La necesidad de combatir la polución sonora

La necesidad de combatir la polución sonora

Es uno de los protagonistas de la vida cotidiana urbana. Y aunque algunos lo prefieren en lugar del silencio de los cementerios, el ruido sostenido y estrepitoso provoca con frecuencia trastornos en la salud. Los vehículos con escape libre, los bocinazos, el rugir de los motores, las obras en construcción, las perforaciones de pavimento, la música a todo volumen que se propala en algunos negocios o gimnasios céntricos, se convierten en una tortura para los oídos. El 12 de abril pasado se conmemoró el Día Mundial de la Contaminación Acústica, que tiene por objetivo general concientizar sobre el daño que ocasiona la polución sonora.

La Facultad de Arquitectura de la UNT organizó en su sede actividades referidas al “Día de concienciación sobre el ruido”, que se celebra el último miércoles de abril de cada año desde 1996, y la “Semana del sonido 2017”.

Según los organizadores, nos hemos acostumbrado a aceptar realidades sonoras insanas y expresaron el deseo de hacer entre todos una ciudad menos ruidosa. Una alumna señaló que la gente va al centro a trabajar y vuelve de mal humor, sin saber la razón. La responsable de la materia “Sonido y hábitat” afirmó que su intención es que los mismos ciudadanos se conviertan en custodios de la salud ambiental. “El ruido es una forma de contaminación, pero no suele prestársele suficiente atención, seguramente porque no es tan notoria como la del aire o el agua. Sin embargo, sus consecuencias sobre las personas y el ambiente son acumulativas, y los daños pueden llegar a ser irreparables. A diferencia de los ojos, el oído no puede cerrarse y lo que nos llega por él puede ser hermoso, pero también puede ser una tortura”, explicó.

Un sonido molesto puede provocar estrés o reacciones violentas. Su repetición genera dolor en tímpano; ese síntoma se llama algiacusia. El dolor puede causar reacciones de diversos tipos, porque el cuerpo reacciona ante algo que lo lastima. La polución sonora puede aumentar la presión arterial, causar insomnio, ataques al corazón y afectar el sistema inmunológico y el metabolismo. La OMS sostiene que lo máximo que puede soportar un ser humano son 70 decibeles (dB). A partir de los 70 dB y hasta los 80 dB, se pueden producir daños físicos y emocionales. Hace seis años, un ingeniero de la Universidad Tecnológica Nacional determinó a través de mediciones que el peor de los ruidos era el de las motos (126,3 dB); le seguían la música a alto volumen que se propala en algunos negocios (108,6), los motores de los colectivos al arrancar (92,2); los ringtones de los celulares (90,1); los timbres de las guarderías (87). El promedio de polución sonora en las horas pico era de entre 90 y 100 dB.

Nos parecen positivas estas actividades que bien podrían convertirse en itinerantes y recorrer los establecimientos educativos o desarrollarse también en paseos públicos. A juzgar por la realidad, las autoridades poco o nada hacen para aplicar la ordenanza municipal 288/78, actualizada en 2010. Basta recorrer el microcentro o en pararse unos minutos en las esquinas de 25 de Mayo con Santiago del Estero y con Córdoba en las horas pico para comprobar la elevada polución acústica. ¿Quién protege entonces los oídos ciudadanos y preserva la salud? Sin una política ambiental seria y sin funcionarios que hagan cumplir a rajatabla la normativa no se logrará erradicar esta agresión y falta de respeto hacia el prójimo.

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