Tararira, una aventura argentina *

Tararira, una aventura argentina *

La suerte quiso que el debut del director de cine Benjamin Fondane tuviese lugar en la Argentina. La oportunidad le llegó a través de Victoria Ocampo, una animadora de la escena intelectual de Buenos Aires en los años 20-30, de la cual Jorge Luis Borges decía que era “una Gioconda de la pampa” y Ortega y Gasset la llamaba “la mujer más argentina”

EN 1936. Benjamin Fondane y el cuartero de los Aguilar (Paco, Ezequiel, Pepe y Elisa Aguilar), cuando la gestación de Tararira.  EN 1936. Benjamin Fondane y el cuartero de los Aguilar (Paco, Ezequiel, Pepe y Elisa Aguilar), cuando la gestación de Tararira.
30 Abril 2017

Por Dana Duma

En 1929 Victoria Ocampo conoció a Fondane en París, en la casa del filósofo León Chestov. Impresionada por su efervescencia espiritual y por su vasta cultura, lo invitó a dar, en la Universidad de Buenos Aires, una serie de conferencias acerca del cine de vanguardia, con la presentación de algunos films de René Clair, Germaine Dulac, Luis Buñuel. El transcribió su charla en un artículo publicado luego en la revista argentina Sintesis. El prestigio argentino de Benjamin Fondane, fino conocedor del cine, fue potenciado por las notas aparecidas en la revista Sur, cuya jefa de redacción era Victoria Ocampo. Por consiguiente, su protectora lo estimuló, proponiéndole otros proyectos que estaba dispuesta a apoyar, inclusive el de realizar una película, dirigida por el propio Fondane.

El rumano le había sugerido, ya en el año 1934, varias ideas de guión que pudiesen tener como intérpretes a los cuatro hermanos Aguilar (Ezequiel, Paco, Pepe y Elisa), miembros de un famoso grupo de cómicos musicales que él había conocido durante su primera estadía en Buenos Aires.

Frecuentemente comparados con los hermanos Marx, esos artistas tenían, según su opinión, “un genio cómico” que el cine debía poner en valor a través de un film musical. El primer proyecto de Fondane, Oda a la pampa, estaba inspirado en una novela de Ricardo Güiraldes y no tenía demasiados elementos humorísticos. Pero los otros dos, La Tocatina y A Little musical Night tenían esos matices y Victoria Ocampo,influida por el fundador del grupo, Paco Aguilar, apoyó en 1936 a Fondane para pasar a la realización del film en la Argentina. La condición de base era “fundir” las dos historias en una.

Benjamin Fondane comenzó a escribir una historia llena de gags, acordes a aquello que había convertido a los hermanos Aguilar en las vedettes del espectáculo musical. Ellos interpretaban a unos personajes llamados Cleo, Agapito, Perico y Curo, cuyas aventuras surgían de una premisa satírica, que era la siguiente: al ser contratados para dar un concierto, todo cambiaba al saberse que, en realidad, ellos eran unos famosos bandidos. Los cuatro se rebelaban entonces contra esa supuesta falsa información, y esa rebelión se convertía en la destrucción, en tono cómico, del salón de una duquesa, todo sobre la música de El Bolero de Ravel.

Al igual que las nuevas y sofisticadas comedias que comenzaban a realizarse en Hollywood, la película tenía un sinfín de personajes secundarios muy pintorescos, entre los cuales había un ministro, bailarines, policías. Las influencias de las comedias de Mack Sennett, las de Chaplin o de los hermanos Marx, pero también de la Commedia dell Arte, se mezclaban en esa película con escenas donde dominaba lo cómico de la destrucción, tipo burlesco, y en el que se ironizaba sobre el conformismo. Un film hecho con una gran apuesta al humor absurdo.

De igual forma que los hermanos Marx, los héroes interpretados por los hermanos Aguilar hacían todo para desafiar, contrariar y “shockear” al pequeño burgués. Defensor en teoría del cine “sonoro” y no del “hablado”, el director Benjamin Fondane probó, con esa película validar la superioridad estética del primero sobre el segundo.

Filmado en blanco y negro y en 35 milímetros, el film era la primera producción de la compañia Falma Film, conducida por Juan José Barcia. El título fue cambiado varias veces: después de llamarse La Bohemia de hoy y La Nariz de Cleopatra *, se optó al final por Tararira, el nombre de un pez que vive en los ríos sudamericanos.

