Cartas de lectores
28 Marzo 2017

Homenaje

Cuando cumplió 100 años la Escuela Sarmiento, dijiste: “para continuar educando siempre con la palabra y la vida, con sabiduría y responsabilidad”. Y eso es lo que dejaste, querida señora María Elena. Con tu sabiduría y responsabilidad estabas todos los días en la puerta para dar los buenos días a cada una de tus chiquitas. Tenías las puertas abiertas y el tiempo para todos. Llenaste de admiración a tus maestras cuando, picando frutas para la ensalada o dando vueltas en la calesita de Don Felipe, nacieron en tu voz las oraciones maravillosas de ese nuevo método de la lecto-escritura, y así estabas en el aula enseñando con pedagogía; y fuera de ella, con tu vida misma. Cuando al acudir a tu llamado me recibías con un “nadie debe saber”, me sentía feliz de ser cómplice de las tantas ayudas solidarias que debía realizar en tu nombre. Como no admirar a esta mujer ejempar, si tenía el abrazo sincero y fuerte para aliviar los dolores del alma. Al regresar de cada visita a la Casa Histórica, con su tapado gris y la escarapela como joya en la solapa, jarras en mano recorrían el jardín y las galerías: servías a una por una con el “chocolate calentito”. No alcanzaría todo el espacio para resaltar tu trabajo educativo “con sabiduría y responsabilidad”. Gracias señora María Elena por tantos momentos compartidos en su hermosa vida. Generaciones sarmientinas lloramos tu partida. estará siempre en cada rincón de nuestra querida escuela.

Blanca E. Cobo
Avenida Soldati 574
San Miguel de Tucumán


Necesidad de confianza

A medida que vamos transitando nuestra vida, nos han enseñado a confiar y a mentir. Enseñamos a nuestros hijos que es importante confiar, y obrar con la verdad. La confianza es el mejor regalo que un cónyuge, un amigo, un padre, un hijo, un empleado, un empresario, un presidente, un gobernador, un político, un religioso, un sindicalista, un profesional o un policía le pueden hacer a su prójimo, a su pueblo. Si alguien no nos dice la verdad y lo descubrimos, la relación se desintegra. Nos dicen que lo que vemos, leemos, oímos y sentimos es falso (es virtual o mediático) y porque necesitamos creer dejamos de lado nuestra incredulidad, pese a las evidencias, y creemos una vez más. Ante lo verdadero uno empieza a dudar de uno mismo y a cuestionarse sobre el concepto de confiar. Necesitamos convertirnos en personas que buscan y necesitan la verdad; y tener discernimiento acerca de en quién confiar y cuándo confiar. Sólo la verdad conquista y triunfa. La cuestión parece ser que tenemos que tener mucha paciencia (si llegamos vivos), para ver que nuestro destino como Nación esté regido por personas verdaderamente patriotas, honestas, de notable moral y ética. Reales servidores del pueblo que promocionen la verdadera igualdad social, alejados de intereses mezquinos. Todos unidos sin ninguna “grieta”, debemos emprender un nuevo camino, un verdadero cambio. Con la certeza de lograr la tan buscada paz social. Y con la auténtica esperanza de que a nuestros hijos y nietos les dejaremos realmente una república federal, haciendo realidad el sueño de nuestros próceres. La confianza es un factor decisivo en todas las facetas de nuestra vida. Cuando confiamos en los demás tenemos relaciones de mayor calidad, mas auténticas y enriquecedoras, pues despeja el riesgo y toda incertidumbre, ya que necesitamos garantías de que la otra persona actuará de acuerdo con lo que prometió. Cuando la desconfianza se apodera de una relación, empezamos a vigilar cada palabra, cada comportamiento inusual, para interpretarlo y usarlo en nuestro desesperado intento de prevención. Existe una relación directa entre lo que se dice y lo que se hace. Hoy, en nuestro país se desarrolla en un ambiente de descalificaciones habituales y de “guerras” de agresiones a la sensibilidad de la ciudadanía. En especial, contra los que se consideran enemigos. Prevalecen los fundamentalismos, las políticas de exclusión de la mayoría y la total falta de sensibilidad para los más necesitados. Muchos son los que nos “reiteran” la necesidad de contar con valores, de aplicarlos y de que sean las pautas para nuestro comportamiento como verdaderos seres humanos. Sin embargo, observamos que ahí, de donde vienen los consejos, es poco el valor que se da a los principios. Le preguntaron a Gandhi cuáles son los factores que destruyen al ser humano. Él respondio asi: “La política sin principios, el placer sin compromiso, la riqueza sin trabajo, la sabiduría sin carácter, los negocios sin moral, la ciencia sin humanidad, y la oración sin caridad”. Decía Charles De Gasulle: “Dado que un politico nunca cree lo que dice, se soprende cuando otros le creen”.

