La envidia: esa mirada que carcome por dentro

La envidia: esa mirada que carcome por dentro

Está presente en la naturaleza humana: ¿se la combate? ¿Es un mal necesario? ¿Una enfermedad?

Mirada bífida. Ojos de mosca. Tribulación que sofoca insomnios. Taquicardia desbocada en la intemperie del infortunio. Vacío que atiborra la panza. Vértigo que se agita en las sienes. Desea lo que no tiene. Conspira. Repta por los albañales de la sordidez. Critica lo que nunca podrá ser. Se alegra de la desdicha ajena. No hay quién se salve de sus zancadillas. ¿Puede ser mala y sana (malsana)? Descorazona a quien la ejerce en plenitud. A veces se abraza a la tirria. A la destrucción. Un alma tuerta parece ser la envidia.

Tristeza airada o disgusto por el bien ajeno o por el cariño o estimación de que otros disfrutan. Hace sufrir enormemente a muchas personas, tanto a los envidiosos como a sus víctimas. Envidiamos el dinero, la buena suerte, la personalidad, la felicidad, el coraje, el poder de seducción, la inteligencia, de los otros, hasta el extremo de querer destruirlos. Se manifiesta en el trabajo, en el arte, en los deportes, en la política... Se suele decir que la descalificación al logro o al poseedor del logro es una de las estrategias que el envidioso emplea para calmar la angustia que le genera que a otro le vaya bien. ¿Qué es la envidia? ¿Una enfermedad? ¿Un “mal” necesario? ¿Hay que combatirla? ¿El envidioso es un ser atormentado? ¿La envidia se manifiesta con mayor fervor entre las mujeres? ¿Hay una envidia nociva y otra sana? ¿Los argentinos somos envidiosos? ¿Se puede vivir sin nunca haber sentido envidia? ¿Tiene cura? La envidia es serpiente que al que la abriga lo muerde, dice el refrán.

Querer ser y no poder
Silvia Neme de Mejail
Escritora

La envidia es un sentimiento de admiración deformado. Querer ser como el otro y no poder serlo. Se envidia la fortuna, la belleza, la inteligencia, la cultura, la elegancia, la felicidad, en fin, ¡hay tantas cosas que pueden ser motivo de envidia! No sólo es patrimonio de espíritus mezquinos, sino que muchas veces hasta el más noble corazón puede llegar a sentirla, pero de manera distinta. En cuantas ocasiones se siente decir: “siento una santa envidia…” Una persona muy enferma puede llegar a percibir, sin quererlo, un sentimiento de envidia, hacia el otro rebosante de salud. Una mujer que no puede tener hijos, puede albergar en su corazón el cosquilleo de la envidia -que es natural- ante otra que sí los tiene. Considero que la primera es peligrosa, porque al nacer de un corazón mezquino, quien la siente está ejerciendo el poder de su mente que puede resultar nocivo para aquel que es envidiado. Así lo afirma el padre jesuita Oscar González Quevedo en su libro “El rostro oculto de la mente”. Él sostenía que el poder de la mente es tan grande, que puede dañar hasta físicamente al otro. De allí es que en todo el Medio Oriente se estila llevar los ojitos como amuleto y en nuestro país, vemos puños envueltos en una cinta roja, que cumplen el mismo fin. La envidia es más nociva para quien la siente, porque fermenta en su corazón y lo va destruyendo por dentro.

Motivo de infortunio
Rodolfo Campero
Médico-Escritor

Una astilla del tango “Envidia”, de José González Castillo, poetiza lo lastimoso de este pecado capital: “el triunfo de otro me trajo una pena, y sentí amargura por la dicha ajena; y hoy, ante el espejo cruel de mi pasado, veo qué cambiado me tiene el rencor”. Pecado del pensamiento, curioso y contradictorio, ni siquiera es un vicio. No produce satisfacciones ni despierta exquisiteces, como la lujuria ni morbideces, como la gula o sopores agradables como el ocio. La ira otorga una catarsis, y la soberbia vahos altos de poder, la codicia, desordenada y abstracta, es apenas un deseo posesivo de objetos. La envidia, en cambio, es una falta pervertida que apetece la pulsión de privar a otro de un bien lícito y honesto. Aunque atropella por igual ambos géneros, el bastardeo machista consuela la envidia de pareja descalificando: “¡mirá con qué cacho de mina anda ese imbécil!”, afirma, disimulando esa pelusilla que llena la garganta de impotencia y rencor. Reina de las adjetivaciones o adornada con falsas admiraciones, suele ser motivo de infortunio. No se antoja lo del otro, sino lo que “es” el otro. Para Savater, “es una virtud democratizadora… evita que unos tengan más derechos que otros”. En política, tal vez el disfraz de “justa indignación” del colectivismo o un mero instinto primitivo, subordinado a ansias de improbables poderíos. Coincido con Castillo: envidia el vencido, porque jamás ha cumplido en la vida una ilusión.

