había sido para todos los argentinos), pero el fracaso de la Alianza precipitó el retorno del justicialismo al poder. Claro está, no es secundario el debate sobre la participación de sectores del peronismo en la caída de la Alianza, denunciado como un golpe por la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sin que nadie del PJ la desmintiera. Pero allende esa cuestión, lo que catalizó la reorganización del peronismo, para entonces, fue la “liga de gobernadores”. Sus miembros fueron ocupando de manera sucesiva y provisional la Presidencia de la Nación (el puntano Adolfo Rodríguez Saá durante la última semana de 2001, el bonaerense Eduardo Duhalde hasta mayo de 2003). Y, finalmente, quien era el gobernador de Santa Cruz se convirtió en jefe de Estado: Néstor Carlos Kirchner.

Ahora, tras la derrota de 2015, el peronismo está otra vez en crisis. El macrismo, de hecho, se entusiasma con un escenario similar al de hace 30 años y apuesta a la división peronista para salir airoso de los comicios de octubre.

¿Qué estructura reordenará al peronismo y lo reencauzará, como en la década de 1980 y en la de 2000? Eso está dirimiéndose hoy en la arena política; acerca de ello habrá mayores certezas en octubre; y los conductores del peronismo tucumano están buscando socios de peso para poder ser parte de la respuesta a partir de 2018.

Tres palabras más

El telegrama para la Casa Rosada también se escribe con tres palabras. “No estamos solos”, dice tanto el encuentro de la Casa de Gobierno como, fundamentalmente, el de la Legislatura.

Es que abril ha terminado con el Gobierno tucumano y el Gobierno nacional, directamente, a las patadas, cuando no a los alaridos. El presidente, Mauricio Macri, fue abucheado cuando el mes pasado visitó localidades del sur inundadas por las crecidas por los ríos: no lo insultaron los vecinos, sino militantes de otras latitudes que, de pura casualidad, aparecieron allí el mismo día en que también lo hacían intendentes y funcionarios provinciales. Luego, cuestionaron que Macri no trajera anuncios en su visita a los damnificados los mismos que nunca abrieron la boca para siquiera criticar que mientras los tucumanos se mataban entre sí durante los saqueos de diciembre 2013, la ex presidenta bailaba y cantaba en Plaza de Mayo.

Curioso el karma macrista con Tucumán: si el “manzurismo” se le animó al Presidente fue gracias a que la Nación lo “blanqueó” en materia de autoridad: durante la primera parte de 2016, fue incesante el flujo de funcionarios de la Nación que hasta almorzaban en la casa del gobernador tucumano. La Casa Rosada dio a Manzur la legitimidad de ejercicio con la cual suplir la escasa legitimidad de origen que le dieron las elecciones estragadas de maniobras fraudulentas.

Hasta las últimas horas de abril, la tensión fue sostenida. Manzur y Jaldo parecían nunca cansarse de denunciar que la Nación beneficiaba a otras provincias, e incluso a los municipios tucumanos administrados por Cambiemos, al mismo tiempo que se negaba a brindar la asistencia económica que reclamaba para reparar las comunas anfibias del sur. Del otro lado, el secretario del Interior, Sebastián García de Luca, visitó Tucumán para reclamar al gobernador y al vicegobernador que “bajen el tono” con el Presidente. Y Pablo Walter, “armador” del PRO para el NOA en 2015, llegó a decir que “el Gobierno Nacional no permitirá que Manzur y Alperovich vuelvan a disponer de recursos federales de modo discrecional porque desconfía”.

Mayo se insinúa mejor. La reapertura del mercado de EEUU para el limón tucumano fue, ciertamente, mucha buena noticia para estas tierras. Así que luego de que funcionarios de la Nación y de la Provincia se asignaran distintos grados de participación en ese logro, la Nación remarcó el beneficio para Tucumán, y Manzur prometió apoyar a Cambiemos para ayudar a las economías regionales.

Finalmente, llegó el subsecretario del Interior, Juan Carlos Morán, con un ATN de $ 50 millones para la emergencia de las crecidas. No son los $ 600 millones que pidió la Provincia, pero es más que los $ 0 con los que amenazó la oposición.

Ahora serán los hechos los que confirmen si el enfrentamiento entre la Nación y la Provincia ha cesado, o no. Habrá que prestar atención a cómo votan los diputados y los senadores del oficialismo tucumano, a los que el macrismo tanto necesita. Y habrá que ver si el reclamo de una reforma política en Tucumán se traduce en acciones de la Nación… o no.

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