El operador del film, John Alton, de origen húngaro, iba a convertirse en muy célebre en Hollywood con películas como T-Men, 1948, He Walked by Night, 1951, y un manual de operatoria, muy popular, Painting with Light, 1949. La música era de Paco Aguilar y adaptaba piezas clásicas de Haydn, Mozart, Brahms y Ravel, así también como cantos folklóricos argentinos e idish. En la distribución se encontraban, además de los hermanos Aguilar, famosos actores de la Argentina como Joaquín García León, Iris Marga, Orestes Caviglia, Delfina Fuentes, Miguel Gómez Bas.

La producción de la película Tararira fue signada por grandes dificultades, provocadas sobre todo por la pobre dotación técnica del estudio, pero también por la lentitud típicamente argentina en todas las etapas de realización del film. La creciente decepción de Fondane aparece en las cartas enviadas a su familia, como la del 12 de Julio de 1937, en la cual escribe: Se trabaja un día sobre tres, porque faltan o bien la cámara, los decorados o los técnicos… ¡Qué caos! Hago todo para terminar, sea lo que fuere, aunque sea sabiendo que hago un mal film, pero no se acaba más… Sé que me voy a ir de la Argentina en cuanto concluya la película, con un intento de montaje, dejando todo atrás…

Sin embargo, a pesar de los atrasos y la falta de profesionalismo de muchos de los miembros del equipo, Fondane parece, en un momento dado, bastante satisfecho con el resultado de su trabajo, según resulta de otra carta, del mes de Julio: Las cosas van un poco mejor desde que renuncié a pensar en el día de mañana. A pesar de los errores de la cámara y los accidentes del laboratorio, mi trabajo es casi bello. Cuando ayer, el director del estudio, viendo por primera vez el material me dijo “Señor Fondane, no me atrevo a confesarle que me gustaría abrazarlo”, fue la primera alegría cinematográfica que yo tuve. (…) el tiempo ya no cuenta y los gastos –para la Argentina- se volvieron enormes. Si seguimos así, vamos a llegar a una superproducción que comprende a 15 de los más importantes actores de España y Argentina, con un capital de 500.000 francos ( medio millón).

(…) A pesar de todo, después del cierre de las filmaciones, Fondane realiza un montaje provisorio y se va a los apurones a Francia, con la promesa de que le irían a mandar una copia a París, sobre la cual trabajaría minuciosamente. En su ausencia, John Alton hizo el montaje final, que fue rechazado por el director. Fondane creía que muchas de las osadías y de las extravagancias del film fueron censuradas por el productor Miguel Machinandiarena. Se sospecha que éste habría sacado el final de la película y que, en general, no pudo apreciar el humor absurdo de los gags.

De vuelta en París, Fondane intentó entrar en la posesión de una copia del film que habría mejorado a través del montaje con la ayuda de su amigo Fredi Guthman, un fotógrafo que viajaba a través del mundo.

(…) Lamentablemente, la intervención de Fredi Guthmann se quedó sin eco. Tararira fue presentada en algunas proyecciones en un círculo restringido, pero nunca fue distribuida de manera oficial. Del film se guardaron solamente algunas pruebas, unas cuantas fotos del piso y algunas páginas del guión en castellano. Las fotos dan una idea acerca de la atmósfera absurda de la película, de la extravagancia de los personajes y de las situaciones cómicas. Podría ser que el humor bizarro, sofisticado e irreverente del film no le haya convenido al productor que esperaba una comedia con un humor más popular. Otras suposiciones referidas a la mutilación y luego al rechazo para distribuir la película se refieren a la postura política de los hermanos Aguilar, fervientes seguidores de los republicanos en la Guerra Civil española. Ninguna de las copias del film fue encontrada aún.

Al realizar Tararira, el cineasta-poeta trató de cumplir un viejo anhelo, el de hacer una película absurda, sobre algo absurdo, para “satisfacerme el gusto por la libertad”. A través de él, alargó de hecho su estrategia poética de negación a las limitaciones de la realidad.