¡Los geranios!
Mamina Núñez de la Rosa
Artista plástica

Aquella mañana había terminado de plantarlos en la entrada de mi casa; desde lejos se veían algunos puntitos rojos de sus flores. “Me sentí feliz”. Al día siguiente estaban todos destruidos, arrancados y tirados. ¿Envidia? La envidia es uno de los “siete pecados capitales” considerados como vicios por las primeras enseñanzas del cristianismo. Es un estado mental, que podría ser definido como la “tristeza” que padece el envidioso cuando quiere algo que no tiene y por consiguiente, desea el mal al prójimo. También puede ser la “alegría” cuando a otra persona le va mal. Manifestaciones de la envidia: puede sentirla cuando otro está delgado sin hacer dieta, al esposo o a la esposa de otro, al trabajo, al reconocimiento, los bienes, los viajes, las invitaciones, etc. La persona que padece este sentimiento es un ser insatisfecho, inmaduro, y su sufrimiento condiciona su personalidad. Hay formas de expresar la envidia: a través de críticas, murmuraciones, rechazos, agresiones, humor negro. Por lo tanto, es un ser atormentado. Estas manifestaciones se dan tanto en los hombres como en las mujeres. “No es una enfermedad” (no es un trastorno psiquiátrico psicológico). Al no ser una enfermedad no se puede hablar de curación, pero desde luego hay que combatirla. “Toda envidia es siempre nociva”. No se puede hablar de sana envidia, si no hay enfermedad (no es sana ni no sana). ¡La persona madura no envidia a nadie! “La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”, dice Francisco de Quevedo.

Raíces añejas
Juan Tríbulo
Actor

Veo a la envidia muy cerca de los celos, de la competencia feroz y despiadada. La vi en los ojos y la tremenda lucha de Salieri por destruir a Mozart en la magnífica obra teatral de Peter Shaffer, llevada al cine por Milos Forman con el nombre original de “Amadeus”, en 1984. Nuestro medio teatral y, en general, los ámbitos artísticos, como el de la música, en el caso del film mencionado, propician, lo que, a veces, sentimos y ponemos en palabras: “este actor, este director, esta actriz me produce una sana envidia”. ¿Cuál será el grado de envidia específica que sentimos, por tal o cual persona, a la que podamos etiquetar de “sana”? ¿Dónde está el límite? ¿Y si ese límite se atraviesa? Salieri lo atravesó al escuchar las sublimes composiciones de Mozart. Como no pudo igualarlo y mucho menos superarlo, se dedicó a destruirlo. Creo que lo único que puede producir la envidia -como los tan cercanos celos- es dolor intenso, silencioso y agudo. Pienso que si esa envidia me estimula a esforzarme y a trabajar sobre mis propias capacidades será entonces una envidia positiva. El tema es mucho más complejo que esta simple ecuación. Tiene que ver con las carencias infantiles, la inseguridad y hasta con nuestra pereza. Siempre habrá raíces añejas que alimentan la envidia que deberemos desenterrar para poder superarla.

Motor o enfermedad
Katrin König
Periodista alemana

Supongo que la envidia es una característica que por un lado, empuja al mundo a funcionar y, por el otro, es destructiva para un individuo si no se controla. Hay muchas personas que ven el éxito de otros y hacen todo lo posible para llegar ellos mismos a ese éxito, lo cual de por sí no me parece mal. Hasta cierto punto: si bien puede ser un “motor” en un principio, igualmente se puede convertir en una especie de enfermedad; si se sobrepone a nuestros valores, por ejemplo, al respeto, a la compasión, entonces puede hacernos “duros” y ciegos. A mí me es ajena la envidia, porque cada individuo me parece tan distinto al otro que no se debería comparar ni envidiar nada, y quizás también porque creo en la creatividad de cada uno: si me comparo con otros de esa manera -no con admiración- valoro poco lo que soy. Una persona que se estima a sí misma, no le hace falta la envidia. ¿Que las mujeres sean más envidiosas? Puede ser, tal vez si no han realizado los sueños que alguna vez tenían, si se han quedado “en segundo plano” tras la maternidad, o si se definen por lo superficial: quién tiene más dinero, más coches, una casa más chula. ¿Que los alemanes sean más envidiosos que otros? No. Incluso diría, menos. Es una sociedad relativamente equilibrada, mucha gente vive en un nivel económico parecido, ¿qué envidiarle al otro?. 

