“Rara tucumanidad”
“Los tucumanos somos muy agresivos y confrontativos dentro de la provincia; pero he visto que cuando estamos fuera tenemos una especie de orgullo profundo que agranda nuestra solidaridad entre compatriotas. Lo he visto en todos los lugares donde me crucé con tucumanos. No es general de los argentinos, especialmente de los porteños, esto de tener un afecto preconstituido por los que vienen de tu pago chico. Creo que es algo que hay que destacar”. El dueño de esta frase es Daniel Kostzer otro de esos tucumanos en el mundo que nos (que se) miran (mira) desde lejos. El anda trashumando desde hace mucho y ahora está anclado en Bankgok (Tailandia).

El contexto de aquella frase se desarrolla en la página cinco del TUcumanos de hoy. La definición de Kostzer se explica en el esfuerzo científico de Raúl Motoslavsky, quien desde su laboratorio en Massachusetts todos los días le da un tiro en la frente al cáncer; en la imaginación desafiante de César Pelli que desde Nueva York le gana espacio al cielo con sus rascacielos; en los pasos de danza que enseñó Héctor Zaraspe en la Manhattan de Woddy Allen; y, también, está en Mercedes Sosa, quien ya se fue, pero su voz quedó vibrando. Todos tucumanos, todas mentes brillantes, todos valorados porque no están en el barrio, seguramente por esa agresividad de la que habla Kostzer. Esta semana otro tucumano fue noticia: Gerardo Pissarello. Se trata de aquel ciudadano que en los primeros años del renacimiento democrático era mirado con recelo simplemente porque se destacaba entre los demás, porque su voz joven y estudiantil resonaba más fuerte en la política de pañales de aquel Tucumán ochentoso. Esta semana que ya no retornará jamás. Pissarello se convirtió en alcalde de Barcelona, un premio al esfuerzo personal.

En estas líneas no es la primera vez que se recuerda cómo Tucumán es mirado como un verdadero laboratorio social. Así lo consideraba –al menos dos décadas atrás- la Comunidad Europea. Esa institución había inferido que los fenómenos sociales se adelantaban en nuestro pequeño terruño. Cuando se les pedía ejemplos enumeraban: el enfrentamiento civil previo a la dictadura, el triunfo político de militares que tuvieron el voto ciudadano como Bussi y luego le siguieron en otras geografías Patti o Rico, la llegada a los gobiernos de famosos como Ramón “Palito” Ortega

Tucumán termina siendo un ejemplo y un orgullo afuera y un infierno adentro. Algo de eso pasó con la exportación de limón a los Estados Unidos. Cuanto gobierno pasó trató de abrir las puertas del mercado norteamericano. Nadie lo había conseguido. El limón tucumano se convirtió en un producto de orgullo y del trabajo conjunto de empresarios y de los gobiernos de Juan Manzur y de Mauricio Macri. Los reiterados portazos de los últimos tiempos fueron materia de regocijo de muchos tucumanos que disfrutan del infierno interno.

Y, en ese clima hemos aprendido a convivir los tucumanos y hoy se dirime la lucha fratricida entre los gobiernos provincial y nacional. Hasta los inundados son víctimas de la agresividad y de la confrontación que llega desde Tailandia y que algunos porteños denominan “rara tucumanidad”.

De mimado a díscolo

La coalición que gobierna el país se denomina Cambiemos, pero la ausencia del federalismo no se ha modificado. Es muy parecida a la que ejercía el menemismo o el kirchnerismo. Por eso José Cano ya recibió la bendición presidencial para encabezar la lista de candidatos a diputado nacional por Cambiemos. El segundo lugar, que es femenino, sería para la esposa del intendente de Capital, Beatriz Ávila. El problema lo tiene ahora Domingo Amaya. Si resuelve dirimir espacios en las primarias abiertas implicaría desobedecer al jefe que lo puso en el gabinete nacional. El ex intendente kirchnerista va a tener que bajarse del pedestal si es que sus aspiraciones se mantienen dentro de Cambiemos. Peor que a Amaya le va al Pro. Hasta ahora no se han construido candidaturas ni han descollado figuras (salvo las manejadas por el titiritero Mauricio) por lo tanto, al partido que supo acunar a Macri tendrá que ilusionarse con 2019 y no con 2017.