Pablo J. Giunta
[email protected]

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Macri en lo de Mirtha Legrand I

En la edición del sábado 25, fue publicado en esta sección un rebuscado análisis del discurso del presidente Mauricio Macri en sus últimas apariciones públicas; particularmente en su participación en el programa de Mirtha Legrand. La autora la carta, Mercedes Chenaut, advierte sobre una foto que difundió el Presidente en su cuenta de Twitter de unos niños tomando clases sobre las ruinas de Hiroshima (la clara intención es destacar la voluntad de los maestros nipones de enseñar aún en las situaciones más adversas). Otro indicio preocupante para Chenaut es que el mandatario le diga a la gobernadora Maria Eugenia Vidal (“Heidi”, para el siniestro Aníbal) que “de entre todas estas batallas, hay una central que estás dando que es muy importante...”, refiriéndose al conflicto docente. La autora nos hace notar que “es la segunda vez en menos de una semana que el jefe de Estado se refiere a los maestros con alusiones a la guerra” y, luego ensaya divagues discursivos como que el PRO apeló en las elecciones a “un discurso que, seria y genuinamente adoptado, responde a una interesante propuesta espiritual que se impone en grandes grupos humanos que buscan formas mas convincentes de espiritualidad ante la decadencia de las religiones históricas”. Finalmente concluye que los integrantes del gobierno son “un grupo de violentos disfrazados de santos varones y santas mujeres”. La carta en cuestión no merecería ni análisis ni consideraciones, si no fuera porque no se puede pasar por alto tamaña ofensa a la inteligencia de los lectores. Creo que ni Luis D’Elia se animó a tanto: a intentar poner al Gobierno como el violento en este lío que transita el país. Ya quisieron ponerlos al mismo nivel ético y moral que el Gobierno anterior, pero sin éxito. Considero que una gran parte de la nación ya sabe perfectamente quiénes son los violentos, tanto en sus discursos como en sus actos, y no son precisamente los integrantes de este Gobierno.

José Ignacio Aráoz
[email protected]

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Macri en lo de Mirtha Legrand II

Con enorme regocijo y absoluto amateurismo celebro las palabras de la lectora Chenaut (25/03/17) sobre el valor de la palabra. Así como con honda preocupación y con total desconcierto leo las palabras con las que el lector Avila, con un evidente y mal disimulado enojo, vuelca el domingo su opinión. Ambas cartas desde dos puntos muy distantes entre sí, me movilizan a intervenir empuñando solamente la obsesión por la lectura (sobre todo de “todo lo que no se lee, sino se lee”). Y así disfruto de la mesura con que se me ofrece la primera y me inquieto del sesgo (al que siempre nos exponen los apasionamientos) al que sucumbe la respuesta. Un deleite resulta leer a una profesional de las letras quien desde el comentario aparentemente simple sobre lo ocurrido en un programa de televisión, advierte con suma cautela sobre lo peligroso del empleo de algunos vocablos en un ámbito público, en un escenario de conflictividad política creciente y en un clima de ebullición social. Sobre todo si esas palabras son pronunciadas por quien tiene la máxima responsabilidad del manejo de los destinos del país. Usted mismo expresa, señor Ávila: “no se puede criticar al prójimo (al presidente…) si se actúa de la misma manera” (sic) y más adelante sostiene “…las palabras que constituían el relato anterior… creaban una realidad más ficticia…” (sic). Así que a confesión de partes, relevo de pruebas. Por último, Señor Avila, hablando de palabras, hay una que es sanadora y que le recomiendo ejercite para alcanzar la revolución de la alegría, y que es memoria. Y no solamente la memoria histórica que honráramos el viernes 24 todos los argentinos de buena voluntad, quienes masivamente nos volcáramos a las calles, pacíficamente, conscientemente, entusiastamente y sin contradicciones, sin violencia, ni fundamentalismos. Sino que me refiero a una memoria cercana, esa que nos trae las imágenes más obscenas, procaces, soeces y agraviantes de la ex presidenta y su familia en la tapa de revistas y en la boca de periodistas, pero eso, según el resultado electoral y las promesas de campaña, ya no es la más realidad, ¿o sí? Usted, a juzgar por sus conceptos, como la mayoría del pueblo argentino, quería y creyó en el Cambio. El “cambio” ganó las elecciones y hay derrotados, pero eso no significa el silencio cómplice frente a políticas de despojo que el pueblo padece (y rechaza) a diario. Pero la democracia está intacta, señor Avila, quédese tranquilo: si de nosotros, los que no lo votamos, depende, está garantizada. Ahora yo coincido con la preocupación que subyace de la carta de la lectora Chenaut, y que pareciera ser justamente la de no poder visualizar en ninguna de las expresiones de ninguno del mejor equipo de los últimos 50 años, ninguna intención de preservarla, al menos desde ninguna de las palabras. Y le repito, pídale al presidente y a sus colaboradores que sean cuidadoso con ellas, no a nosotros, los “nadies” como nos llama Mempo Giardinelli a los ciudadanos de a pie.

Rosana Herrera de Forgas
[email protected]


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