Esa vacuna…
Gustavo Guaraz
Periodista-Músico

“¡Eh, andá vacunate contra la envidia!”, reza una ocurrencia tucumana cuando un amigo le reclama a otro por un comentario descalificador hacia su persona o un tercero. En la mayoría de los casos, el envidioso se esfuerza por desprestigiar, difamar, destruir con violencia verbal, gestual o física cuando no puede poseer ni disfrutar de eso tangible o intangible que otro posee y disfruta. Este sentimiento o emoción negativa (no existe la envidia sana) conlleva resentimiento, complejo de inferioridad, baja autoestima, frustración, negación de elementos identitarios que lo definen, y no sólo se manifiesta de manera personal, ya que la envidia es una de las características principales de la clase media argentina. Caricaturizada como “El medio pelo” por Arturo Jauretche, la clase media argentina, fogoneada antes por la falsa contradicción xenófoba sarmientina y ahora por la “tinellización” (culto al egoísmo, hedonismo, alienante y autoritario), vive en un estado ilusorio, irreal, de postura, que busca “parecer” y “poseer”, más que ser, lo que mina la posibilidad de lograr una conciencia solidaria, política, social o cultural que contribuya a visualizar los valores sobre los cuales podría conformar su identidad y recorrer un camino cierto. El envidioso argentino imita y anhela pertenecer a lo que supone una clase social superior, intentando diferenciarse de lo que denomina “la chusma”, que son sus pares, contra quienes desata su ira. Su obsesión eurocéntrica lo lleva a la autodestrucción mientras discrimina y acusa, al que denomina “cabecita negra, coya de mierda”, como responsable de los problemas nacionales. Al decir de un tucumano, no alcanzarían las vacunas para tantos.


Refranes envidiosos
n Envidia me tengan y no me compadezcan.
n Vale más ser envidiado que envidioso.
n Como al hierro al herrumbre, la envidia al hombre consume.
n Si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos habría.
n Celos y envidia quitan al hombre vida.
n Quien envidioso vive, desesperado muere.
n Más te debes guardar de la envidia de un amigo, que de la emboscada de un enemigo.
n  La envidia sigue al mérito, como la sombra al cuerpo.
n Dale al diablo lo que es suyo: lujuria, envidia y orgullo.


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> Refranes envidiosos
- Envidia me tengan y no me compadezcan.
- Vale más ser envidiado que envidioso.
- Como al hierro al herrumbre, la envidia al hombre consume.
- Si la envidia fuera tiña, cuántos tiñosos habría.
- Celos y envidia quitan al hombre vida.
- Quien envidioso vive, desesperado muere.
- Más te debes guardar de la envidia de un amigo, que de la emboscada de un enemigo.
-  La envidia sigue al mérito, como la sombra al cuerpo.
- Dale al diablo lo que es suyo: lujuria, envidia y orgullo.



> PUNTO DE VISTA

El esplendor que perturba

ROSANA ALDONATE / PSICOANALISTA - ESCRITORA


“Agustín mascullaba la rabia en un rincón de la habitación al contemplar a su madre amamantando a su hermanito. Palideció ante la felicidad que irradiaban y le deseó la muerte al pequeño intruso. En aquel momento nadie, ni siquiera él mismo, podía sospechar los derroteros futuros por los que se conduciría su vida, hasta llegar a la santidad”.

Este microrrelato que escribí titulado “Envidia” refiere a un suceso de infancia de San Agustín que hallamos en las “Confesiones”, lo que allana la envidia a ser un afecto que hasta un santo confiesa haber padecido. La envidia puede considerarse desde una pasión del ánimo a una alteración morbosa que se exterioriza en el signo somático de palidecer. Se palidece de envidia porque se sufre una disminución de la importancia, importancia que en tanto afectación de superioridad puede conmoverse cuando alguien queda confrontado a la imagen de completitud del otro con su objeto, de la madre con el hermanito en San Agustín. Esto indica que se envidia la imagen de felicidad y no lo que el otro quiere o tiene. Lo perturbador e insoportable es la imagen de esplendor que apaga el esplendor propio del que mira. La envidia está íntimamente ligada a la mirada. Es siempre otro, un semejante, el que asume la perfección ante los ojos del envidioso y lo priva de lo que en psicoanálisis llamamos “yo ideal”. Esa ostentación de felicidad que el sujeto envidia asume el mando de la situación. Quizás todos pasamos por la experiencia transitoria de la envidia en cuanto anhelar el esplendor del otro con su objeto. Pero congelarse en esa mirada puede generar tensión agresiva o conducir al odio, que siempre apunta a aquellos que se satisfacen diferente al sujeto y le es inaccesible a él. El psicoanálisis propone reorientar al sujeto fijado en la envidia, romper el hechizo con esa imagen que lo cautiva y opaca para salir de la atracción nociva que fomenta una satisfacción nociva también porque lo hace sufrir al apartarlo de su mérito propio. Y al contrario, orientarlo a querer lo que está más próximo a su deseo.

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