Uno de los hijos adoptivos de Cambiemos es el intendente de Yerba Buena que está más desubicado que José Alperovich como asesor ad honorem de Juan Manzur. Mariano Campero se convirtió en lord mayor de Yerba Buena y en un mimado de la Rosada.

Se especulaba con su futuro promisorio y con el correr de los días terminó siendo un complemento comparativo del ex intendente peronista Daniel Toledo. En los últimos días en las tertulias macristas opinaban cuán inútil había sido su coqueteo con el legislador alperokirchnerista Guillermo Gassenbauer. A este le había prometido gestionar la ayuda pedida por la provincia a la Nación para los inundados. La viveza del legislador peronista dejó mal parado a Campero en Buenos Aires donde el hombre de Cambiemos ya se decidió que fuera Cano.

Tanto Alperovich como Cano extrañan los viejos tiempos en los que ellos eran protagonistas indiscutibles de la novela comarcana. Ellos tenían la propiedad exclusiva de las decisiones políticas. El resto eran actores de reparto. Alperovich repetía: “estamos trabajando fuerte pero nos ponen palos en las ruedas” y así contestaba cualquier denuncia pública de Cano o de Silvia Elías de Pérez. Salvo lo que le ordenara Néstor o Cristina, en Tucumán, todo era de Alperovich. En cambio hoy tiene que consensuar con el canciller Manzur y con el general Osvaldo Jaldo. A Cano vivía algo parecido y su candidatura (testimonial o no) era una cuestión absolutamente propia, pero hoy es de Marcos Peña o de Macri.

Extraño episodio

La buena “vibra” que transmitieron tanto la rendija que quedó abierta para los limones como la presencia de un tucumano que llegó a la alcaidía de Barcelona fue cortada de cuajo cuando en la Facultad de Derecho se puso freno a la discusión, al libre debate de alumnos con sus profesores. Una extraña decisión de la que tomó distancia la mismísima decana Adela Seguí.

La doctora hizo mutis por el foro cuando en una de sus aulas se ahogó el disenso en el mismísimo momento en el que se analizaba el poco serio sistema de remuneración que tienen los legisladores hoy y que fue instalado en su momento por Manzur, Regino Amado, Antonio Ruiz Olivares y Claudio Pérez, cuando eran vicegobernador, presidente subrogante de la Cámara, secretario y tesorero de la Legislatura, respectivamente. El eufemismo de los gastos sociales que sirvieron para engrosar los bolsillos de representantes del pueblo no debería ser un tema de censura en la facultad de Derecho tal cual lo denunciaron los estudiantes y aún no se dieron explicaciones al respecto. Por el contrario, tal vez de esos claustros debería salir las soluciones para ponerle quicio, máxime cuando en varios momentos se dio lugar a debatir temas que en otros lares se silenciaban.

La última cena

El lunes pasado a la noche en el hotel Hilton de Buenos Aires se realizó la cena anual del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC). Había más de 1.300 personas entre empresarios, funcionarios, políticos, técnicos, ex funcionarios y periodistas. En las mesas (cada una albergaba a 10 comensales) había dos temas excluyentes: la economía que no despega y Cristina. Se explicaba el triunfo de Macri por la necesidad de una mayoría de sacar a la ex presidenta y a su sistema político, pero a esa sentencia le seguía la pregunta retórica de por qué se seguía hablando de Cristina y señalando lo heredado. Eso implicaba seguir dándole vida política y no asumiendo definitivamente las responsabilidades de la gestión.

En el escenario principal de CIPPEC no había especulaciones. Se advertía sobre la necesidad de que todos empezaran a preocuparse por los problemas silenciosos que terminan haciendo más daños que los que están identificados como la pobreza o la desigualdad o la inflación. La voz central de la noche fue la de directora ejecutiva Julia Pomares quien recomendó “administrar mejor la tensión entre lo individual y lo colectivo”. Y, finalmente, se despidió advirtiendo sobre la necesidad de “preguntarnos qué estamos dispuestos a perder para que todos ganemos”.

Cuan diferente sería aquella “tucumanidad” si nos hiciéramos eco de esas palabras y hasta cediéramos la agresividad y la confrontación que fue capaz de subrayarnos Kostzer desde Asia.

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