Hagamos la guerra, que el amor es otra cosa

Hagamos la guerra, que el amor es otra cosa

Make love, not war. Hagamos el amor, no la guerra. Este eslogan pacifista ha dado la vuelta al mundo durante más de 50 años. La frase se le atribuye a un estudiante de la Universidad de Oregon (EEUU), Gershon Legman, quien la escribió con felpa en su buzo de algodón en abril de 1965, con motivo de una manifestación en contra de la guerra de Vietnam. Una fotografía documenta este hecho.

La consigna es muy bonita, osada en su momento, disruptiva, en un contexto donde el sexo empezaba a dejar de ser tabú y la revolución sexual encabezada por los hippies comenzaba a desmoronar mitos como la virginidad, el matrimonio como única forma de convivencia, la familia como célula social y el goce sexual como licencia exclusiva de los varones.

Pública y abiertamente, las chicas empezaban a exigir orgasmos, pastillas anticonceptivas, igualdad de derechos laborales y sociales y, sin mujeres en las cocinas ni en los lavaderos, el orden establecido se caía a pedazos.

Hubo un explosión de divorcios en todo el mundo y también de hombres que empezaron a dar mamaderas, cambiar pañales, cocinar, lavar la ropa.

“Hagamos el amor y no la guerra” fue una síntesis de una lucha mucho más amplia que el pacifismo. Resumía la oposición a un mundo bipolar, militarizado, machista, patriarcal, sexualmente reprimido, en donde los jóvenes en vez de hacer el amor eran enviados a la guerra.

La frase es pegadiza, contagiosa. Siguió usándose en distintas luchas sociales, como el famoso Mayo Francés del 68, “Faites l’amour, pas la guerre”, y también en el movimiento estudiantil mexicano, ese mismo año.

La hicieron canción dos militantes sociales de la música como John Lennon (Mind games, 1973), y Bob Marley (No More Trouble, 1973).

Como eslogan para un pasacalle, una remera o la letra de una canción está muy bien, es inspiradora, y por eso perduró tanto tiempo, pero la verdad es que la frase no resiste el más mínimo análisis semiótico. Es una metáfora linda aunque desajustada de cabo a rabo con la realidad. Es una falacia, un argumento falso.

¿Qué tiene que ver el sexo con la guerra? ¿Desde cuándo son antagónicos, incompatibles, opuestos necesarios?

De hecho, el sexo ha sido promotor, incitador y hasta la causa de decenas de batallas y guerras a lo largo de la historia.

Hay combates que han comenzado bajo las sábanas equivocadas. Hay guerras que se han sellado con un beso y ataques decididos en medio de la enajenación de la pasión.

Por amor se han conquistado y masacrado pueblos enteros, cruzado océanos en cáscaras de nueces, invadido ciudades y países y asesinado en masa durante miles de años.

Por amor ha muerto más gente que por ninguna otra razón. Sobre todo por amor a Dios -y a los dioses-. Hasta el odio, que parece ser su contracara, en realidad es un sentimiento subordinado al amor, no contrario.

Odiamos a quien daña o amenaza lo que amamos. Odiamos al que no nos ama. Odiamos al que ha traicionado nuestro amor, o al que nos ha dejado de amar, al que ha elegido otro amor.

No se combate el odio con amor, esa es otra falacia, porque el odio depende del amor, está supeditado al amor. Sin amor tampoco existiría el odio, no habría razones.

Volvamos a la realidad y dejemos estos temas para los griegos.

Este derrape controlado tiene como fin poner en tela de juicio una de las frases, tal vez, más simbólicas y representativas de las luchas sociales del último medio siglo. Al menos servirla al debate.

Sucede que los eslóganes son necesarios, inspiradores, entusiastas, pero de tanto repetirse acaban distorsionando la realidad. Terminan siendo reduccionistas, minimalistas, esmerilan las discusiones de fondo, el análisis profundo de los problemas. Hay eslóganes que han hecho mucho daño y sin embargo se repiten mecánicamente, como loro de anciana chismosa.

“Que se vayan todos”, es una de esas frases que ha gangrenado a la sociedad argentina como pocas otras. Si nos vamos todos ¿quién queda? ¿Si se van todos quién se hace responsable del daño ocasionado? ¿Quién trabaja en la recuperación?

Máximas como estas son las que derivan en reduccionismos falsos como “todos los políticos son ladrones” o “todos los jueces son corruptos”.

“¿Qué te pasa Clarín, estás nervioso?”, disparó Néstor Kirchner, el 9 de marzo de 2009, y partió al país en dos. A Néstor se le acabó el amor (y el negocio) y entonces para miles de jóvenes Clarín pasó a ser el responsable de todos los males argentinos. Qué tristeza, qué pobreza.

Dos años antes, Kirchner acuñaba otra histórica: “Hoy lo pueden llamar Mauricio, pero siempre va a ser Macri”. El líder del PRO acababa de ser electo jefe de Gobierno porteño.

Los argentinos somos adictos a las chicanas, a tirarnos con frases de pasacalle para discutir temas muy complejos.

“Me quiero ir”, rogó el ex ministro de Economía, Hernán Lorenzino, durante el off de una entrevista con una periodista griega. La oposición estuvo más de un año usando esta frase para chicanear al kirchnerismo sobre cualquier tema. Más pobreza.

“La década ganada” o “vamos por todo”, dos enunciados poco felices del kirchnerismo también usados hasta el hartazgo por la oposición para reducir el debate a una mínima expresión futbolera.

Al “resistiendo con aguante” o al “avanti morocha” le responden con “sí se puede”, “yo quiero un cambio” o con “la revolución de la alegría”.

Contra un pasacalle, otro pasacalle. Contra una marcha, otra marcha. La discusión más importante durante la última huelga nacional estuvo en las redes sociales y el debate fue descollante: #YoParo contra #YoNoParo. Ya no es pobreza, es indigencia argumentativa.

Ni una menos, muerte el macho, sí a la vida, Macri gato, el chori y la coca, son todos vagos, son todos negros... Y así “los piquetes de la abundancia” se transforman de un día para otro en “el pueblo tiene hambre”.

En el conflicto docente fue más sencillo: los pasacalles que usó Cambiemos hace dos años para defender a los maestros se los prestó ahora al kirchnerismo y Cristina, agradecida, le explicó a Macri que los docentes “trabajan cuatro horas y tienen tres meses de vacaciones”.

Porque antes que nada lo importante, buscar culpables antes que soluciones. Estuvo claro en las inundaciones tucumanas, 50 años de frases célebres y así estamos. El gobierno provincial estuvo muy ocupado en resaltar que no hubo ayuda nacional y después en aclarar que llegó tarde.

Desde Cambiemos invirtieron demasiadas horas en culpar al gobierno de Juan Manzur y en hacer un montón de videitos para las redes sociales con eslóganes culpando al peronismo por las crecidas. No se vio un sólo video con propuestas.

José Cano y Manzur se juntaron un par de veces sólo para la foto. Y en una se sumó Macri. ¿Discusión de fondo, soluciones, trabajo en equipo, planificación a largo plazo? No existe en el país del pasacalle. “Macri inventó la inflación” fue tendencia en las redes, igual que “heredamos un desastre”.

Hay más argumentos en un programa de fútbol que en la política argentina. Es la consecuencia de una sociedad mediocre, apegada a lo fácil, rápido y barato, que no reflexiona ni discute, que repite como quejido de zombie las chicanas que bajan desde el poder, privado o estatal, laico o religioso. Salirse de esa trampa, formarse opinión, argumentarse, informarse, hace que empiece a importar más la solución que el culpable. Linda frase también para un pasacalle.

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