Un desamparado político

Un desamparado político

Por Fernando Stanich.

Por LA GACETA y Fernando Stanich 01 Mayo 2017
     Un desamparado político
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        Juan Manzur transita su segundo año al frente de la Provincia como un desamparado político. A lo largo de este tiempo, el ex ministro de Salud kirchnerista no supo, no quiso o no pudo ocupar un rol definido frente a la política nacional y provincial. Y esa hibridez, a esta altura y en los albores de un año electoral, amenaza con pasarle factura.
        De la incertidumbre de no saber cómo afrontar una gestión local con un Gobierno nacional de signo político contrario, Manzur pasó a las pocas semanas a la irrealidad de los mimos y de la legitimación inesperada. Fue, apenas asumió, el propio macrismo el que permitió que el tucumano respirara aliviado. La debilidad política del presidente, Mauricio Macri, lo obligó a apoyarse en sus primeros meses en los caciques peronistas; entre ellos, Manzur. Aquellos gestos sorpresivos de Macri, incluso, atragantaron a los referentes del Acuerdo para el Bicentenario local, que apostaban por el escarnio público e inmediato de Manzur. Nada de eso ocurrió en esos primeros meses de buen diálogo entre la Provincia y la Nación.
        Hasta que el tiempo puso las cosas en su lugar. Con el correr de los meses, Manzur se dio cuenta de que el macrismo no iba a darle más que a cualquier otro. Fue entonces cuando comenzó el pataleo, tardío, acerca de la falta de envío de recursos nacionales a la provincia. Desde mediados del año pasado, cuanto menos, el gobernador repite que a Tucumán llegan menos recursos y que no ha podido firmar ningún convenio para obras públicas nuevas. Y, para colmo de males, ve como el ex kirchnerista Domingo Amaya camina municipios y comunas repartiendo obras y proyectos sin siquiera golpear su puerta. Entonces, comenzó a preocuparse.
        Hoy, Manzur siente que es el momento de enfrentar a Macri. Con la cercanía de los comicios legislativos nacionales como excusa, el mandatario apuesta a que los gobernadores peronistas y de pasado kirchnerista se abroquelen para decirle “basta” al Presidente. Pero enfrenta un problema, nadie lo reconoce como un “jefe” político. Ni siquiera dentro de los límites de Tucumán el oficialismo le atribuye ese papel. El gobernador debe lidiar con sus propias limitaciones y con las ambiciones de su antecesor, José Alperovich; y de su compañero de fórmula, Osvaldo Jaldo. Claro que es momento, a 18 meses de iniciada la gestión, que Manzur asuma sus propios yerros. El más grave, quizá, sea la conformación de un gabinete sin identidad política. No hay funcionario que pueda, quiera o tenga la suficiente espalda para aguantar y retrucar las arremetidas opositoras. Las inundaciones de abril en el sur tucumano dejaron en evidencia esa carencia política: qué funcionario pudo o supo cómo usufructuar para el bien de la gestión manzurista lo poco que podían hacer tras el drama. ¡Ninguno!
        Hoy, Manzur encuentra su sostén político en la Legislatura. Pese al enojo, los parlamentarios del oficialismo son quienes ponen el hombro para mantener a flote al gobernador, por expreso encargo del vicegobernador Jaldo. Lógicamente, el tranqueño necesita aún mantener solidez y cohesión en el binomio gubernamental. Es, al menos hasta los comicios legislativos de octubre, la única manera de mantenerse a salvaguarda de las ganas de regresar del senador Alperovich. Ya sea por las causas de los gastos sociales –en las que se investiga el destino de $ 615 millones durante el electoralísimo 2015-, como por la trinchera política para frenar a la oposición, el titular del Poder Ejecutivo depende de su compañero de fórmula.  La duda, claro está, pasa por saber qué ocurrirá luego de esta elección de mitad de mandato. Hay quienes dicen que Manzur no permitirá el retorno de su antecesor, y que buscará ser reelecto. Pero también están aquellos que sostienen la teoría de que el médico, en realidad, se conformará con ser sólo una posta entre los primeros tres mandatos de Alperovich y 2019. El tiempo, en definitiva, dilucidará esa cuestión. Por lo pronto, Manzur se acerca a la mitad de su mandato sin haber definido aún una identidad propia y deambula, políticamente, como un desamparado.
         
