Lo que las bombas no lograron destruir

Lo que las bombas no lograron destruir

Sucedió el 26 de abril de 1937. La prensa lo recordó en estos días, al cumplirse el aniversario número 80 de Gernika. La población vasca fue destrozada por 7.000 bombas arrojadas por unos 40 aviones mandados por Adolf Hitler y por Benito Mussolini para ayudar a Francisco Franco en plena Guerra Civil de España.

Gernika tiene que ser recordado una y otra vez porque durante 40 años el franquismo lo tapó con mentiras. La versión oficial hablaba de incendio. El que hablaba de bombardeo iba preso. Hoy mismo hay historiadores que sostienen que Franco no estaba al tanto de los bombardeos. Y exhiben documentos “oficiales” que buscan asegurar que, “como mucho, los muertos fueron 300”. ¿Cómo saberlo si los escombros no fueron removidos durante años? Los muertos, decía días atrás un historiador al diario catalán “La Vanguardia”, fueron cerca de 2000. Fue asesinado un tercio del pueblo. ¿Acaso importa tanto la cifra?

Lo que pocos saben es que, ese mismo 26 de abril de 1937 una selección vasca jugaba en París su primer partido de una gira mundial que buscaba ayudar a la causa de su pueblo. Jugaban al fútbol para difundir la masacre y recaudar fondos. El Gernika Club, que aún hoy juega en la Segunda B de España, suspendió claro su actividad durante la Guerra. Pero la selección vasca ganaba ese día 3-0 a Racing de París.

Sin chances de volver a España, los jugadores de esa selección en el exilio terminaron jugando en distintos países. Once de ellos vinieron a la Argentina. Los dos más famosos fueron Ángel Zubieta e Isidro Lángara, ídolos en San Lorenzo. Zubieta jugó 352 partidos y fue capitán. A fines de 1946, San Lorenzo, que era flamante campeón argentino, con el famoso ataque Farro-Pontoni-Martino, cumplió una célebre gira por Europa que incluyó dos victorias con marcador de tenis ante la selección española: 7-5, 6-1. La gira añadió un partido en Galdacano, pueblo natal de Zubieta. El partido se hizo para que la madre de Zubieta pudiera ver jugar a su hijo.

El máximo recuerdo sobre Lángara corresponde a su debut en 1939. Le marcó cuatro goles a River en menos de media hora. Jugaba con pantalones por arriba del ombligo, tenía muslos gordos y era muy serio. “Mezcla de Karadagián y de Tenenbaum, un ómnibus con cabeza, un delantero con pinta de lechero retirado”, lo describió el periodista Carlos Giuria en el hermoso libro “Memorias del Viejo Gasómetro”, del colega Enrique Escande.

Hay otro libro que cuenta como pocos el fútbol vasco. Se llama “A mí el pelotón”. Lo escribió Patxo Unzueta y se puede conseguir en la Feria del Libro que se inauguró el viernes en Buenos Aires, en el stand de Fútbol Libro, siempre notable con su gran colección. “A mí el pelotón” cuenta la historia del Athletic, el equipo que años atrás dirigió Marcelo Bielsa. Nos cuenta la historia de sus jugadores famosos y politizados. Está, por ejemplo, José María Belausteguigoitia Landaluce.

Belauste, como le decían los relatores, se hizo famoso por un grito. “¡A mí el pelotón Sabino, que los arrollo!”. Le pedía a su compañero Sabino Bilbao Líbano (Sabino) que tirara el tiro libre hacia él. Belauste medía 1,93m y pesaba 95 kilos. Recibió el centro, arrastró rivales y marcó el empate en el triunfo 2-1 frente a Suecia, en Juegos Olímpicos de Amberes de 1920. Ese grito, dicen los historiadores, marcó el acta fundacional de la llamada “furia española”.

Un estilo, hay que decirlo, que contrastó con el muy buen fútbol que suele jugar España desde hace años, simbolizado con el Mundial de Sudáfrica 2010. En aquellos años de furia también se lucía en Athletic de Bilbao un jugador cuyo nombre (Rafael Moreno Aranzadi) puede no decir nada. Sí en cambio su apodo: “Pichichi”. Hizo tantos goles que así se le llama hoy al goleador de la Liga de España.

Leo Messi, por ejemplo, es el actual “Pichichi” de la Liga. El otro vasco famoso de Athletic y de la selección finalista en los Juegos de Amberes 1920 es Telmo Zarranoaindía. Zarra anotó el gol mítico del triunfo 1-0 de España ante Inglaterra, en el Maracaná, en el Mundial de Brasil de 1950. Fue durante décadas el máximo goleador histórico de la Liga de España. Messi, otra vez él, cuándo no, quebró su récord en 2014.

Gernika, un nombre que también hizo célebre un cuadro de Pablo Picasso, sucedió en plena Guerra Civil. En Barcelona, los bombardeos estallaron justo un día antes del comienzo de la Olimpíada Popular de 1936. Era una competencia con obreros, intelectuales, desocupados, periodistas y poetas de 23 países. Afiliados a sindicatos y partidos de izquierda, de ateneos populares, clubes obreros y asociaciones deportivas listos para competir en fútbol, tenis, rugby, remo y otros deportes.

Se iba a celebrar también una Olimpíada cultural. El gran Pablo Casals recibe en pleno ensayo el aviso de las bombas. Avisa a los músicos. “Queridos amigos -les dice- no sé cuándo volveremos a estar juntos de nuevo. ¿Podemos tocar el final?”. El coro cantó como nunca. “Las lágrimas -escribió Casals en sus memorias- no me dejaban ver las notas. Cantábamos el himno inmortal a la hermandad, el Himno a la Alegría, mientras en las calles se preparaba una lucha fratricida”.

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