A través de la desdichada experiencia de Tararira, Fondane engrosa la fila de los cineastas que fueron maltratados y marginados por los productores. La lista de los que sufrieron las mismas injusticias incluye a los más prestigiosos nombres de la historia del cine: D.W. Griffith, Erich von Stroheim, Einstein (no por azar, directores muy admirados por Fondane). Todos ellos fueron acusados de no tener en cuenta las expectativas y los deseos del público. Es muy probable que sus películas hayan sido un avance sobre su tiempo, que hayan desafiado los hábitos de los espectadores. En el caso de Fondane, hay una particularidad que lo convierte en un encantador perdedor: él intentó integrarse a la industria del cine sin renunciar a su mentalidad de poeta.

Por desgracia, esta experiencia sudamericana que demostró la falta de pragmatismo del cineasta, no fue la solución salvadora para el ciudadano de origen judío que era. Durante su estadía en Buenos Aires, había recibido una carta del director Dimitri Kirsanoff que le sugería, con prudencia, que tomara en consideración la opción de permanecer en la Argentina, por su seguridad. Kirsanoff le escribía en su carta del 8 de Julio de 1936: “Disculpe que me entrometa en sus cosas, pero lo hago como un hermano. Lina me dice que todo va lento allí, en el estudio de filmación, y que Ud. ni siquiera sabe cuándo va a volver. Aquí las cosas van empeorando. Se habla cada vez más acerca de una perspectiva: la guerra. Yo, en su lugar, haría lo posible por quedarme en América. Aquí todo va de mal en peor”. Una amistosa advertencia que, lamentablemente el cineasta, falto de sentido práctico y amante del medio intelectual parisino, no tuvo en cuenta.

* Fragmento del libro de la crítica de cine de Dana Duma, Benjamin Fondane cineasta, editado por la Unión de los Cineastas de Rumania, Bucarest, 2010, Colección “Centenario del Cine Rumano”.

** Traducción del rumano: Alina Diaconú.

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Buscando a Fondane
Por Alina Diaconú
La información me sorprendió justamente cuando estaba traduciendo este texto. Me acababa de enterar que gran parte de la cinematografía argentina había desaparecido: el 95 % del cine mudo y el 50% del cine sonoro se perdieron irremediablemente. Yo me estaba ocupando de la historia de una película llamada Tararira que figura en el libro de Dana Duma, titulado Benjamin Fondane, cineasta.
B. Fondane (pseudónimo de Benjamin Wechsler), 1898-1944, fue un poeta, ensayista, filósofo y dramaturgo  judío- rumano, que a los 20 años se fue a vivir a París, adoptó la ciudadanía francesa y  tras ser apresado y  deportado, murió en una cámara de gas de  Auschwitz. Autor de El mal de los fantasmas (Poesía), La conciencia desdichada  y Falsos tratados de estética( Filosofía), entre otros libros. En 1929 estuvo en la Argentina y aquí filmó una película. Lo que van a la leer son fragmentos de un capítulo del libro de Duma que me envió la directora de cine rumano-suiza, Ana Simon. Ana filmó una película documental sobre Fondane y, en su momento, me pidió que averiguara si había rastros de Tararira en Buenos Aires. De más está decir que mi búsqueda fue estéril.
© LA GACETA

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La información me sorprendió justamente cuando estaba traduciendo este texto. Me acababa de enterar que gran parte de la cinematografía argentina había desaparecido: el 95 % del cine mudo y el 50% del cine sonoro se perdieron irremediablemente. Yo me estaba ocupando de la historia de una película llamada Tararira que figura en el libro de Dana Duma, titulado Benjamin Fondane, cineasta.
B. Fondane (pseudónimo de Benjamin Wechsler), 1898-1944, fue un poeta, ensayista, filósofo y dramaturgo  judío- rumano, que a los 20 años se fue a vivir a París, adoptó la ciudadanía francesa y  tras ser apresado y  deportado, murió en una cámara de gas de  Auschwitz. Autor de El mal de los fantasmas (Poesía), La conciencia desdichada  y Falsos tratados de estética( Filosofía), entre otros libros. En 1929 estuvo en la Argentina y aquí filmó una película. Lo que van a la leer son fragmentos de un capítulo del libro de Duma que me envió la directora de cine rumano-suiza, Ana Simon. Ana filmó una película documental sobre Fondane y, en su momento, me pidió que averiguara si había rastros de Tararira en Buenos Aires. De más está decir que mi búsqueda fue estéril.
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