         
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Juan Manzur transita su segundo año al frente de la Provincia como un desamparado político. A lo largo de este tiempo, el ex ministro de Salud kirchnerista no supo, no quiso o no pudo ocupar un rol definido frente a la política nacional y provincial. Y esa hibridez, a esta altura y en los albores de un año electoral, amenaza con pasarle factura.

De la incertidumbre de no saber cómo afrontar una gestión local con un Gobierno nacional de signo político contrario, Manzur pasó a las pocas semanas a la irrealidad de los mimos y de la legitimación inesperada. Fue, apenas asumió, el propio macrismo el que permitió que el tucumano respirara aliviado. La debilidad política del presidente, Mauricio Macri, lo obligó a apoyarse en sus primeros meses en los caciques peronistas; entre ellos, Manzur. Aquellos gestos sorpresivos de Macri, incluso, atragantaron a los referentes del Acuerdo para el Bicentenario local, que apostaban por el escarnio público e inmediato de Manzur. Nada de eso ocurrió en esos primeros meses de buen diálogo entre la Provincia y la Nación.

Hasta que el tiempo puso las cosas en su lugar. Con el correr de los meses, Manzur se dio cuenta de que el macrismo no iba a darle más que a cualquier otro. Fue entonces cuando comenzó el pataleo, tardío, acerca de la falta de envío de recursos nacionales a la provincia. Desde mediados del año pasado, cuanto menos, el gobernador repite que a Tucumán llegan menos recursos y que no ha podido firmar ningún convenio para obras públicas nuevas. Y, para colmo de males, ve como el ex kirchnerista Domingo Amaya camina municipios y comunas repartiendo obras y proyectos sin siquiera golpear su puerta. Entonces, comenzó a preocuparse.

Hoy, Manzur siente que es el momento de enfrentar a Macri. Con la cercanía de los comicios legislativos nacionales como excusa, el mandatario apuesta a que los gobernadores peronistas y de pasado kirchnerista se abroquelen para decirle “basta” al Presidente. Pero enfrenta un problema, nadie lo reconoce como un “jefe” político. Ni siquiera dentro de los límites de Tucumán el oficialismo le atribuye ese papel. El gobernador debe lidiar con sus propias limitaciones y con las ambiciones de su antecesor, José Alperovich; y de su compañero de fórmula, Osvaldo Jaldo. Claro que es momento, a 18 meses de iniciada la gestión, que Manzur asuma sus propios yerros. El más grave, quizá, sea la conformación de un gabinete sin identidad política. No hay funcionario que pueda, quiera o tenga la suficiente espalda para aguantar y retrucar las arremetidas opositoras. Las inundaciones de abril en el sur tucumano dejaron en evidencia esa carencia política: qué funcionario pudo o supo cómo usufructuar para el bien de la gestión manzurista lo poco que podían hacer tras el drama. ¡Ninguno!

Hoy, Manzur encuentra su sostén político en la Legislatura. Pese al enojo, los parlamentarios del oficialismo son quienes ponen el hombro para mantener a flote al gobernador, por expreso encargo del vicegobernador Jaldo. Lógicamente, el tranqueño necesita aún mantener solidez y cohesión en el binomio gubernamental. Es, al menos hasta los comicios legislativos de octubre, la única manera de mantenerse a salvaguarda de las ganas de regresar del senador Alperovich. Ya sea por las causas de los gastos sociales –en las que se investiga el destino de $ 615 millones durante el electoralísimo 2015-, como por la trinchera política para frenar a la oposición, el titular del Poder Ejecutivo depende de su compañero de fórmula.  La duda, claro está, pasa por saber qué ocurrirá luego de esta elección de mitad de mandato. Hay quienes dicen que Manzur no permitirá el retorno de su antecesor, y que buscará ser reelecto. Pero también están aquellos que sostienen la teoría de que el médico, en realidad, se conformará con ser sólo una posta entre los primeros tres mandatos de Alperovich y 2019. El tiempo, en definitiva, dilucidará esa cuestión. Por lo pronto, Manzur se acerca a la mitad de su mandato sin haber definido aún una identidad propia y deambula, políticamente, como un desamparado.

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