Parecía que iba a vivir para siempre...

Parecía que iba a vivir para siempre...

Parecía que Miguel Ángel Bastenier iba a vivir para siempre. Pese a que desde hacía tiempo acarreaba algunas dolencias -que él subestimaba con elegancia-, su pasión por el periodismo lo mantenía al día, vigente e informado como el que más. Bastenier falleció este 28 de abril a los 76 años sin dejar nunca de ejercer como periodista de raza -¿tal vez el último de la época aurífera de las redacciones?- y maestro indiscutido de los plumillas latinoamericanos.

No es exagerado decir que fue una referencia obligada para sus colegas de habla hispana, y que su trabajo trascendió las fronteras del idioma de Cervantes al que honró puntillosa y rigurosamente desde “su lugar” en el mundo de los medios de comunicación: la sección de opinión del diario El País (España). Es que Bastenier había inventado un lenguaje propio para formar a sus discípulos y lectores, un léxico fundado en la claridad y en la honradez intelectual que se convirtió en la mejor receta disponible para ordenar la realidad. Ese método de organización del caos permite extraer textos inteligibles que cumplan cabalmente la función de informar. Bastenier practicaba su receta de manera religiosa pero también se ocupó de desarrollarla en detalle en el libro “El blanco móvil” (2001), best-seller del periodismo.

Escéptico de la objetividad, Bastenier pregonaba una especie de ética de los fundamentos. Había que justificar por qué había sido elegido tal tema u enfoque, y brindar al lector todos los argumentos posibles para que, a partir de lo dado, extrajera sus propias conclusiones. Otro clásico de su repertorio era la convicción de que las noticias no son buenas ni malas a priori sino que lo son en función de la posición de cada quien, como lo corrobora al diario la información sobre el fútbol.

Predicador del estilo directo y de la precisión, el maestro renegaba de la prensa enredada; de la que descontextualizaba la información y de la que daba erróneamente por sentado la serie de conocimientos imprescindible para entender la noticia. No en vano Bastenier creó, para explicarse, la figura del marciano: el periodista debe pensar que su lector es un completo extraño de los asuntos terrícolas y obrar (escribir) en consecuencia.

Más que clases, hizo de la docencia un espectáculo de sapiencia en el sentido profundo del vocablo, ironía, humor y humo, el de los cigarrillos que consumía frenéticamente. Empeñado en transmitir su amor por un oficio que no se aprende en el aula sino haciéndolo, Bastenier regañaba sin maldad y con razón. Su calidad humana superior lo hacía querible al instante como lo demuestra la lista larga de alumnos dolidos que deja en la Escuela de Periodismo de El País/Universidad Autonóma de Madrid y la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. LA GACETA disfrutó de su sabiduría legendaria cuando en 2012 y a propósito del centenario del diario, Bastenier brindó un taller en la redacción. Durante aquella visita -ya irrepetible- a Tucumán, el maestro disertó sobre el periodismo en la era digital en el Centro Cultural Virla, donde insistió en lo que era su credo de toda la vida: la búsqueda de una agenda propia que dé sentido a las tecnologías de la información y de la comunicación.

Observador punzante de los hechos de su tiempo, Bastenier formó parte de la generación que presenció el regreso de España a la institucionalidad democrática. Ello implicó el redescubrimiento de la libertad de prensa y de expresión en la primavera de libertades que floreció mientras moría el oscurantismo de Francisco Franco y se encendían las luces de la Unión Europea. En este contexto de transición y apertura, Bastenier cumplió el rol de intérprete de dos partituras que confirmaban de algún modo la reinserción de España en el mundo: las tensiones de la dimensión árabe-israelí y América Latina, ese territorio mental, emocional e histórico tan caro a la españolidad.

Cercano, llano, ameno, interesante, locuaz y divertido: Bastenier necesitaba sólo un par de minutos para cautivar a sus interlocutores. Alrededor suyo había una constelación de periodistas de muy diversa estirpe y procedencia hermanados por sus consejos y recomendaciones. “Baste” los ayudaba a todos como buenamente podía, a menudo intercediendo para abrir oportunidades laborales. Esa generosidad eleva su figura en un oficio donde abundan los divismos y las mezquindades. Bastenier estaba siempre ahí, al alcance de la mano, aunque residiese entre Madrid y Cartagena de Indias. Parecía eterno hasta este viernes, cuando las portadas de los diarios digitales que él tanto enalteció sentenciaron su fallecimiento.

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